/PSICOANÁLISIS/
Formalizaciones significantes elementales a partir de una presentación clínica
Álvaro Couso
Todo lo que se manifiesta es una
visión de lo invisible.
Anaxagoras
... y supo que el miedo era la herida
más desgarradora.
J. Steinbeck
El texto que desarrollaré, como su título lo anticipa, es el efecto, la construcción retrospectiva de una presentación clínica hecha por un analista residente del Hospital Ramos Mejía. Se trata de algunas puntuaciones sobre esa particular forma de la neurosis que caracteriza a la fobia. Partiendo de la cura analítica como marco ordenador caracterizaré diferentes manifestaciones del ser en la clínica En función de la cura, la transferencia y de acuerdo a las modalidades que adquiere la evitación de la castración, léase represión, renegación y forclución han podido caracterizarse rigurosamente tres estructuras: neurosis, perversión y psicosis. Sucintamente la teoría de las estructuras se articula sobre las identificaciones imaginarias a los cuatro lugares significantes de la cadena del inconsciente. Explicitados a partir del esquema L, la formalización del significante no verbal, el falo, introduce una oposición lógica al ternario freudiano constituyéndose en un verdadero exceso. Descriptivamente puede observarse en el diagrama que se adjunta, como los tres significantes del complejo de Edipo han de corresponderse con los tres momentos lógicos del significante. En primer lugar la madre caracterizada como el objeto primordial es situada por Lacan en a, definida también como receptáculo del deseo por la Cosa, en otros términos el Otro originario del deseo, el Otro real, es la referencia obligada a la plenitud mítica del cuerpo materno. Cuando ésta es atravesada a su vez por la dimensión radical del significante, experiencia de lo real, se desgarra en su plenitud. Vayamos ahora al segundo vértice I, definido como el lugar del ideal del yo, es ocupado por el padre real al que el sujeto se identificará para obtener la posibilidad de acceder a su deseo. El tercer lugar, designado por la letra A es el del nombre del padre que ha devenido significante en el segundo tiempo del Edipo, cuando la madre convirtiéndose en deseante, lo nombra. Por último, el cuarto vértice lo ocupa el sujeto S, el que excluido del sistema puede incorporarse tan solo como “muerto” en el juego de los significantes.
Decíamos entonces que las identificaciones imaginarias que realiza el sujeto a estos cuatro lugares serán los determinantes de su estructura. Si partimos de la que realiza al falo vamos a obtener la posición más radical, identificarse al falo es ser el falo, no existe para esta posición la castración, caracterizándose de este modo la psicosis. En segundo lugar la identificación a la madre, al objeto primordial, a aquella que no puede ser privada de lo que no ha tenido distingue a la perversión, es la exhibición de la falta a condición de ser colmada. La identificación al padre ideal o al ideal del yo será la específica de la neurosis, el hombre aparece como portador del falo pero no siéndolo, la posesión pone inevitablemente en juego la posibilidad de la pérdida. Si en cambio, la lectura que se realiza parte desde el fantasma podrá observarse que mientras para la neurosis el acento recae sobre el sujeto, para la perversión lo privilegiado será el otro término de la ecuación: el objeto. Por último el cuarto lugar, la identificación al padre simbólico estará dada por aquel que advendrá al fin de un análisis, oferta una cierta asunción de la castración, constituyendo la presencia responsable de la finitud y de la muerte para cada hombre, conlleva además la confrontación con la verdad de su deseo. Es justamente en esta posición que se realiza el duelo por la pérdida de la plenitud del objeto.
