/FAMILIA/SOCIEDAD/ Genero-cambios sociales-familia
Alejandro Klein
I-PRESENTACIÓN DE LA CUESTIÓN DE GÉNERO Diversos autores insisten en la necesidad de recurrir a distintas disciplinas (filosofía, antropología, estudios de género, neurociencias o literatura) que permitan ampliar el campo del conocimiento del psicoanálisis en lo que hace al proceso de formación de la identidad (Stoller (1998), Benjamin (1996, 1997), Fiorini, (2001). Su importancia se acrecienta si tomamos en cuenta que ya no es posible tomar al Edipo, o cualquier otra teoría de cualquier campo de conocimiento, como la única capaz de explicar la complejidad de la identidad del ser humano (Dio de Bleichmar, 2002). En especial los estudios de género han demostrado tener una importancia fundamental, en tanto se comprueba que el mismo es una construcción social prioritaria en la medida en que es la manera (o una de las maneras) en que una sociedad determinada gestiona la sexualidad de sus miembros (Lopez Mondejar, 2003). Hay que advertir además que aún dentro de los estudios de géneros aparecen distintas líneas de trabajo. Una tiene que ver con el feminismo de la diferencia, (ídem: 3), relacionado a trabajos de psicoanalistas como M. Klein (1932) y Kestenberg (1956). Otra línea se relaciona a lo que Stoller (1998) denomina “rol de género”. Por otro lado Benjamin (1998) desarrolla el concepto de representación de sí mismo con género y sin género. Money indica como la identidad de género se construye por identificación y por complementación con el diferente (Money y Ehrhardt, 1982), mientras Chiland (1999) estudia la relación entre género y patología. Igualmente se indica que la identidad de género se crea al mismo tiempo que las identificaciones tradicionalmente femeninas y masculinas (Benjamín, 1996), idea que parece relacionarse a la de un carácter bisexual del ser humano (Freud, 1905).
II) DIFERENCIA-IGUALDAD-JERARQUIA Desde mi punto de vista una de las grandes contribuciones de la teoría de género es poder comprender, tal como apunta Dio de Bleichmar (ídem: 2) al criticar al androcentrismo en psicoanálisis, que la construcción de la diferencia no debe implicar transformar la diferencia en desigualdad: …durante el desarrollo la normativización de género introduce un proceso de escisión en complementariedad que convierte a los hombres en sujetos y a las mujeres en objetos. Polarización que rompe la tensión necesaria entre la autoafirmación y el reconocimiento mutuo y que se expresa de múltiples formas siendo la más conocida aquella que afecta a la sexualidad. El hombre tiene legitimada la expresión del deseo, la mujer debe ser objeto del mismo, lo cual obstaculiza su estructuración intrapsíquica y sobredimensiona el plano intersubjetivo, o sea una experiencia y goce sexual en que ella misma tenga las claves de las modalidades y particularidades de su deseo…(Dio de Bleichmar, 2002:21). Sin embargo, no pocas teorías de género feministas intentan hacer justamente lo mismo que el androcentrismo patriarcal: transformar las especificidades femeninas en un valor prioritario y más importante que los valores masculinos, ahora denigrados. Este “feminocentrismo”, como su complementario “androcentrismo”, parecen compartir una “comprensión esencialista del cuerpo y de la sexualidad humana natural como categorías independientes de las relaciones simbólicas que las instituyen y reorganizan” (Dio de Bleichmar, 2002:3). Este punto de vista se vuelve insubstentable, ya que tal como apunta la misma autora se viene operando “una desmitificación del valor atribuido a la diferencia sexual como la condición determinante para el establecimiento del sujeto psíquico” (ídem: 4) [en negrita en el original] Esta especie de “feminocentrismo” revela que la jerarquización valorativa y exluyente de una diferencia, sea esta cual sea, no es patrimonio exclusivo de los hombres, sino más bien una tentación permanente y por momentos compulsiva de los seres humanos en general. Desde esta perspectiva crítica cabe indagar igualmente si por detrás de la construcción de género se podría ubicar cierta “esencia” de lo masculino y lo femenino. En opinión de Dio de Bleichmar: Mi postura es que resulta imposible concebir la feminidad, la sexualidad femenina, o las categorías de mujer, como simplemente un reducto a ser sustraído a la colonización patriarcal para reivindicar, por contraste, algún tipo de matriarcado u orden simbólico intrínseco de la mujer o la madre. Frente a la premisa falsa de que el rechazo de la autoridad paterna es la única senda de libertad, proponemos que es la tensión y la lucha por la modificación de concepciones que, tras la apariencia de cientificidad, constituyen mitos ideológicos de sistemas encubiertos de dominación lo que nos coloca en el camino de un verdadero reconocimiento mutuo entre el hombre y la mujer (Dio de Bleichmar, 2002: 23).
