/PSICOANÁLISIS/ Desanudarse no necesariamente enloqueceUna respuesta estructural
Álvaro Couso Había partido, mi exposición, de la conocida frase de J. Lacan “Mejor pues es que renuncie quien no puede unir a su horizonte la subjetividad de la época” (1) Se trataba de un encuentro de trabajo con los Residentes del Hosp. Ramos Mejía y ese significante que reunía la subjetividad a la “época” vino a constituirse en el vector que ordenó la problemática que abordamos. Esa relación, la conjunción de subjetividad y época en un espacio común, donde los elementos de un conjunto y otro se superponen permitió fijar los determinantes que, más allá de aquellos que surgen de las constelaciones familiares, vienen a condicionar la conducta del hombre de nuestro tiempo. Entre los referentes más sobresalientes subrayemos por sobre el amor, la violencia de “una época de odio” (2), de “lucha de clases”(3) “ lucha sexual”(4) “ por la vida”(5), por “la autoconciencia” (6)... De hecho una interpretación en el terreno de las ideas que presupone una confrontación en todos los planos de la vida que, por otro lado adquiría una realidad insoslayable con la segunda guerra mundial y de allí en más con las nuevas modalidades de la confrontación bélica. En la esfera de las expresiones culturales ese “odio”, destruyó la plenitud del objeto y sus representaciones, en la pintura los Impresionistas haciron de haces de luz, de manchas de color, formas que sólo pueden componerse a una distancia adecuada, un Picasso condensa simultáneamente y de forma ubicua una nueva perspectiva, alguien como Marinetti podía sostener que la primer guerra mundial era el más bello poema futurista jamás escrito, afirmación que como podría esperarse lo llevo a adherir al fascismo, en tanto que en la literatura Joyce descomponiendo la lengua, iluminaba el mundo interior, el alma, como nadie lo había hecho hasta entonces, los monólogos de Bloom y de Molly Bloom le dieron letra de molde al inconsciente, la escritura de Finegan Wake elongó lalengua en un entrecruzamiento de idiomas, con una ortografía que desafiaba los significados y creaba sentidos impensables en una producción de “joks” marcados por un alto contenido erótico, los surrealistas a través de la escritura automática borraban al autor y la intención creativa, la música atonal de un Schönberg proponía una nueva teoría de la armonía, el serialismo de un Stravinski creaba mediante la variación o la repetición de cualquier parámetro musical y a la disolución del objeto en la física moderna se sumaba Freud y el psicoanálisis inventando el objeto parcial, devenido a en Lacan. El inconsciente expresión de la división del sujeto, mostraba el mismo proceso. La muerte del hombre anunciada por Goldman, era sintetizada por Foucault “... ser moderno es no aceptarse uno mismo tal cual es en el flujo de los momentos pasajeros...” “La modernidad no libera el ser del hombre. Lo obliga a encarar la tarea de producirse a sí mismo”(7) La concepción del tiempo a partir de la teoría de la relatividad y del caos, la traducción del desarrollo tecnológico en instrumentos, en máquinas de eficacia y productividad hasta ese presente inimaginable trajeron una experiencia del tiempo que tuvo como consecuencia la expansión del instante que impidió definitivamente al hombre captar la totalidad dentro de la que creía vivir, simultaneidad y sincronismo en la creación de los objetos de su mundo y la presencia constante de la muerte que propone buscar un último sentido accesible a la vida. Subrayado este perfil, no podía dejar de preguntarme cómo este real que atraviesa al lenguaje, que tiñe el imaginario de nuestro pensamiento podía no ser tenido en cuenta, ya sea por los analistas como por los analizantes, cómo podía no marcar, condicionar, las referencias de nuestro i de (a). Siguiendo al maestro francés en sus elucubraciones, frente a lo que él había llamado “palabras impuestas,” me formulaba el interrogante por su lado más evidente “Cómo no sentimos todos que las palabras de las cuales dependemos nos son impuestas de alguna manera?” Si por la palabra “el ser humano está enfermo. ¿Por qué el hombre llamado normal no se da cuenta de ello?” (8) ¿Cómo podríamos entonces, permanecer ajenos a su realidad? ¿Cómo esa verdadera realidad histórica podía desconocerse? ¿Cómo esas expresiones de la época podían renegarse? Por otro lado podía oponer a esta negatividad