El
afecto es, junto a la representación, uno de los elementos insignes del
alma humana, lo es en el momento de vivirlo y está incluido dentro
mismo de la representación del objeto en el momento de recordarlo, de
desearlo y hasta de temerlo. Es difícil definirlo, el afecto es algo
que se siente (aunque también es algo que se recuerda, se desea y hasta
se teme, decíamos), este sentimiento puede ser de diferentes
características y formas, algunas muy opuestas entre sí. El amor, la
pasión, la amistad, el odio, la alegría, la tristeza, la angustia, el
deseo, el asco, la vergüenza, la culpa, la ternura, el dolor y demás
son todas expresiones humanas del afecto cuando son sentidas, todas
variaciones y sofisticaciones de lo que originariamente llamamos placer
y displacer. Por así decirlo entonces el afecto es la sal de la vida, y
es lo que le otorga signo positivo o negativo a la representación.
Por
otro lado el afecto es algo que nace y se siente en el vínculo con los
objetos, es una respuesta y una reacción corporal que expresa un
sentimiento, pero también es algo que uno siente respecto de uno mismo.
Es más, es algo que se siente también con las representaciones de los
objetos y con la representación del yo propio, además de con los
objetos mismos. El afecto tiene historia y prehistoria entonces, la
propia del sujeto que lo siente (también la de la humanidad toda, es en
sus formas relicto conmemorativo de algunas acciones que otrora fueran
específicas en ella y también elemento participante necesario de lo
heredado a través de las protofantasías heredadas universales, como la
de la castración, por decir un ejemplo ligado intrínsecamente con un
afecto), historia y prehistoria que también la tiene la representación
del objeto, por cierto. El afecto marca los diferentes matices de esa
historia y crece, disminuye o cambia de signo en los avatares de esa
historia. Existen momentos privilegiados para estos cambios, el del
complejo de Edipo podríamos decir que es el principal y fundante del
destino ulterior de los afectos de la persona adulta.
Decimos
que el afecto en principio es algo cuantitativo (¿qué otra cosa que
energía?), algo del orden de una cantidad, de una carga o de una
descarga de esa energía (dependiendo en última instancia de esto último
el que sea placentero o displacentero), pero no es sólo eso, como vimos
por las diferencias cualitativas entre los diferentes tipos de afecto,
también lo es de una cualidad (la cualidad está otorgada por la
investidura, a su vez esta carga inviste a las representaciones y éstas
a su vez son las que invisten la carga dándoles “dignidad” humana, son
el recuerdo de lo que se sintió en el vínculo con el objeto, así se
cualifica esa cantidad de energía, en la historia de sus vínculos con
él). Es entonces energía cualificada en su relación con la
representación, por lo que por ello cambia de nombre y pasa a llamarse
libido o quantum de afecto, cualidad que además inviste a las
representaciones, que circula entre ellas, las del objeto (o la cosa) y
las de palabra que se refieren a las anteriores, generando ahora (las
palabras) relaciones entre ellas que las califican, les brindan la
posibilidad de llegar a una acción, otorgándoles también una lógica.
Las palabras a su vez al relacionarse entre sí siguiendo el camino que
estaba inserto en las representaciones-cosa por su historia, las que
ahora pasaron a palabra (el lenguaje) para que las conozca la
conciencia, a veces las fantasean como realizadas, otras las piensan
como algo a realizar. En ambos casos sin embargo pueden llegar o no a
la acción en la realidad y por ella volver a ser parte de una vivencia
buscada retornando a sentirse como el afecto ante esa nueva vivencia.
Esto puede ocurrir siempre que la investidura energética sea moderada,
esto es, en cantidades manejables para el yo, que pese a ello se
defiende (también esto y su modalidad están determinados por su
historia) con las represiones secundarias. Si la cantidad de estímulo
aumenta por encima de un determinado umbral la vivencia será
traumática, por debajo de ese umbral no se la percibirá.
En
determinadas épocas de la sexualidad infantil (lo preedípico y lo
edípico) los estímulos de esa índole en esa época de la vida
indefectiblemente son demasiados, dada la poca cantidad de
representaciones para ligarlos que posee el niño por su corta
experiencia de vida, son traumáticos entonces, generándose por ello
represiones primarias (por contrainvestidura) y con ello fijaciones,
determinantes a su vez de la modalidad de las represiones secundarias
posteriores.