III) CAMBIOS EN LA SOCIEDAD ACTUAL-CAMBIOS EN LA CUESTIÓN DE GÉNERO Desde aquí se abren algunos ejes de problematización que creo necesario investigar y profundizar. Uno de ellos refiere especialmente a entender cómo y de qué manera inciden las profundas transformaciones contemporáneas de la sociedad actual en la cuestión de género. En este sentido es necesario tener en cuenta que:
Se han disuelto muchos referentes que daban al individuo una visión del mundo, un contexto productor de sentido, un arraigo de la propia existencia dentro de un cosmos más global. Factores todos ellos que contribuyen a la protección, fortaleza y estabilidad de una identidad interior que se ve ampliamente devastada por la pérdida de esos vínculos afectivos y esas certezas ideológicas (López Mondejar, 2003: 3).
Algunas de estas transformaciones parecen sugerir una modificación profunda del género concebido en términos binarios o el género como condición de identidad, hasta el punto que cabe preguntarse si en algún momento la construcción social de género se volverá innecesaria o anacrónica. Es el punto de vista de algunos autores posmodernos, como Sennet y Jessica Benjamín, citados por López Mondejar: …En nuestra cultura postmoderna, la individualización ha elevado el valor concedido al sujeto y colocado en segundo lugar la identidad genérica, de manera que lo importante es la identidad (“yo soy yo”), vinculada a la competencia profesional y social (Sennet, 2002), eficacia, productividad y competitividad y, en segundo lugar, la identidad sexual “yo soy hombre”, “yo soy mujer”…Lo anterior nos conduce a la afirmación de que el género ha perdido valor identificatorio, podemos decir, utilizando el símil economicista, que han bajado los valores del yo erótico relacional, y aumentado los del yo narcisista autoerótico. Como dice Jessica Benjamin: Narciso ha sustituido a Edipo como mito representativo de la sociedad postmoderna, mientras Edipo representaba la responsabilidad y la culpa, Narciso representa la preocupación por uno mismo y la negación de la realidad. El malestar actual no es el de padecer demasiada culpa, sino demasiado poca (López Mondejar, 2003: 4) [en negrita en el original]. De esta manera se indica que se va consolidando un tipo de construcción de género que daría la impresión de que termina por “eliminar” paradojalmente el sentido mismo del género. Algo así como el concepto de sociedad de riesgo de Beck (1997) aplicado al género. Por construcción paradojal de género me refiero a lo que se presenta como asunción de “nuevos ideales de androginia o bisexualidad…”(López Mondejar, 2003: 25) relacionable al hecho de que: la tolerancia sexual facilita la práctica de conductas sexuales antes reprimidas, por lo que la bisexualidad aparece hoy con tintes nuevos…. En nuestra cultura, y por lo tanto en la construcción subjetiva que se propone a sus miembros, ha cesado en gran medida la represión de la bisexualidad de manera que lo bisexual, lo neutro….es hoy una apertura más del campo de las relaciones erótico-afectivas entre los seres humanos( López Mondejar, 2003: 22-23 ). Me gustaría discutir especialmente esta apreciación en relación a la tendencia hacia una supuesta era bisexual o un nuevo ideal de androginia que caracterizaría nuestra época actual. Antes que nada se podría suponer que esta supuesta construcción de género desde la igualdad complementaria permitiría propiciar finalmente condiciones para el entendimiento o el diálogo franco entre los sexos. Sin embargo la misma autora citada (López Mondejar, 2003) agrega en su trabajo datos que no parecen augurar ninguna era de concordia y pacificación. Tal como la misma indica se verifican cada vez más enfrentamiento de los géneros, universalización de los ideales de la sexualidad masculina, con coexistencia persistente de esta nueva concepción de igualdad con las viejas situaciones de división entre los géneros (ídem). En este sentido me parece interesante la observación (que