radical la frase de H. Miller “Cada palabra es una franja, un barrote, pero no hay ni habrá nunca suficientes barrotes como para construir la reja” Es decir algo permanecerá siempre pasible de deslizarse por fuera del cerco, del encierro mostrando una porosidad creadora de otra realidad. Llegado a este punto recordaba no obstante el asombro, el “desconocimiento” aducido por los habitantes de los pueblitos próximos a Dachau, a Buchenwald, sobre lo que allí acontecía, la sorpresa y el repudio tardío por lo que había sucedido en nuestro país en la década de los setenta. Fuera de la mala conciencia, del ocultamiento por la culpa, del rechazo a toda responsabilidad ¿Cómo fue posible desconocer esa presencia de la muerte, el hedor de la carne quemada, la sordera a los gritos de los detenidos, la indiferencia ante los desaparecidos? ¿Era necesario participar de una ideología de izquierda para que esa verdad nos alcanzara? ¿Más aún aunque pudiera suponerse que la existencia de esos acontecimientos fuese una ficción, cómo se podía ser “derecho y humano” y que bastara un salto para no ser holandés? Se trataría tan sólo del fenómeno de la negación o de la renegación? No parecía probable, la explicación debía surgir de otra hipótesis. La encuentro en la siguiente referencia de J. Lacan “ Supongan el caso de otro nudo, que antes llamé olímpico; si uno de vuestros redondeles de hilo les... revienta, por así decir, debido a algo que no les concierne, Uds. no se volverán locos por ello. Y esto porque, lo sepan o no, los otros dos nudos se sostienen juntos y eso quiere decir que Uds. están neuróticos. En base a esto siempre afirmé algo que no se conoce lo suficiente: que los neuróticos son irreventables. Las únicas personas a las que vi comportarse de manera admirable durante la última guerra -Dios sabe que no me causa especial agrado evocarla- son mis neuróticos, aquellos a quien aún no había curado. Eran absolutamente sublimes. Nada los afectaba. Así les faltara lo real, lo imaginario o lo simbólico, ellos aguantaban” (9) Partamos entonces para el desciframiento de estas afirmaciones del hecho que, para los neuróticos puede existir algo que no les incumbe, pueden permanecer ajenos a esa realidad y a sus efectos, lo toleran. Su estructura resiste. ¿Pero cómo concebir lo que no concierne? ¿ Qué compondría ese conjunto? ¿Qué podría haber hecho tan radicalmente Otro al otro? Cómo adelantaba un poco más arriba ¿qué permitió la ignorancia de alemanes y argentinos? Si no fue aquello que Freud definió como el narcisismo. Al contrario de lo que pasa con la rana que fuma hasta reventar, los neuróticos son irreventables, nos dice, Lacan que apela a la metáfora en otras dos oportunidades (10), expresando de este modo el efecto de infatuación, mostrando como en la neurosis, para él caso el obsesivo, puede ser llevado hasta los límites de su deseo por la insuflación que produce el falo. Ovidio recordemos, en las Metamorfosis relata el mito y la muerte de Narciso, resaltando el rechazo de Eros y la fascinación por su propia imagen, “insensible al resto del mundo, se deja morir inclinado sobre su propio rostro” (11) Lo que no les concierne es entonces el amor, el lazo al otro, es decir todo aquello que escapando a su mirada los deja enajenados en su mundo. Ahora bien, Lacan muestra que esto es posible porque el anudamiento del que se trata no es el borromeo, si así fuera al soltarse uno de los anillos se desanudarían los otros dos quedando todos en “libertad”,”locos”. (12) En cambio en el nudo olímpico; - con el que demuestra su argumentación, emblema de las Olimpíadas-, encuentra que se caracteriza por que dos de los anillos se anudan entre si mientras que el tercero lo hace no con uno sino con los dos, esos tres así anudados no constituyen una cadena, y si se quita uno los otros dos quedan anudados y eso dice, es estar neurótico. Si bien en el desarrollo de su elucubración Lacan llega a la necesidad de concebir la imprescindibilidad de un tercer anillo, incluso de un cuarto anudados de forma borromea para que la estructura se sostenga, si no damos por superada esta concepción del nudo olímpico, como efecto de un momento en el progreso de su elaboración, desechandola, es necesario no pasar por alto el problema que plantea. El anudamiento de lo imaginario, lo simbólico y lo real no va de suyo, sobretodo por el hecho de la dificultad para concebir