/ADOLESCENTES/
La adolescencia Problemática, grave o de ‘cuidado’: Un enigmatico nudo borromeo entre lo social, lo subjetivo y lo vincular-transgeneracional
Alejandro Klein
A) Presentación general
Con las llamadas adolescencias de cuidado entramos en ese campo de trabajo que Laufer (1996) define como lo urgente y lo impostergable (Klein,2002). La clínica del llamado adolescente grave se caracteriza justamente por esa sensación –no necesariamente desatinada- del destiempo o el tiempo siempre escaso, lo que se une además, a la dificultad de un campo transferencial que se arma, no pocas veces, desde la reticencia y la desconfianza.
Sin embargo debemos darnos un tiempo para re-pensar la cuestión de si lo “grave”, o aún el “cuidado” están adecuadamente planteados. Marcar un campo clínico bajo el imperativo de la gravedad o la implementación de cuidados, no puede sino generar el consenso que el destinatario es incapaz de cuidarse de si mismo, o peor aún, que ignora que necesita cuidados y atención. Situación que lleva antes o después, a la discusión de las técnicas de aislamiento como medidas precautorias destinadas a estos jóvenes, planteando el peligro de confundir el campo clínico con el campo del imaginario social...
Por otro lado, plantear una adolescencia distinta, implica partir de un cierto modelo de adolescencia. Tomaré un modelo que considero importante profundizar más en nuestro medio (aún tan “empapado” de las teoría duelítisticas): el de Jeammet. Este autor entiende que en la adolescencia entran necesariamente en contradicción los intereses pulsionales y las necesidades narcisistas. Este conflicto se relaciona a la incompatibilidad entre un movimiento pulsional que remite a la dependencia con el objeto y una afirmación narcisista que reclama la independencia frente al otro como forma de consolidación del mundo interno .
De allí el inevitable conflicto entre la necesariedad de la adquisición de nuevos objetos de los que se pasa a depender, pues son necesarios para poder tomar distancia –según Jeammet- de una escena incestuosa, con la adquisición de autonomía y la preservación de la continuidad del sí mismo. En la medida en que ese conflicto exista pero que no se “enuncie” como tal, Jeammet entiende que estamos ante una identificación armoniosa, en la cual la problemática entre el objeto y el sujeto no se tiene que necesariamente plantear. El adolescente, a pesar de ser ‘dependiente’ del objeto, se siente ‘independiente’ frente a él. Agregaría por mi parte que por tanto, si todo va suficientemente bien, el par dependencia-independencia, ocupa el telón de fondo de la cotidianeidad adolescente. No se plantea como conflicto o figura predominante.
Por el contrario, cuando entramos de lleno a la problemática adolescente, el par dependencia-independencia pasa sí a ser conflictivo y a resignificar como tales, otros aspectos del mundo adolescente. Se pierde la oportunidad de que el objeto sea necesitado, sin que nunca aparezca en calidad de necesario. El circuito de los intercambios psíquicos , libidinales y sociales del adolescente se empobrece en la medida en que pasan a predominar experiencias de indiferenciación y desorganización. El objeto, el otro, la experiencia cotidiana se tornan invasores y con rasgos persecutorios, instalándose una problemática doble, de invasión o de pérdida y falta . El objeto, el otro, lo social están demasiado presente o demasiado ausente. Lo que falta es una posibilidad intermedia o terciaria, con lo que las posibilidades de negociación con el objeto se vuelven inexistentes. Como desarrollaré más adelante se pierden condiciones de mentalización.
Puede decirse que se ha sustituido la experiencia jubilosa (Urribarri,1990) del crecimiento, del cambio, de la negociación con el objeto, por la experiencia del tormento. Si, siguiendo a André Green (1994), sostenemos que el adolescente es un conquistador, que vence y arrasa con su infancia, el adolescente problemático es aquel cuya vida se ve signada cada vez más por experiencias de tormento e incomprensión o su inverso, experiencias de tedio y vacío.
En casos extremos surge como rasgo reiterado una actitud de psicofobia: el
adolescente renuncia a pensar (Valdré,1998), por incapacidad de tolerar el dolor mental. No hay capacidad de autoapaciguamiento y por ende el aparato psíquico pierde funciones de continente y cuidado. De allí que creo que el modelo de aparato psíquico, basado en el pensar, la fantasía y la distinción mundo del sueño-mundo de vigilia debería ser revisado frente a este tipo de problemáticas.