comparto) de que se verifica una búsqueda del amor de parte de hombres y mujeres que sin embargo fracasa por un permanente: enfrentamiento de los géneros ya que el igualitarismo como ideal trae consigo una lucha constante en el interior de las parejas… Se constata una ruptura comunicacional en la relación intersubjetiva entre el hombre y la mujer… producto del enfrentamiento entre los sexos, hombres y mujeres no encuentran fácilmente nuevos modos de intercambio íntimo (López Mondejar, 2003:4-5). Es una observación más que pertinente si se tiene en cuenta cómo se están configurando las parejas adolescentes hoy, tal como desarrollo en otro trabajo. Pero lo interesante es resaltar cómo la violencia en las relaciones entre hombres y mujeres no se plantea sólo desde la diferencia y la jerarquía, tal como indica errónea y simplificadamente Castells (2006) al responsabilizar al patriarcalismo de toda violencia familiar. La violencia surge también desde la experiencia de igualdad o mejor, desde la pretensión de la anulación de la diferencia como experiencia capaz de enriquecer y complejizar desde la tolerancia y la resolución del conflicto. Situación de empobrecimiento del aparato psíquico que se acompaña de un resurgir de ideologías sociales dogmáticas, intolerancia, exclusión o indiferencia hacia el otro o lo ajeno (Klein, 2006). Pero al mismo tiempo hay que indicar claramente que esta supuesta “nueva” bisexualidad, andrógina o de género neutro no es nueva y por tanto, mal puede caracterizar (al menos totalmente) las configuraciones de género actuales. Ya desde el siglo XIX una de las primeras manifestaciones de feminismo (ciertamente contestatario y muy valiente) era el recurso de la androginia:
...Muchachito”,”doncel”,”bello efebo”, eso es la mujer delgada...de pronto las calles y las ciudades parecen inundadas de legiones de andróginos. En todo lo cual se ve que la mujer, respecto del hombre no es otra cosa que un espejo...La imagen que las mujeres no se atreven a evocar, la del hombre en el hogar [al mismo tiempo]...el hombre feminizado pueblas las imaginaciones masculinas simétricamente a la figura del andrógino. Si George Sand entra en la Academia Francesa, exclama Barbey d’ Aurevilly “nosotros los hombres prepararemos los dulces y los pepinillos...”( Duby-Perrot,1991:242).
En la misma época la androginia aparece también en relación a la familia y especialmente en torno a “la relación privilegiada que puede unir al hermano y la hermana y cuya importancia me parece que sólo en muy raras ocasiones se ha subrayado” ( Ariès- Duby T. 8,1990: 218), así como en relación a nuevas formas de vínculo amoroso en torno al ideal de pareja que se viene consolidando: “la exaltación de esta relación que participa del milagro de dos seres hechos el uno para el otro y del mito del andrógino, fue más viva mientras el romanticismo ejerció su influjo”( idem: 219). Se trata en definitiva de la reivindicación “de una nueva pareja más fraternal y más unida…Nueva pareja a imagen y semejanza de la sociedad republicana [que puede] anudarse a un entendimiento nuevo” (ídem: 249). Se trata de la concepción de la pareja desde el ideal de igualdad y la necesidad de la pasión:
Este sentimiento implica tal afinidad espiritual que cada uno de los dos integrantes de la pareja adquiere la certidumbre de la eternidad del acuerdo...Una reactualización así de la antigua nostalgia de la indivisión primitiva, de la totalidad original y mítica ,engendra la indecisión sexual de la pareja…Y esta indiferenciación justifica el impulso fraternal hacia lo ideal (ídem :224).
En tanto se relaciona a la idealización de la pareja como experiencia fraternal, lleva a una acentuación de la igualdad de lo masculino-femenino como tendencia a “reconstruir la unidad primordial del andrógino” (ídem: 223). De esta manera se puede afirmar que el ideal de androginia no es nuevo, pues convive simultánemente con el ideal heterosexual de la pareja ya desde el siglo XVIII y XIX.