Por
otro lado si los estímulos por parte del objeto no existen o son tan
débiles que no se perciben (vacío, carencia) no cualificarán a la
cantidad energética y ésta permanecerá como cantidad de excitación,
tensión de necesidad inmanejable para el psiquismo (angustia automática
o traumática), con lo que también esto se tornará traumático pues en la
primera infancia (en parte también en toda la vida aunque a veces esto
no nos guste) es cuando más se necesita de la vivencia con el objeto
para cualificar a la cantidad biológica y volverla psíquica.
Las
represiones primarias defensivas de la angustia ante el deseo
originario de la madre que se tornó incestuoso en determinada época de
la vida (complejo de Edipo), tendrán como resultado el cambio del
afecto respecto de lo deseado y su representación, entonces lo que era
placentero pasará a ser vergonzante, asqueroso o generador de culpa,
todas formas de la angustia que en última instancia lo serán de la
castración, aunque sin perder nunca del todo su atracción anterior, el
yo ahora usará defensas contra estos afectos nuevos que producirá el
objeto original, otorgándole a la angustia un papel central entre los
afectos (“moneda de cambio” metaforiza Freud) llevándola casi a ser el
afecto aquél al que todos remiten o del que todos nacen o del que
derivan, son sus derivados, sofisticaciones o retoños. Serán los
afectos que casi definen al alma humana.
Hecha
esta pequeña introducción surgida de la teoría freudiana voy a hacer
ahora (llevado quizá por una cierta compulsión repetitiva que me
trasciende, quizá también por como pienso a esta ciencia llamada
psicoanálisis) un nuevo pequeño vuelo rasante sobre ella para poder
desplegar a partir de la misma otro nivel de complejidad del concepto
de afecto, a sabiendas de que en mi forma de exponerlo o de mirarlo
mismas habrá una cierta deformación de ella, la que de cualquier manera
intentará permanecer dentro de su propia lógica, aquella que Freud
despliega a lo largo de su amplia obra. Me centraré para ceñir la
problemática en el desarrollo masculino, en parte por una cuestión de
reconocimiento de límites (roca de base llamaba Freud a lo que otros
pensarían más vulgarmente como la cuota de machismo de cada uno), pero
no sólo por eso, en parte porque también pienso que para el femenino
necesitaría de un desarrollo paralelo y quizá más complejo y me parece
que no me van a dar los tiempos, entonces elijo. La mujer está más
cercana a sus afectos, su defensa contra ellos es menor en términos
generales, hay muchas explicaciones para ello, aunque no hablaré aquí
de ellas, aceptaré lo que me es más fácil, lo reconozco, aceptaré mi
género. Simplemente entonces en mi manera de exponer la teoría
freudiana avanzaré con cierta libertad dentro de ella manteniendo su
línea general de pensamiento, tratando de ampliarla o de entrar en
nuevas perspectivas, siguiendo su “estela”. Ésta será mi manera de
leerla, de pensarla, mi manera de moverme en esta ciencia a partir de
su teoría.
Cuando
el bebé nace a la vida podríamos decir que se inunda de cantidad de
excitación biológica (interior) y excitación externa a su cuerpo, sufre
el trauma del nacimiento, la respuesta corporal que produce ante este
hecho (el llanto, la inervación vascular y demás) quedará como modelo
ante cada nueva situación de peligro, esta respuesta será el patrón
para la expresión de la angustia ulterior en todas las ocasiones en que
ésta aparezca como peligro exterior en un principio y como peligro
interior (el peligro pulsional) predominantemente después, en especial
cuando se termine de estructurar el aparato con un ello, un yo y un
superyó, aunque entonces será utilizada como señal para la defensa
yoica automática ante ella, predominando la memoria representacional
por sobre lo cuantitativo, con ello la defensa ante la posible angustia
por sobre la angustia misma.