A partir de la teoría del significante la concepción del inconsciente adquiere una nueva significación. Los conflictos psíquicos son explicitados por la represión del deseo y la castración en razón a la identificación imaginaria con el padre real como sujeto de la ley. Esta modificación de la concepción freudiana al no implicar una relación forzosa de exclusión entre el inconsciente y el mundo, hace que éste aparezca en él sin pertenecerle. El sujeto emerge por el acto de enunciación y la represión al caer sobre el significante, borra al sujeto, haciéndolo desaparecer en el acto mismo de la enunciación, conformando al síntoma en el retorno de ese significante reprimido. “…la represión y el retorno de lo reprimido son lo mismo” (1) El síntoma es entonces el significante inconsciente que aparece en el mundo pero teniendo que ser excluido de él. Al crear sus síntomas el neurótico reprime, satisfaciendo su estructura. No será otra cosa lo que demanda en el análisis, que se lo libere de sus síntomas en la creencia de un mundo puro donde lo inconsciente devenga todo conciencia, todo saber. El síntoma presenta entonces dos caras: significante y significado. “…el síntoma es aquí el significante de un significado reprimido de la conciencia del sujeto” (2). El significante excluido en el síntoma no deja de aparecer en el mundo. Como podemos apreciar la identificación imaginaria del sujeto permite la presencia de la falta y de la finitud. Identificación imaginaria al padre real constitutiva de la neurosis, sujeto de la ley, el que advendrá padre imaginario.
Pasemos ahora a considerar la cadena inconsciente, allí el significante del deseo sólo puede hallarse en tres lugares: el del objeto, en el sujeto o en el Otro, -ya que el significante fálico no es verbal-. Tres lugares significantes para el significante del deseo. Como ya hemos anticipado el significante del deseo, -padre simbólico- determinará en la estructura a los otros personajes en juego: la madre y al padre real. Los lugares del sujeto, el objeto y el Otro vendrán entonces a ser ocupados por: la madre, el padre real y el padre simbólico.
Siendo siempre la identificación del neurótico una identificación al lugar del sujeto, me referiré en esta exposición exclusivamente a la forma que desarrolló una fobia en el discurso de un analista en la presentación de una de sus pacientes. Se trataba de una joven de 19 años; resalta en su descripción inicial la siguiente frase “sus palabras fluyen sin corte”. Esta cualidad de su forma de decir, esta metáfora, este estilo, pone en relieve la función universal del objeto fóbico: la necesidad de colmar el intervalo significante. Defensa y conjuro. Todo debe llenarse, a fin de que el vacío que generan las pausas discursivas no vaya a dar lugar a la angustia. Esta se exhibe sin embargo en sus crisis, “tengo miedo, no pudo salir, no puedo viajar en colectivo, no sé que hacer con mi vida, me transpiran las manos, me ahogo, tengo taquicardia, no puedo dormir, estoy desesperada” El miedo inespecífico no centrado en torno a un objeto se disemina ocupando todo el espacio que la circunda. Es probable que desde su agorafobia exista el intento de introducir un nuevo orden entre el adentro y el afuera, una tentativa de instaurar limites que demarquen esos espacios a fin de diferenciar y reconocer su cuerpo, fundamentalmente la función de su órgano sexual.
La construcción particular de la frase “me falta el lado materno” detiene nuestra escucha, este modo singular de referirse a la ausencia de su madre, genera una ambigüedad de sentido. Leído a la letra, “el lado materno” es lo que no tiene, la alternativa de la cual ella carece. El relato exhibe –por estos recortes- esa zona fronteriza entre lo imaginario y lo simbólico, allí donde el objeto a, creado en el campo del Otro en lo simbólico genera efectos devastadores en el campo imaginario del narcisismo. En la metonimia del discurso se van conjugando las diferentes manifestaciones de su padecimiento, sobre todo aquellas que la hacen concebir que ella no es nada, pura apariencia detrás de la cual no puede sostenerse.
De la anamnesis surge que esta joven tiene dos hermanas, una tercera -la mayor muere a los 11 años cuando la paciente tenía 5- se había comportado con ella como su verdadera madre. Esta muerte sobre la que sus padres no le informan, “no me dicen nada”, vendrá a duplicar y a resignificar el abandono primario atribuido a la ausencia y al silencio de la madre. Este silencio que se reitera, deja al sujeto anonadado, sumergida en la angustia, develando así la verdadera función de la fobia, sustituyendo al objeto de la angustia por un significante que provoca temor.
Impedida de realizar cualquier actividad, se queja de no poder estar con otro, no puede hacer ni mantener sus amistades El otro le produce temor. El significante en el campo del Otro adquiere una dimensión agresiva, tiñendo todos sus vínculos con ideas persecutorias.