VI) PRECISIONES EN TORNO A LA SITUACION DE LA FAMILIA EN LA ACTUALIDAD Y LA TEORIA DE GENERO Entiendo que los cambios en las configuraciones familiares no pueden sino acarrear cambios en los roles de género, al menos tal como ellos se entienden tradicionalmente. Este es un punto de esencial importancia y se relaciona a los profundos cambios en los roles de los progenitores y las formas de concebir la paternidad-maternidad y con la aparición de nuevas (e inéditas) modalidades de configuraciones familiares. El modelo de “familia nuclear” se asocia a una estructura familiar con complementariedad de roles, identidad masculina y femenina diferenciada, importancia de ambos padres para el hogar y responsabilidad por la educación de los hijos hasta que estos cumplen la mayoría de edad (Negreiros e Féres-Carneiro, 2004). Junto a este modelo se constata actualmente la “consolidation of a variety of new kin structures within many industrialized societies—reconstituted or recombinant stepfamilies, ethnic minority families, single-parent families, cohabiting couples” (Harper, 2003:155). Se destacan de esta manera complejas y rápidas transformaciones políticas, económicas y sociales que coinciden con significativos cambios en la vida familiar y en sus vínculos (Rizzini, 2001). Algunos de estos cambios implican que la “interaction between fathers and their children tends to decline significantly following divorce” (Harper, 2003: 177). En otras familias surge una tendencia a no asumir plenamente el rol parental-maternal, lo que he denominado “estructura de padres agobiados” (Klein, 2006) en relación a una situación social que modifica substancialmente la capacidad de los padres para proporcionar cuidado y educación. En otros casos se verifica una tasa elevada de ausencias paternas y maternas por abandono del hogar o por ingreso al mercado laboral (Wainerman, 1996).Todas estas situaciones sociales, económicas y culturales hace que muchas madres luego de un divorcio, o parejas con dificultades económicas o emocionales, vuelvan a la casa de sus padres y/o suegros, con lo que los abuelos pasan a brindar apoyo no sólo a sus hijos, sino también a sus nietos (Wainerman, 1996). Beck por su parte indica que en la familia actual sus integrantes:
son liberados de los roles de género internalizados tal y como estaban previstos en el proyecto de construcción de la sociedad industrial para la familia nuclear y, al mismo tiempo, se ven obligados (y esto lo presupone y agudiza) a construirse, bajo pena de perjuicios materiales, una existencia propia a través del mercado laboral, de la formación y de las movilidad y, si fuera necesario, en detrimento, de las relaciones familiares, amorosas y vecinales (Beck: 2001: 20). Este gran abanico de cambios es fundamental, si se tiene en cuenta que los roles de género tradicionales (madre protectora-padre proveedor, entre otros) se articulaban a una configuración familiar precisa (la familia nuclear “androcéntrica”) basada en un funcionamiento de antinómicos y con predominio (por lo menos aparente) del poder masculino. Desde nuevas configuraciones familiares que vienen surgiendo, podría suponerse que se facilita el que: ambos progenitores pueden ser figuras afectivas, protectoras y modelos de autonomía para sus hijos, la identificación a la madre no se halla tan marcada por la complementariedad genérica y no se usa al padre para negar la dependencia amorosa y las necesidades de apego (Dio de Bleichmar, 2002: 21).
Por el contrario, algunos autores insisten en que lo que se verifica es una extensión y “universalización de los ideales de la sexualidad masculina” (López Mondejar, 2003:5), fenómeno que coloca a la mujer como debiendo,
igualar al hombre, superarlo en todos los niveles, también en competencia orgásmica y disponibilidad sexual, ignorando la diferencia entre el deseo del hombre y de la mujer, y por tanto la negociación de dicha diferencia… las adolescentes actuales crecen bajo un imperativo a ser sexualmente activas (López Mondejar, 2003:5)
Pero, desde una afirmación de este tipo creo que se deja sin resolver una contradicción importante: si se afirma que la competencia y la disponibilidad sexual son rasgos masculinos (y no rasgos humanos, como más bien creo) se está dando una “esencia” a lo masculino, eliminando lo relativo de esos rasgos desde la teoría de género, cosa que es inadmisible de acuerdo a lo ya visto.