Aquella
situación primera, digamos prepsíquica, con absoluto predominio
cuantitativo, irá deviniendo en parte cualidad en cada vivencia al ser
comprendida la necesidad del sujeto por alguien ajeno a uno (el
ulterior objeto psíquico, la madre o quien haga sus veces, siendo esto
ya una parte esencial y fundante de su historia y la de sus afectos), y
en especial después de que a partir de ahí éste realice, junto con uno,
las acciones que produzcan la disminución de la tensión cuantitativa
transformándola en placentera. Esto en parte irá marcando la ulterior
dependencia del objeto de cada ser humano, ya que luego de ser aceptada
la existencia del objeto, con ello su importancia para el sujeto,
proceso por otro lado lento y paulatino, placer y displacer pasarán a
ser en esencia experiencias que se viven con él, con quien siempre lo
fueron por otro lado, aunque ahora eso será cada vez más reconocido por
el sujeto, aunque se defienda.
La
vivencia de satisfacción, que de eso se trata, no es entonces un hecho
aislado, un hecho más, es un hecho relevante, fundador (lo es la
primera y lo es en verdad cada vez que se repita, más aún por el hecho
de que esta llamada repetición será en realidad y cada vez, distinta,
lo que sí se repetirá es el esquema, se diferenciará en los matices),
esa vivencia produce una huella que deja una representación compuesta
por tres elementos, a) la imagen de un objeto, b) de los movimientos
realizados y c) la sensación producida por la brusca caída de tensión
(el afecto). La vivencia de satisfacción se llama entonces así por eso,
por la sensación de satisfacción que produce (de manera paulatina las
próximas vivencias la satisfacción irán deviniendo vivencias de placer,
como un plus, así se irá desplegando la sexualidad humana), la
representación que deja da origen a los ulteriores deseos de volver a
repetir esa misma acción, con ese mismo objeto, para que produzca esa
misma sensación. Esto último es lo que esencialmente se busca (el
afecto) para eso se necesita de los otros dos (del objeto y de la
acción).
El
deseo ulterior constará de la siempre presente cantidad que surge del
estímulo que vendrá nuevamente del cuerpo o esto se desencadenará desde
el estímulo exterior, lo esencial es que esa cantidad, al estar unida
ahora a la representación, (ésta en última instancia es el recuerdo de
la vivencia), adquirió cualidad psíquica, por eso ahora ya no será sólo
cantidad sino que pasará a ser un deseo psíquico de algo representado
por el recuerdo de esa vivencia, por la representación de ese hecho, de
lo realizado en él y de lo sentido en él. Pero no será un mero
recuerdo, será un recuerdo investido con energía corporal, algo que
requerirá ser realizado, un deseo psíquico de que se repita eso que
representa ese “recuerdo”. Es un recuerdo del pasado que busca una
repetición en el futuro, busca volver a sentir aquél afecto placentero,
aquél placer, lo que se hará más urgente en la medida que aumente la
tensión de necesidad, el displacer. Esto es una descripción dinámica
obviamente, es la descripción de un recorrido que ahora tiene marcado
una direccionalidad, la del objeto, la del placer que se puede obtener
con él.
En
el razonamiento lógico utilizado por Freud en una exposición a un amigo
a partir de su experiencia (ese manuscrito fue llamado “Proyecto”,
quisiera acotar al pasar que en mi propia experiencia es en las
conversaciones con los amigos en donde a veces pensamos las mejores
cosas) encontramos entonces una explicación dinámica del encuentro
entre lo biológico (el infans, su tensión de necesidad), la necesariedad de la existencia del objeto, lo social
(la madre, el asistente ajeno) y sus acciones para producir efectos (la
huella mnémica y ulterior representación) y así devenir en lo psíquico,
el mundo de la cualidad, del posterior deseo psíquico de que esa escena
vuelva a repetirse para poder volver a sentir lo allí sentido: el
afecto.