Retomo entonces las cuestiones iniciales para indicar que a mi entender no se trata especialmente ni de cuadros de cuidado ni de especial fragilidad sino de situaciones problemáticas de vulnerabilidad psíquica y social. Discuto el concepto estricto de cuadro (pero rescatando la dimensión de cuidado y fragilidad) aplicable a un consumidor de drogas o una anorexia o una bulimia, en el entendido de que partes vulnerables de la personalidad coexisten o pueden coexistir, con otras de mayor complejidad, diferenciación y multiapuntalamiento.
Es decir, no creo que se trate de una situación reducible sólo a la parte problemática de la personalidad. Por supuesto se me discutirá que este esquema bioniano no siempre se cumple y a veces la problemática es toda la personalidad del sujeto, cosa que no discuto y acepto, pero aún así creo que es necesario no olvidar que esta vulnerabilidad es tanto psíquica como social y vincular, en relación a situaciones de fuerte marginación, prejuicio e incomprensión y dificultades en las relaciones familiares.
Desde la polémica objeto versus narcisismo estimo necesario entonces abrir otra perspectiva en relación a la forma y organización del psiquismo. En este punto considero fundamental las ideas de Jeammet con respecto a un cuadro de vulnerabilidad psíquica, “expresión de una dificultad del aparato psíquico a tener un rol esencial de adaptación del sujeto al doble registro de sus necesidades y deseo y de la presión del entorno” (Jeammet-Birot,1996:173). Es un funcionamiento mental cuyos rasgos esenciales señalan la potencialidad desorganizante del fantasma inconsciente, falta de eficacia del trabajo del preconsciente, debilidad de los mecanismos que participan en el trabajo de elaboración y de contención psíquica, pocas fijaciones anales, rol poco organizador del Edipo invertido, dificultad de elaboración de la homosexualidad psíquica y en general pocos recursos a la sublimación.
Se trata a mi entender de una forma de organización mental diferente a la esperable desde lo neurótico o normal, la que se relaciona a propiedades homeostáticas y de conservación, basada en la acción específica y el rodeo de la acción a través de lo simbólico. Por el contrario la organización psíquica que sitúo en relación a la problemática adolescente (que como ya señalé, no tiene porque ser única, sino que puede coexistir con la anterior) parece caracterizarse por la prevalencia del Principio de Nirvana, de descarga absoluta al cero, lo que a su vez se vincula con lo que Green (1987) denomina “narcisismo negativo”, en el cual el deseo termina por adquirir características de no-deseo.
Dentro de esta caracterización es necesario señalar además que desde esta situación de vulnerabilidad psíquica, existen dificultades para poder pensar y duelar.
B) El caso específico de las toxicomanías
En ese sentido llama la atención, epidemiológicamente, la frecuencia de pérdidas sin elaborar o mal elaboradas en toxicómanos adolescentes: “Con frecuencia encontramos viajes, expatriaciones, emigraciones - todas dolorosas– en la historia familiar (...) la toxicomanía sería la consecuencia de un duelo por la tierra de origen no hecho por sus padres(...)Estos desplazamientos en el espacio realizada en un contexto doloroso de ruptura y de no-dicho, y por lo tanto mal o no introyectados, siempre deben ser examinados en relación con la falta de asiduidad a las sesiones comprobadas en la psicoterapia de los toxicómanos(...)También se puede destacar la frecuencia de las situaciones en que los ascendientes fueron realmente dañados, lesionados en su cuerpo(...) el importante grado de no elaboración de los duelos personales y/o familiares da a origen a intentos de resolución de esas pérdidas que, en todos los casos, no pueden alcanzar una introyección lograda” (Hachet, 1997: 114-115)”.