Estoy de acuerdo con la observación de una sexualidad compulsiva que se asocia a la existencia de un “imperativo” que ordena y dirige, impidiendo la elección y la negociación. Pero, el que se indique que las jovencitas hoy presentan una actividad sexual activa, ¿no es igualmente caer en un prejuicio de género? En una sociedad que elimina las franjas etárias y que fragiliza la edad como herramienta de comienzo o fin de la niñez, la adolescencia o la adultez (Klein, 2006), ¿cómo podemos seguir pensando en términos de mayor o menor actividad sexual como ligados a determinada edad? Digamos que las jóvenes mantienen más relaciones sexuales y con una menor edad de comienzo. Pero este “más” y este “menos”, ¿son en relación a una época pasada? Si la respuesta es afirmativa no queda sino pensar que hubo un pasado que era mejor (con un “menos” y un “más” invertidos respectivamente), aunque algunos estudios de género insisten justamente en lo contrario: el pasado fue peor, en tanto expresión del “predominio” de una sociedad androcéntrica-patriarcal.
Otro punto que concierne a la supuesta extensión de la valorización de lo masculino-patriarcal, sus insignias e ideales durante los siglos XVIII, XIX, XX y hasta la época actual, no debería dejar de olvidar que esas “insignias” de patriarcalismo fueron acompañados y controlados, al mismo tiempo, por una paternidad reformada y limitada, en tanto la misma deja de ser desde la modernidad un simple derecho “natural” para transformarse en una obligación “contractual” establecida por el Estado hacia la descendencia y la sociedad (Klein, 2002).
Si bien esta modernidad ha “consentido” en una continuidad del auge del poder androcéntrico y patriarcal, propio del feudalismo, lo ha hecho colocando al mismo (con a la tolerancia de la política emancipatoria de la mujer y otros cambios sociales) frente a una “debilidad” social irreversible. Una parte de esta debilidad es que el adulto-padre no puede ya evitar confrontar con su hijo-adolescente. Así Giddens señala que en la modernidad “es preciso justificar conductas y actitudes cuando se demanda... y cuando es preciso dar razones el diferencial de poder comienza a disolverse o alternativamente el poder empieza a traducirse en autoridad”(Beck,1997:135). Como indica el mismo autor: “Las formas de autoridad tradicional han pasado a ser tan sólo “autoridades” entre otras...” (Giddens, 1997:246-247).
Al mismo tiempo, desde fines del siglo XVIII se consolida decisivamente la idea de una ley que permite una sociedad de ciudadanos con aspiración de nivelación social. Así Tocqueville (Nisbet T. 1, 1996) señala la imposibilidad de mantener en la modernidad una figura paterna-patriarcal incuestionable y todopoderosa por su oposición a la corriente democrática. Esta ley redefine derechos y obligaciones en general y tanto como lo exagere o limite el poder paterno pasa a ser dependiente de la misma. De esta manera el poder del padre ya no es un poder omnímodo y en este sentido preciso es que hablo de “pauperización” paterna(Klein, 2002).
Mientras que “la familia es jerárquica y por tanto descansa en la desigualdad, la mantiene y la reproduce” (Ariès-Duby,T 6:1990,65), la ley tiende a declarar un hecho extraordinario: el establecimiento del derecho igualitario de esposos, padres, hijos (el hecho tiene fecha y lugar preciso: la Asamblea Nacional de Francia, el 5 de agosto de 1790 al instaurarse el tribunal de la familia y el Código civil donde se señala que:”el padre tiene derecho a hacer encerrar a un hijo de doce años, mientras que para meter en prisión a uno que tenga más de dieciséis años ha de dar su autorización un comisario” (Ariès-Duby,T 6:1990, 218) Este mensaje político, social y cultural implica que el modelo vertical de subordinación familiar irá entrando en crisis paulatinamente. El hijo por primera vez, está en pie de igualdad con sus padres o al menos con derechos impensables en otra época.
Con esta limitación del poder paterno-familiar surge la concepción de la familia como “refugio”, con aparición de padres afectuosos y continentadores. Observo que esta familia-refugio impone metáforas femeninas-maternas: útero-albergante, lugar de auxilio, espacio de protección, lo que implica que junto al poder del padre se consolida el poder de la madre. El patriarcalismo entonces no es entonces simplemente que la mujer no tiene poder: es una división de poderes entre el afuera (lo paterno) y el adentro de la familia (lo materno) (Klein, 2002).