Su madre “no la acompaña”, “le habla mal”, le “pone mala cara”…
Las conductas impulsivas que caracterizan su comportamiento han hecho que tempranamente comience a ser medicada, en ello asienta una respuesta adictiva que luego pasará de los fármacos a otros objetos de consumo. Siente que su madre no la ha protegido, encolerizada le demanda: “debía haber sabido”,“ yo si soy madre... (dirigiéndose al médico tratante) se lo discuto y le preguntaría ¿qué té pasa hija?” De este modo expresa que su madre no repara en ella, que no ve lo que le sucede, no dando lugar a su demanda.
Consume drogas durante un año a partir del cual liga su abstinencia a prácticas homosexuales, efecto de no haber podido abandonar su primigenio objeto de amor, no pudiendo identificarse a ella, va de un objeto a otro sin satisfacerse. Se evidencia en esta conducta ese interregno, esa intersección, la “juntura” que realiza la fobia con la estructura de la perversión. Bien podríamos interrogarnos si ha habido para esta joven una pérdida, una caída de ese objeto que ella invistió al complementar el deseo de su madre, al constituir a la madre fálica, o si quedó al borde de un duelo que no ha podido realizar en ese primer tiempo constituyente del Edipo. Desde esa premisa la elección homosexual del objeto no responde totalmente a una identificación histérica al padre en donde la mirada libidinal propone al enigma de su identidad sexual un único objeto posible: la madre. Es esta característica justamente la que llevó a Lacan a decir “... es al nivel de la fobia donde podemos ver, no enteramente, algo que sería una entidad clínica, sino de algún modo una encrucijada, algo que elucidar en sus relaciones con eso a lo cual vira generalmente, a saber los dos grandes ordenes de la neurosis: histeria y neurosis obsesiva.” (3)
En cuanto al padre –quien pasa largas temporadas fuera de su casa, por su trabajo- representa la imagen del amor incondicional Teme que pueda sufrir un “accidente” o que “desaparezca”, estas ideas se le imponen, inmediatamente reacciona y aclara “Esto no va a pasar, él siempre va a estar” Por otro lado lo describe como si nunca hubiera estado. Su escasa presencia física está alejada de cualquier eficacia fálica. Nunca la ha juzgado sobre su adicción ni sobre sus elecciones sexuales. Por momentos la actitud del padre la angustia; frente a sus crisis, el padre “no deja de mirar Tv.” Si leemos en la ambigüedad de su dicho: no deja de mirar, te ve, encontramos la paradoja que esa actitud ausente esconde, una mirada omnipotente, que todo lo ve, que todo lo comprende sin por ello tener la necesidad de intervenir. Como un Dios que observa desde su pináculo la conducta de los mortales librados a su suerte.
Apasionada puede también llegar a decir, “si me trata así, que se muera” Sin embargo, lejos del odio esta expresión reenvía al significante de la muerte de su hermana, aquella que fue su amparo, idealizada, que la quiso y a la que quiso.
Si la fobia mantiene al deseo bajo la forma de la angustia lo hace a través del objeto en tanto falo simbólico, el que como un comodín puede ocupar el lugar de todos los significantes, para el caso el del padre carente, inoperante en su función, ese padre real, que está tanto más ausente cuando se encuentra en la casa y también el del padre presente en la figura que tranferencialmente vendrá a ocupar el analista, con quien finalizando el tiempo de tratamiento institucional repetirá la serie de abandonos y pérdidas. El objeto fóbico en tanto significante –sabemos- viene a suplir la falta en el Otro.
El analista cerrando su exposición plantea la siguiente hipótesis “Es tarde. El tiempo entre el grito y la significación dada por el Otro se eternizó” Lo cual viene a decir que, entre el grito-demanda y la no-respuesta del Otro, hay una ausencia, hay una significación que no llega, que deja al sujeto vacilando, enteramente tomado por constituir su demanda.
Afirmará entonces: “sesión tras sesión repite otro abandono que no cesa de no inscribirse” Esta apelación al juicio, a la proposición del particular positivo en la lógica formal, aquella que Lacan definió por no poder simbolizarse, como lo imposible, nos remite a lo real., allí donde ella se expone en su goce, al falo que en tanto significante remite a lo que no termina de instalarse en el mundo ni en la lógica.