De esta manera Hachet señala que, “La toxicomanía es simultáneamente una historia personal, una historia familiar y una historia social”(ídem:113). “Algunos hechos sociales parecen confirmar estos elementos familiares. El recrudecimiento de la toxicomanía va a la par con el de los duelos colectivos no realizados. El incremento de la expectativa de vida y la disminución de la mortalidad infantil hacen que nosotros estemos menos familiarizados con la muerte que nuestros antepasados(...). De hecho, nuestros duelos son más difíciles de asumir y los escamoteamos(...)el duelo no realizado deviene él mismo un secreto al correr del tiempo(...)Nuestra tendencia personal a escamotear el duelo y su trabajo nos hace intolerantes cuando se trata de reconocerlo o de acompañarlo en otro. Quizá sea también ésto lo que los toxicómanos tienden a negociar viviendo peligrosamente. [Anteriormente]la muerte no sufría un proceso de represión colectiva tan marcado como hoy. Entonces lo reprimido era la sexualidad. En el curso de nuestro siglo, estos dos términos se han invertido: la sexualidad ha llegado a ser sumamente libre y la muerte sufrió una denigración casi psicótica “(ídem: 117-118).
De esta manera se puede realizar una presentación más compleja del tema. Parecería que la intolerancia a la frustración que lleva al vínculo adictivo es facilitada por la intolerancia al duelo, lo que implica la evitación del dolor y por ende la negación de la memoria y el transcurrir entre generaciones. Este no duelar se relaciona a una dificultad en el proceso de mentalización por el cual ciertamente no se puede aplicar aquí el modelo clásico psicoanalítico del síntoma, como de formación de compromiso, sino que estamos ante situaciones de ausencia, de vacío. El encapsulamiento en el ‘presente’
(y probablemente el objeto-droga represente un presente compulsivo y repetitivo fuera de la linealidad de la historia colectiva e individual ) hiper- condensa el narcisismo inexplorable de secretos familiares, el vacío de una actividad mental siempre insuficiente y la inmediatez de una experiencia que se presenta inconcebible de otra manera.
Pero esta misma “hipercondensación” me lleva a rechazar la idea- un tanto simplista- de que “la toxicomanía sería la consecuencia de un duelo”, como si una situación clínica (o un cuadro para aquellos que así lo prefieran), se pudiera reducir a una causa o una sola explicación. Por el contrario, da la impresión que nos encontramos ante muchas variables en juego, algunas de ellas sí en relación a duelos no resueltos, pero también otras en relación a formas de organización psíquica, además de variables en relación a determinadas configuraciones familiares y sociales.
De esta manera Hachet encuentra que la toxicomanía revela una tentativa de apaciguamiento y de resolución del dolor psíquico y físico, ”en relación a la dependencia psíquica de la imago deteriorada de los padres o de los abuelos que el fantasma cuida(...)” (ídem:119). En tal sentido, “Epidemiológicamente se observa que sólo un 54% de padres de hijos toxicómanos viven juntos, así como hay un entorno de 16% de padre fallecido. Para cerca del 60%, la educación ha corrido por alguien diferente a los padres. Un 27% no ha sido criado por sus padres. La edad media de entrada a la droga es la adolescencia, lo que le plantea el problema “de dejar, por el amor y el trabajo, a padres deteriorados y/o rechazantes” (ídem:121).
Agregaría por mi parte que no siempre estos padres son rechazantes o deteriorados sino que me parece que son especialmente ambiguos, en el sentido de que presentan una especial dificultad para diferenciar amor de control y odio de preocupación, apareciendo no pocas veces prácticas de preocupación como manifestación de odio y las expresiones de amor, como demandas de cuidado y protección hacia uno o ambos progenitores, pero desde la temática de la fidelidad y el endeudamiento. Es decir se es “fiel” a uno y “traidor” al otro progenitor, por lo que no pocas veces estos jóvenes aparecen comprometidos en problemáticas de rivalidad, separación y celos entre sus padres. De esta manera es inevitable que surjan en el joven sensaciones de reproche, remordimiento y confusión mental sobre la conducta más apropiada o adecuada ante los mismos.
C)Hacia el esclarecimiento tentativo de algunos datos referentes a las situaciones problemáticas de vulnerabilidad psíquica: lo mesianico y el mesianismo exacerbado.
En la medida en que el adolescente, a través de su aparato psíquico, logra hacer una transcripción, una transformación de lo que recibe social y familiarmente, el procesamiento de lo transgeneracional pasa a ser intrapsíquico, como datos de una biografía. Cuando ésto no sucede, no se trasmite una herencia psíquica, sino ‘criptas’ familiares y sociales, ” cuestiones que quedaron en suspenso en el inconsciente de sus padres y ancestros”(Tisseron,1995: 13) .