Al mismo tiempo que la familia moderna se va aglutinando de esta manera, se impone también socialmente el consenso (también paradigma de la limitación paterna) de la ineficacia de la familia como lugar pedagógico de educación. En la medida en que los padres se transforman en accesibles y afectuosos se irá generalizando la concepción de que aquéllos van perdiendo la imprescindible capacidad y/o severidad para encarar adecuadamente aspectos educativos. La idea de una gestión racional y bien administrada del aprendizaje y la enseñanza entra en colisión con padres que parecen ser ineficaces pedagógicamente o por muy severos o muy indulgentes. Es el momento en que la educación se institucionaliza y con ella, según P. Ariès, “una conciencia de la vida que ya no implica el respeto de las antiguas solidaridades y que pretende valorar al individuo” (Ariès-Duby, T 5:1990, 324-325).
Simultáneamente creo que es necesario incluir en el debate el hecho de que si el poder paterno medioeval hace que los rasgos de lo masculino sean viriles e identificados con la fuerza (el “espaldarazo”, por ejemplo), la brutalidad, o la agresividad (Ariès-Duby, T 2:1990) las figuras sociales que se van imponiendo con la modernidad y la familia nuclear (Burin-Meler, 1998) denotan cierta feminización de las sociedades, por lo que hay una especie de intercambio de valores de género entre hombres y mujeres. Se va imponiendo una descripción y una explicación del ser humano desde valores tenidos como femeninos: crisis, duelo, dolor, desorientación, dependencia-independencia, que denotan una descripción nueva de la subjetividad utilizando imágenes (tradicionales) de lo femenino. Su ejemplo más claro es el de lo adolescente (Klein, 2002). Así, si el hombre se vuelve más sentimental, más tierno, más débil (Ariès-Duby,T9:1990) es porque antiguas certezas masculinas sobre la identidad se ven debilitadas. Entre esas certezas en crisis señalaría los valores de la fuerza, lo racional y el control. El descontrol y la irracionalidad van pasando de ser formas tradicionales de descripción de lo femenino a ser experiencias válidas de lo humano.
IV) CONCLUSIONES Desde el análisis que he emprendido, que toma en cuenta elementos de la historia social de las mentalidades, el psicoanálisis, el género y la teoría social, espero haber señalado que ni hay ni hubo predominio exclusivo de lo masculino ni de lo paterno desde la modernidad estatal, al menos no en la forma brutal y asfixiante en cómo aquél prevaleció durante la Edad Media. Sin duda, el patriarcalismo generó y genera sufrimiento y violencia, pero no se trata de una estructura neta o solamente masculina, sino de una estructura que desde su configuración rígida y tiránica afectó y afecta por igual a hombres y mujeres. Aún desde su época de mayor auge, el patriarcalismo moderno fue una estructura compleja de división y contención de poderes y de autoridad entre hombres-mujeres y el Estado y la ley.
Hay que tener en cuenta además que el patriarcalismo no sólo la dominación de la mujer por el hombre sino –igualmente- la del hombre por el hombre. ¿Cuántos hombres adultos dependían en diversos aspectos de su padre, al que debían seguir en sus dictámenes y órdenes hasta que éste muriera? Y por otro lado, estudios como los de Nancy Chodorow, (apud Castells, 2006), sugieren algo que se debería pensar atentamente: eran o son las mujeres las principales reproductoras del patriarcalismo.
Se trata en definitiva de comprender que los ciclos históricos, sociales y culturales son complejos y no se pueden hacer depender de un sólo factor. El siglo XIX no es única y exclusivamente el siglo del patriarcalismo machista, como seguramente este comienzo de siglo XIX tampoco es o será el siglo de la bisexualidad neutra…
Lo que podemos ir entendiendo es que en la estructura social actual probablemente el sujeto esté hoy más a merced de sí mismo (Castel, 1997), o en un encuentro con el otro que remite a situaciones inéditas. Sólo que es un exceso de lo inédito, contrapuesto a un inédito estructurante que siempre suponía implícitamente, un marco de no-cambio que acompañaba y apuntalaba el cambio. Hoy el marco es tan cambio como el cambio mismo (Klein, 2006).