Esto
se complejiza paulatinamente y desde muchos frentes, unos más
importantes que otros. Se sobredetermina, siguiendo la terminología
freudiana. La vivencia de satisfacción no se repite nunca igual
decíamos, el objeto y los movimientos pueden variar, quizá lo que menos
lo haga sea el afecto. La única experiencia que se podría repetir tal
cual sería la alucinación, que en realidad conduce a la frustración
pues no consigue lo principal, la descarga del afecto, por eso habrá
que inhibirla para que pueda existir el espacio del deseo y con ello la
posibilidad de búsqueda de su satisfacción en la realidad. Usando el
pensamiento, una satisfacción habrá, la afectiva, por más que tenga
matices diferentes, pues en lo que hace a la imagen del objeto y sus
movimientos la diferencia será aún mayor. Estas diferencias las
rellenará el pensamiento buscando parecidos y diferencias, ampliando
cada vez más el espectro de sus placeres y resignando o no sus ideales
pasados. Los hechos traumáticos originarán fijaciones en las diferentes
zonas erógenas según la historia escrita en cada uno en el vínculo con
el objeto a través de ellas. Se irá reconociendo al objeto como fuente
de placer después también de haber pasado por “la primera forma de
amarlo” (lo que Freud llama identificación primaria, o sea el haber
“sido él”), para pasar a “tenerlo” o no. Esto último generará afectos
displacenteros aunque ya cualificados, la angustia de pérdida de
objeto, el miedo de que el objeto no esté a mano para calmar la tensión
de necesidad interior cuando ésta surja y ante la que quedaría a merced
si no fuera por él, que se sigue necesitando para seguir cualificándola
cada vez más sólidamente. El conocimiento del objeto también se irá
complejizando a medida que su vínculo con él se vaya estableciendo a
través de diferentes zonas erógenas corporales generando cada vez más
una corriente de atracción hacia sí que ya podemos comenzar a llamar
amor (diría que el principal de los sentimientos, derivado
cualificado del afecto como cantidad que no obstante no renunció a ella
y no lo hará nunca, la cualificará), amor al objeto, deseo de obtener
placer con sus zonas erógenas en las propias.
Señores,
estamos asistiendo en esta explicación a la paulatina transformación de
la necesidad biológica en lo más elevado del alma humana, es una
maravilla, es para subrayarlo.
Este
amor será primero parcial y a medida que se reconocen las diferentes
zonas erógenas propias como un cuerpo propio comenzará a ser más
global, referido primero a un cuerpo, el cuerpo de una persona y luego
a sus acciones, lo que Freud llama sus atributos, lo que verdaderamente
es (siguiendo el precepto hegeliano de que uno es lo que hace).
Contemporáneo y hasta un poco anterior a esto será el aprendizaje del
lenguaje, de las palabras, del juego, que servirá para simbolizar y
manejar la angustia por reconocer a la madre como alguien diferente a
uno, pero que está en los momentos en que el sujeto la necesita (esto
es una estimación general y global, con errores y demás, mientras estos
no predominen o sean muy fuertes por así decir). Aparecerá de a poco la
figura del padre, primero no reconocido como rival sino como figura
identificatoria también primaria todavía, por querer ser como él
simplemente por cómo hace las cosas y demás, no por querer sacarle nada
como irá sucediendo en forma paulatina a medida que se desencadenará el
drama edípico al arribar a la zona erógena fálica como zona erógena
predominante con la que culminará el reconocimiento del objeto (ahora
castrado o no castrado de ese falo del que se está viviendo la cúspide
de sus sensaciones, afectos, con ello la cúspide de su importancia) y
el nacimiento definitivo del yo realidad, o de un nivel de él ya lo
suficientemente complejo como para comenzar a entrar en algunas
batallas. Éstas serán en última instancia con el padre, al que se
terminará de cruzar de frente en la “encrucijada de Tebas”. Éste será
el período más traumático de la sexualidad infantil y se trastocarán en
él todos los valores trabajosamente conseguidos hasta entonces. La
prehistoria propia de la sexualidad se irá al fundamento. Cambiará la
forma del afecto con el objeto original, de la atracción por las zonas
erógenas se pasará a un amor por la protección y el cuidado llamada
ternura, se coartará en su fin la atracción fálica y se caerá en un
período de latencia, con él darán comienzo efectivo los llamados
sentimientos sociales, coartados en su fin sexual, desexualizados por
así decir, formas del amor que sostienen el ligamen social, pues el
sexual no inhibido es asocial, de cualquier manera habrá
sofisticaciones y mezclas de esto en la práctica que complejizarán aún
más el panorama.
Hasta
aquí vimos un aspecto de la cosa, el más ligado al amor, dejaremos en
suspenso el desarrollo ulterior al final del complejo de Edipo, que de
cualquier manera y pese a esta descripción universalizadora de algunos
de sus problemas, es altamente individual en la manera de resolverlos,
o de no hacerlo, incluso con cierta influencia de las costumbres
sociales previas que actúan también sobre esa individualidad.