Estas `criptas´, se relacionan como ya señalé a duelos no realizados: “Cuando en una generación después de un traumatismo que puede ser un duelo, pero que también puede ser cualquier tipo de experiencia traumatizante, no se hace el trabajo de elaboración psíquica resulta en consecuencia un clivaje, que va a constituir para las generaciones ulteriores, una verdadera prehistoria de su historia personal”(ídem:18). De esta manera se entiende que esta `cripta´ se relaciona a un secreto inconfesable, que incentiva procesos de indiscriminación por los cuales lo psíquico tiende a desenvolverse en relación al otro, lo que lleva a su empobrecimiento y/o vacío.
Mi punto de vista es que este ‘secreto’[i] no necesariamente es inconfesable, sino que por un mecanismo de escisión, es explicitado pero no asumido por el grupo familiar y/ o el adolescente. Por otra parte creo que esta perspectiva es necesario enriquecerla con la cuestión del mesianismo adolescente (Kancyper, 1992). El adolescente generalmente recibe cierta carga transgeneracional y familiar desde una perspectiva mesiánica, por la cual se espera que “curará”, “reparará” o “cicatrizará” algo de la historia familiar. No en vano, el adolescente, entre otras cosas, es el que se convierte en el confidente de los secretos de familia, su curandero, "médico" o "terapeuta". Muchas veces es aquél que salvará a su familia de tal o cual catástrofe, tanto como es el “detonador” de una separación entre los padres[ii].
Pero es del caso enfatizar que el mesianismo adolescente no es sólo nexo patologizante con lo transgeneracional. Es también condición de estructura del psiquismo adolescente. De alguna manera su presencia asegura la persistencia de un investimento, por parte de la familia, más allá de los cambios del período. Se podría decir entonces, que si “su majestad el bebé” es una condición ineludible de estructura, “su mesías, el adolescente”, no lo es menos. Pero para que esta condición estructurante se verifique estimo imprescindible que lo mesiánico no impida la preservación de un funcionamiento psíquico complejo con múltiples referentes, en relación al grupo de pares, lo institucional, una pareja o representaciones diversas que marquen algún grado de organización del self, independencia, capacidad de autonomía y posibilidades de re-enigmatición, cuestión que abordaré en el próximo apartado.
Cuando esta situación no se verifica, como ya señalé, se incentiva una temática de la fidelidad o infidelidad por la cual el adolescente termina por construir gran parte de su identidad en ese sentirse "investido " [iii] para cumplir una misión redentora en función de otros, la que toma características de cuidado, protección o alerta permanente por el padre y/o la madre, un hermano, una pareja, un amigo. Se configura un imperativo categórico, por el cual el adolescente termina por sentir que su cuerpo y su identidad están al servicio de la identidad de un otro.
Se pierde la oportunidad de confrontación generacional y transgeneracional, de comparación, contraste o disputa entre las generaciones, para afirmarse un mesianismo vincular, familiar y transgeneracional, por el cual se anula el crecimiento y el logro de autonomía, a los que se siente como un peligro para poder continuar en tal posición.
En casos especialmente preocupantes estimo que se consolida un cuadro (ahora sí) de mesianismo “exacerbado”,: “por el cual lo único que queda por hacer es proteger a sus padres, la casa, los hermanos, el barrio, el liceo. Cuidar, todo el tiempo cuidar. Aunque fatigados y confusos, cuidar” (Klein,2006: 151). Se consolidan estructuras de cuidado, sacrificio y redención, por las cuales “el crecimiento en vez de ser significado como cambio positivo, es vivido como una situación de `pérdida´ “ (ídem: 152).
D) Hacia el esclarecimiento tentativo de algunos datos referentes a las situaciones problemáticas de vulnerabilidad psíquica: escena congelada- escena transformacional- escena de enhebramiento.
Esta re-identificación a una configuración de cuidado permanente fragiliza fuertemente la posibilidad de establecer autonomía y una biografía personal, consolidándose continuidades que distorsionan el proceso adolescente. Son adolescentes que llamo de escena congelada (Klein,1997), por la cual no se acepta ,sino que se rechaza , aquello que más caracteriza a la adolescencia: el investimento del cambio. A mi entender esto lleva a que no se pueda generar adolescencia como algo propio y jubiloso (Urribarri, 1990), sino que la misma aparece bajo el signo de lo extraño y lo ajeno.