La cuestión de género se revela como parte central de este inédito de nuestra sociedad contemporánea. Quizás a este exceso de lo inédito se refiera la siguiente observación: En la actualidad nos encontramos cada vez más con personas que modifican su elección de objeto amoroso de hetero a homosexual, en años avanzados de su vida. Se da sobre todo en mujeres, tenemos menos constancia de su incidencia entre los hombres(…)sentirse un hombre o una mujer –identidad de género- no tiene que ver con desear a hombres o mujeres –identidad sexual ( López Mondejar, 2003: 18). Creo que es importante volver a destacar que si la cuestión de género se planea desde determinado modelo familiar, o la familia nuclear más precisamente, se hace imprescindible repensar qué sucede, como ya indique, cuando pasamos a otro tipo de configuraciones familiares. Familias recombinadas, con jefatura uniparental, con jefatura de abuelo/abuela (Barros, 1987) o –como he encontrado en la clínica- familias constituidas por hermanos exclusivamente, ¿qué tipo o tipos de imágenes o roles o expectativas de género transmiten y /o imponen? Más aún: si pensamos en un supuesto fin del patriarcado, o en una situación social de mayor flexibilidad, donde los papeles femeninos y masculinos no son ya tan rígidos, demarcados o precisos, ¿podemos seguir teorizando sobre identidad de género tal como se hacía 30 o 40 años atrás?
Si entendemos que las expectativas de género en roles diferenciados y antagónicos se asocia tradicionalmente a la familia nuclear, su pasaje a otras modalidades familiares podría implicar quizás el pasaje de una construcción de género hegemónico y contrastante a otro ambiguo-complementario. Probablemente se trata de una nueva versión de los sistemas de vida (Giddens, 1997) que admiten y requieren del riesgo y la oportunidad como forma de construcción de identidad. Pero, desde mi punto de vista esto ambiguo que se comienza a gestar no lleva necesariamente a la experiencia andrógina, sino que revela el pasaje de una concepción binaria del género a otra más abierta e impredecible. Señalar que esto impredecible es “neutro” o andrógino” es tratar de comprender algo, que hoy por hoy, creo que es todavía impensable y menos aún, impredecible.
La figura del andrógino es siempre fascinante por su referencia a la autocompletud narcisista donde el sujeto se puede valer (o al menos así lo cree) de sí mismo sin necesidad de un otro. Aunque este género ambiguo parezca tender a una redefinición de roles de género en torno a lo semejante y lo tolerante, centralizar lo andrógino como identidad de género es ignorar que el género responde a la diferencia y que en la constitución de la subjetividad no se puede renunciar a la incompletud, fuente de complejidad para la mente humana.
Por otro lado, reitero la siguiente pregunta: ¿es posible vislumbrar una forma de construcción de identidad fuera del género? La respuesta no es fácil, pero ciertamente dependerá de cómo se entienda la teoría de género. Ciertamente no es lo mismo entender al género como una estructura social artificial y generadora de violencia, - como se acostumbra a vislumbrarla negativamente-, o como una estructura que permite amparo y construcción de identidad. Existe tal vez otra opción en relación al estudio del género como articulada al campo psico-social de las figuras de mediación (Kaës, 1993), en tanto nudo de articulación entre campos heterogéneos (lo social y lo subjetivo). Desde aquí se abre una perspectiva de trabajo e investigación tan ardua como apasionante, discusión que me es imposible profundizar en este sitio.
Sea como sea, parece difícil seguir vislumbrando al género sólo como un proceso de construcción de una identidad propia o como un simple producto identificatorio con los roles paternos-maternos. Implica también una forma de relación con y desde el otro, en tanto establece un vínculo que genera características y formas de presentación posible ante un otro y del otro hacia uno. Desde el psicoanálisis Green (1996) indica cómo en la construcción del propio sexo interviene la idea que uno se hace del sexo del otro. Así, diría que desde el género propio se genera una relación hacia el género del otro, del cual proviene, a su vez, una forma de relacionamiento con el propio género. En este sentido el género sería una forma de indagatoria que inaugura, recoge y transforma socialmente el complejo circuito de los intercambios libidinales entre el hombre y la mujer o entre los seres humanos en general.
Agregaría por último que si el género se construye, y no es innato ni propio de factores biológicos, su comprensión no se podrá alcanzar si no se hace un esfuerzo interdisciplinario que tome en cuenta datos y referencias desde la historia social, la literatura, la subjetividad y la teoría social, entre otros insumos que se vuelven cada vez más imprescindibles.-
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