Con
respecto del afecto que podríamos llamar opuesto al amor, el odio,
también tenemos un derrotero de formación complejo que a su vez depende
de la historia personal. Las sensaciones nacen con uno en la historia
propia con los objetos, se despliegan, crecen y toman el carácter de
sentimientos, en la medida que se unen a representaciones y como
sabemos a lo que les dio origen, que es la relación con los objetos.
Agregaremos
algo a esta lógica del odio, el desarrollo también histórico de los
avatares de la pulsión de muerte en el sujeto, que si bien termina
siempre en lo mismo, también se diferencia en los recorridos diferentes
de cada uno para alcanzarlo.
Voy
a aceptar que existe desde el principio una tendencia original en todo
ser vivo a volver a lo anterior a la vida, lo que llamamos pulsión de
muerte, y que ésta desde un principio debe ser deflexionada hacia el
exterior merced al aparato muscular para poder en parte vivir
(cambiando por ello de nombre, pasando a ser pulsión de destrucción),
al principio esto se produce en el mismo llanto y pataleo incoordinado
y luego, a medida que se domina el aparato muscular, mezclándose con la
pulsión sexual, en la forma de apoderamiento del objeto (el no dejarlo
escapar porque se lo necesita, aunque se lo haga sufrir), sadismo y
demás, antes había sido, digamos que peor aún la mezcla, en la “oral
canibalista” el comerlo era la forma de amarlo y admirarlo (modelo de
la identificación por otra parte). Las situaciones traumáticas en estas
épocas generarán fijaciones respecto también de la modalidad de manejo
del odio como cosa separada del amor o no o hasta cuándo y dónde,
también la modalidad de los tratos hacia el niño a través de las
identificaciones con los atributos de sus objetos (la fórmula de que
uno será con los demás de acuerdo a cómo los demás fueron con uno es
bastante correcta, aunque no lineal por supuesto, hay más aristas, las
identificaciones se van complejizando también, entre otras cosas porque
comienzan a tomar un matiz hostil, con ello a integrar al superyó). Al
llegar al predominio fálico, el odio se separa definitivamente de la
forma de amar, se enfrenta con ella, se ama a la madre y se odia al
rival, el padre, ya no se ama de forma “odiosa” (incluyendo al odio
dentro del amor como en las dos predominantes anteriores), se ama sin
restricciones y se odia sin restricciones a diferentes objetos, si bien
existe también en esos tiempos la ambivalencia amor-odio, pero entre
afectos que ya son considerados como opuestos (el conflicto es un
conflicto amor-odio, no está en todo caso en la forma torturante de
amar como una sola cosa), claro que sin perder del todo lo anterior a
lo que se puede regresar, pero eso ya es harina de otro costal, por
citar alguna que otra frase ya hecha. Por aquí también arribamos al
drama edípico entonces, es otra cara de él, la del deseo parricida.
La
condición para acceder a la cultura será la prohibición del incesto y
la del parricidio. El niño no puede resolver este conflicto, entre
otras cosas porque ya ahora no tiene manera de realizar ninguno de
ambos deseos pues aún su desarrollo biológico está a mitad de camino
(según Freud aquí la historia cambió a la biología). No hay otra vía
para él que enviar también todo al fundamento y concluir de instalar la
represión primaria que producirá el cambio definitivo de los afectos
con el objeto original (ternura con la madre, ambivalencia amor-odio
con el padre, de la que será más fácilmente aceptada en la conciencia
el amor por sobre el odio), esto irá forzando en forma más o menos
brusca, más o menos paulatina al cambio de objeto, en este período de
latencia aparecerán los primeros amigos entrañables, no ligados con la
satisfacción directa de las zonas erógenas, será el origen de lo social
que partió del vínculo entre hermanos en el que estaba incluido además
el odio a la manera de los celos, rivalidades y demás (todo lo sexual,