Consideremos otros de sus dichos: a la emergencia de sus miedos: responde con una expresión estereotipada: “fuera tic! Fush!”. Esta fórmula ritualizada y de carácter obsesivo no obstante crear alguna valla a su angustia, no la protege. El “tic” es un gesto, un movimiento involuntario que se le impone. Algo que aparece en el cuerpo de una forma descontrolada como la transpiración de las manos o la taquicardia (que acompañan su angustia) , pero también es la forma apocopada de expresar- tic-tac-, el sonido del reloj que marca el paso del tiempo y que hace síntoma en su decir, “no puedo esperar, me vuelvo loca cuando no te veo”. Por otro lado, “fush”, como bien interpreta el analista es una palabra mágica que debería protegerla poniendo a distancia el peligro. Al leer “fush” –expresión sin contenido etimológico específico- no puedo dejar de escuchar en el desplazamiento homofónico de lalengua: fuss (confusión) o fuzz (finas y pequeñas partículas) disgresión y confusión con la que adjetiva su imagen, pluralidad de significados que sugieren otras cadenas de asociaciones donde se recrea la indiscriminación de su identidad sexual, sus proyecciones persecutorias, o donde enraízan las expresiones “fina”, “lady” descripciones con que caracteriza sus vínculos con otras mujeres, aquellas que son mayores que ella.
Durante el tratamiento y a lo largo de su historia presenta una recurrencia a ideas suicidas que preocupan al analista por su conducta impulsiva, comienzan a los 13 años, “me quería suicidar, se había suicidado Curt Cobain” Inevitablemente el saber hace signo, el histórico leader de Nirvana deprimido según se relata, luego de editar su último disco “in útero” compuesto en homenaje a su hija, se había quitado la vida. Reconozcamos allí dos significantes: Una identificación histérica al músico, en la figura del padre con su pasaje al acto o a la hija que no habiendo nacido es abandonada “in útero” dentro y para siempre con su madre.
Una interpretación tuvo la eficacia de hacer ceder su agorafobia: “Tus ataques de pánico duran entre 10 y 15 minutos ¿y el resto del tiempo?” ¿Qué pudo en ella haberse dicho, para generar tal efecto? En la reconstrucción, retrospectivamente, destaco que entre 10 y 15 hay 5, la edad de la paciente al morir su hermana. En esa edad ha quedado ella, con sus cinco años, en el abandono absoluto que la dejó la muerte de la hermana-madre. En el pánico y el horror de su indefensión En la cifra el sujeto se signa.
“¿Y el resto del tiempo?” Esta segunda parte de la intervención, es eso: le dice a ella de su ser, un resto. Un resto en el tiempo, se desvanece. La sanción hace que se pueda ser en el miedo, la consiste. Hay allí una emergencia subjetiva. Abandono y desfallecimiento.
Había anticipado unos párrafos atrás un pasaje al acto, un intento de suicidio que se produce previamente a la interrupción del tratamiento, actitud donde habría que leer que ella aún muerta, puede ser algo, alguien, para el Otro. En ese tiempo -el de la suspensión del tratamiento- produce un acting-out: cambia el tatuaje de su brazo, la inicial de su nombre, del que dirá: “hay demasiadas emes” haciendo referencia a su nombre, al de su amante, al de su madre, etc. pasando a un dibujo tribal, sustitución del patronímico por una inscripción totémica, lo que permitiría suponer la introducción, la sujeción a un novedoso orden simbólico que vendría a inscribirla en la sucesión de las generaciones. Elaboración y esbozo de un mito que la lleve a una nueva consistencia imaginaria. Se tiñe el pelo de azul como su ídolo Rodrigo, esa identificación al ideal, a su héroe muerto, parecería decir esa soy yo muerta y viva. Muerta-viva en ese interregno entre un estado y otro, así ha vivido, esperando. Suspendida
Bibliografia
J. Lacan Seminario I Los escritos técnicos de Freud clase 15 del 19/5/54 Pág. 283 Paidós También en el Seminario Las psicosis clases 4, (7/12/55) Pág. 72, 5 (14/12/55) Pág. 91 y 6 (11/1/56) Pág. 126 Paidós
J, Lacan Escritos Función y campo de la palabra y el lenguaje en
Psicoanálisis Pág. 100 Siglo XXI Ed.
J, Lacan Seminario XVI De un Otro al otro. Clase 19, del 7/5/69 Inédito