este último registro que se halla tan “oculto” como la tercer dimensión espacial (13); Lacan se sirve del apólogo, del obstáculo que es para nosotros operar con la profundidad, siguiendo a M. Merleau-Ponty (14) afirma que somos seres de dos dimenciones y con ellas nos manejamos. Del volumen, lo real, del nudo no tenemos más que una aproximación simbólica, una construcción imaginaria. Al no poseer consistencia todo intento de operar sobre su realidad desde lo simbólico nos reenvía a nuestro imaginario, puesto el nudo frente a un espejo nada lo diferencia de su imagen especular, he ahí toda la dificultad para manipularlo. De esto trata la normalidad, de que la ruptura de uno de los anillos no deja en libertad a los otros dos, la anormalidad en cambio es el desanudamiento de los tres registros. Ahora bien, Lacan avanza un paso más, no dice que uno de los registros se desanuda sino que incluso puede faltar y que aún así la estructura llamada neurótica, normal, resiste. Él confirma que aguantan, ¿cómo concebir entonces la estructura con esta falla? Si bien para ello es imprescindible considerar la consistencia como imaginaria, aún con la falta de este registro, la alternativa surgirá de “que al imaginario como nudo lo duplicamos con lo simbólico” (15) pero para el caso ya estaría presente el cuarto anillo El neurótico al imaginarizar uno de los términos del fantasma, al identificarse imaginariamente con el sujeto crea la necesidad de un simbólico suplementario: el síntoma, (16) o cuarto anillo que anuda su estructura, pero esto sabemos, es efecto del progreso del análisis. Escuchando entre las muchas banalidades que justifican la regla fundamental, a veces nos encontramos con ciertos relatos que sin duda han sido atravesados por la tragedia y no podemos dejar de preguntarnos cómo resistieron, cómo no se volvieron locos, “aguntaban”. Dice un refrán popular que: “no hay dos sin tres”, leído a la letra ese dos no puede surguir más que del tres, y ese número causado por el otro, sólo adquiere consistencia por la anterioridad lógica de su sucesor. El anudamiento borromeo como ya lo observamos se caracteriza por el hecho de que el desanudamiento de uno de los anillos deja libre a los otros dos deshaciendo el nudo, cosa que no sucede con los neuróticos. Los pacientes que llegaban en aquel momento a Lacan carecían –en el ejemplo utilizado- de lo real, sin embargo esa falta no los enloquecía ya que había quedado anudado lo simbólico y lo imaginario y bastó el análisis para que ese real se les impusiera “despertándolos”, anudándolos sintomáticamente. En el caso de las estructuras clínicas este particular anudamiento muestra la consistencia de la fobia, si el síntoma de la fobia se caracteriza por evitar el encuentro con el significante del deseo, la angustia no puede surgir más que frente a la posibilidad de que ese encuentro se realice y la amenaza de violencia entonces surge de la interpretación neurótica de la castración. La falta sin embargo constatamos, puede ser producida en cualquiera de los registros, en lo real como hemos visto, en lo imaginario o en lo simbólico. Un paciente obsesivo se lamenta inconsolablemente por una idea que se le impone “ser el asesino de la madre” su duda no pasa por la realidad a la que se somete y su sistema simbólico no ha sido afectado, sin embargo la idea lo acosa y borra toda posibilidad de acción, la ausencia de lo imaginario, que deja anudados lo simbólico y lo real lo ubican por fuera de la escena del mundo al que no puede integrarse, su existencia pasa por metas que no comprometen su ser en una realidad que le es permanentemente hostil, pasa llorando el día entero sin poder levantarse de la cama, en cambio una joven adolescente al quejarse de no poder establecer una relación de pareja duradera cuenta que su forma de acercarse a los jóvenes que le gustan es “bardeándolos”, haciendo desear al otro se asegura de la permanencia del deseo, la hipótesis dice entonces que cuando lo que falta es lo simbólico, el significante del otro sexo, quedan anudados lo real del sexo y lo imaginario falicisado del cuerpo afectado por la pregunta sobre el ser de la histérica. Concluyendo agregaba Lacan que esto acontecía con “aquellos a quienes aún no había curado”...
BIBLIOGRAFIA CITADA (1) J. Lacan Escritos: Función y campo de la palabra. Pág.138 Siglo XXI
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