producirá la curiosidad infantil, algo más alejada de los hechos aunque
no separada, algo más cercana al fenómeno psíquico, en especial al
pensamiento) se elegirá al objeto forzosamente por fuera de los objetos
originales y así se irá yendo hacia la exogamia en el camino difícil
hacia la pubertad, donde reaparecerán los fuertes deseos de
satisfacciones en las zonas erógenas que nuevamente complejizarán a los
afectos. Mucho de lo que era placentero con el objeto original anterior
al complejo de Edipo dejará de serlo, pasará a ser angustiante,
asqueroso, vergonzoso y culpógeno, nuevos afectos que se irán
instalando fuertemente en el aparato para impedir que suceda lo que
anteriormente era satisfactorio. Estos afectos nuevos producidos por la
represión primaria serán el motivo de las defensas ulteriores como
represiones secundarias con la posibilidad posterior del retorno de lo
reprimido. Ahora la defensa será contra ellos que a su vez son
resultado de una defensa anterior. Se generarán así defensas más
complejas y los afectos originales quedarán en el olvido, de cualquier
modo reaparecerán de diversas maneras como siendo extraños a uno, como
retornos de lo reprimido, aunque lo reprimido no serán ellos sino la
representación que los aloja, la que oficialmente dejará expresar las
diferentes formas de la angustia. La represión primaria generará el
olvido definitivo de la sexualidad infantil (el inconsciente reprimido)
y la secundaria la salud aparente mientras sea exitosa y la neurosis en
general cuando retorna lo reprimido merced a síntomas. Todo esto
generará una revolución en el mundo afectivo que será duradera y dejará
improntas indelebles en la personalidad del sujeto. El a posteriori
será esencial, pues los afectos cambiarán hacia el futuro y hacia el
pasado, no se reconocerá la existencia de la sexualidad infantil, no se
la recordará siquiera, sólo sus mitos y recuerdos encubridores (será
parte esencial del máximo descubrimiento freudiano y piedra de origen
del psicoanálisis, el inconsciente, nada menos), es más, será
considerada perversa cuando permanece o reaparece en el adulto, aunque
esto último también dependerá más de las costumbres culturales en las
diferentes épocas. La sexualidad tomará en el varón distintos
derroteros al volver a encontrarse en el mismo camino y dirección con
el amor, se podrá en parte separar de él y quedar en sexualidad sola y
ocasional (con ciertos pequeños aditamentos llamémosle impropiamente
perversos), degradarse (el objeto amoroso, tierno, no será entonces el
que produce la atracción sexual) o unirse en una síntesis y llegar a la
forma más elevada del amor, el amor genital, duradero más por el
componente de amistad que por el sexual, dado la diferencia en los
niveles de descarga de las sensaciones erógenas. O se mantendrán
predominando cualquiera de las tres líneas de la vida del sujeto de
acuerdo a las circunstancias y las épocas que a éste le toque vivir, a
lo que no será ajeno el accionar del objeto. Se producirán las
transferencias y se elegirá al objeto de amor (se lo buscará
“reencontrar”), a éste también se lo podrá a su vez perder de maneras
diferentes con lo que aparecerá un nuevo afecto, el dolor psíquico, el
trabajo doloroso del duelo. Lo social se centrará en lo que Freud llama
pulsión de meta inhibida, o sea la amistad, la ternura, la solidaridad
y demás. Los componentes del odio derivarán en la rivalidad, la
envidia, los celos, y así (siempre serán odio mezclado con amor, el
modelo partirá del complejo fraterno, el vínculo con los hermanos)
componentes también sociales importantes, en los que puede haber más o
menos agresión y violencia, o sea ser más o menos sociales, más o menos
asociales. A mayor porcentaje de odio, violencia, envidia, celos y
demás, el hombre será más lobo del hombre por cierto, aunque siempre
esto va a estar, no funcionemos como una ilusión más porque de seguro
desilusionaremos.
Fruto
de la constitución de un aparato psíquico con un ello, un yo y un
superyó (con su ideal del yo y su conciencia moral) y un inconsciente
reprimido por una represión primaria reforzada por las secundarias o
mecanismos de defensa, el ser humano funcionará en lo social repitiendo
más allá de su voluntad el esquema infantil del complejo de Edipo, esto
quiere decir que se agrupará en torno a un líder (remedo paterno)
ideal, más o menos de manera preconsciente más o menos inconsciente
(hasta con resistencias férreas a reconocerlo) representado a veces por
una persona o una idea, una abstracción, surgidas a partir de ella, o
una ideología (ésta no necesariamente consciente tampoco), se
identificará entonces con sus pares (hará lo que hacen sus cercanos,
querrá parecérseles, pertenecer a un grupo, a una clase social, y
demás) y seguirá a su líder para pasar luego a oponérsele y querer
ocupar su lugar. Quizá con el pretexto de cambiar esa ideología, lo que
en parte alguno conseguirá en algo pero en verdad pasará a repetirse el
mismo ciclo, la misma estructura, lo que podrá cambiar a lo sumo serán
sus formas, lo que no es poco quizás, aunque debemos darnos cuenta que
no es todo. La sociedad humana así edificada, remedo más de la horda
primitiva que de la alianza fraterna pese a sus luchas más o menos
verbales, más o menos producto en apariencia de la razón, tendrá
siempre un malestar, fruto en parte de la insatisfacción esencial de
los deseos infantiles que son su condición y base fundacional y de la
lucha que podríamos resumir simplista y metafóricamente entre los hijos
y los padres. Amén de que podríamos agregar más. En la esencia de lo
social, en el mecanismo sublimatorio mismo que la genera, se produce
desmezcla pulsional, o sea liberación de pulsión de muerte o
destrucción, con lo que la creatividad humana lleva en sus gérmenes
mismos su posibilidad de destrucción. La bomba atómica (acto
sublimatorio científico producido por esta civilización a la que
pertenecemos, nos guste o no), origen de la crítica más fuerte a la
modernidad como concepción filosófica y época social y a la razón
humana como su centro, es un buen ejemplo de ello. En ese derrotero
social el drama edípico, más o menos metafórico, más o menos real, cuna
del odio y del amor, buscará repetirse ¿Quién ganará la batalla? ¿La
razón es entonces el verdadero enemigo del hombre? ¿Se podrá ampliar la
razón consciente con el espacio que hasta ahora perteneció al
inconsciente? ¿Será escuchada la advertencia freudiana?
La
sociedad es lo que es, no es ideal, esto no es óbice para que luchemos
con más o menos violencia porque se acerque a lo que cada uno pensamos
como ideal y en ese camino aparezca como lo contrario, pero esto ya es
la historia social y bueno, no pretendemos ser una concepción del
mundo, no somos una ideología más, venimos a denunciar las
irracionalidades base de sus razones, también tenemos un método para
descubrirlas en cada uno de nosotros. No estamos contra la razón pese a
todo, sí contra la razón separada del afecto, que es lo que más la
acercaría al verdadero conocimiento de la realidad, en especial al
afecto histórico de cada sujeto, el perteneciente al inconsciente en la
misma representación que quedó de su experiencia. Pretendemos que esto
pueda ser conocido por la conciencia de cada sujeto único y así se
amplíe el espacio de la razón actual. Nuestro objetivo es el individuo
en todo caso inserto en esa sociedad que por otro lado no es única, con
muchos matices propios de las diferentes historias de sus pueblos,
aunque siempre con una estructura básica que se repite. Nuestro fin en
lo que aquí nos reúne y siguiendo en esto al ideario del padre del
psicoanálisis, no será por cierto sólo adaptar el individuo a cada una
de esas sociedades entonces. En todo caso apuntará a que pueda
pensarlas mejor a partir de pensarse en ellas y pueda encontrar a
partir de ahí los verdaderos caminos para mejorarlas. Nuestro fin como
psicoanalistas será entonces recuperar la posibilidad del sujeto de
sentir sus afectos más profundos y primarios dentro de una ética
ampliada y problemática, que conozca sus pulsiones y sus deseos, con
ellos sus afectos, y los acepte como propios, de manera sentida, en un
proceso como el psicoanalítico, a través del conocimiento de su
historia, del levantamiento de sus represiones (incluyendo en esto las
escisiones del yo, las desinvestiduras inconscientes, el aislamiento
del afecto y demás), de la historia de su formación y de la historia de
su defensa contra los mismos, su posibilidad también y gracias a ellos,
de lograr una vida mejor, una vida realmente digna de ser vivida, una
vida en la que la esté presente la nueva razón así lograda, recuperando
la propia antes reprimida, en la que la palabra esté directamente
relacionada con la representación de la cosa, con ello del afecto
concomitante, y así, mediante esa nueva actividad de pensamiento que el
sujeto pueda realizar mejores acciones específicas que lo lleven a
“cambiar la faz de la tierra”, más en su provecho propio y el de los
demás que en su contra ¿Podremos?