Se pierde la posibilidad de configurar la adolescencia desde una escena transformacional por la cual el adolescente pregunta y cuestiona, es decir investiga sobre sus antecesores, el origen de su familia, su árbol genealógico, colecciona anécdotas, revisa puntos de vista, establece sus propias opiniones, lo que permite un verdadero trabajo de ligazón y transformación. Sabiendo que participa de una historia que le antecede, construye, al mismo tiempo, su propia historia por la cual sostiene la ilusión [ciertamente eficaz] o no, de que inventa algo nuevo. El cambio es entonces buscado, tolerado y aceptado. El adolescente realiza un proceso que P. Aulagnier (1991) llama “historización”, que incluye a mi entender la capacidad de autoexploración, autoconocimiento y autoeficacia, contribuyendo al sentimiento de apoderamiento del espacio personal (Frank,2002).
Por el contrario, en las situaciones más problemáticas se va consolidando una forma distinta o más preocupante de escena congelada: una escena de enhebramiento, término con el cual quiero significar tanto la anulación de cualquier posibilidad transformacional, como la consolidación de una “piel” familiar común a todos sus miembros, con neto predominio del narcisismo primario y agotamiento de las posibilidades de catectizar el crecimiento y el cambio.
E) Hacia el esclarecimiento tentativo de algunos datos referentes a las situaciones problemáticas de vulnerabilidad psíquica: el proceso de des-mentalización
Cuando precedentemente mencioné la escena transformacional, la misma se incluye en la hipótesis por la cual entiendo que cuanta más actividad psíquica y mental tenga un adolescente, más se acercará a una situación de mayor fortaleza psíquica. De la misma manera los procesos vitales de apuntalamiento, des-apuntalamiento y re-apuntalamiento de distintas instituciones, grupos o actividades, implican distintas operaciones mentales que permiten un espacio de transición por el cual las identificaciones (sociales, familiares e infantiles ) son posibles de ser cuestionadas, re-pensadas, re-elaboradas sin que se pase a un trastorno mayor[iv].
Esta actividad es un valioso apoyo en el trabajo de reenigmatización. Llamo enigmatización a la modalidad de trabajo psíquico adolescente que permite la transformación de lo que eran datos (certezas) en el mundo infantil, en enigmas en la adolescencia. Considero que el papel de la pulsión epistemofílica es sustancial para generar este ámbito de exploración y cambio.
Desde esta perspectiva centro más la experiencia adolescente, no tanto en el asesinato de Layo por Edipo, o en el incesto con Yocasta, sino al momento en que aquél, enfrentado a la Esfinge, debe resolver un enigma. Así el adolescente replantea aspectos de su psiquismo, los reconstruye, los re-ensambla. Asocio esta actividad a la instauración de una función reflexiva, que permite tolerar el conflicto como algo positivo y la consolidación de un sentimiento de confianza en el otro, en sí mismo, en lo social.
Por el contrario, desde la escena de enhebramiento mencionada, el conflicto es rechazado a favor de experiencias de fusión que terminan por favorecer situaciones de vaciamiento de la actividad mental, con lo que se pasa a tener una gran dificultad en poder discriminar y nombrar situaciones, angustias y experiencias. En casos extremos, el adolescente falla en la capacidad de autoapuntalarse en su aparato psíquico, con lo que el aparato mental ya no ‘alberga ‘ contenidos sino que los ‘expulsa’ dentro de una primacía del Principio de Nirvana.
Parece que hubiera momentos en que el adolescente se desinteresa tanto por él mismo, que su único anhelo parece ser el de desaparecer. En esta situación extrema y preocupante (si tiende a su estereotipia) tenemos que:
- La experiencia adolescente pasa a estar altamente tamizada por vivencias paranoicas, apareciendo el objeto como “amenazante” .
- El mundo mental pasa a estar dominado por el gap, el vacío mental instaurado por fracaso de los procesos del pensamiento. De allí lo que he referido como la “psicofobia” de los adolescentes : temor a pensar.
- El Yo fracasa en poder tomarse a sí mismo como objeto de identificación y devenir.
De esta manera la falla en establecer una biografía y un eje de temporalización, hace que la experiencia adolescente tienda a lo repetitivo. Se podría pensar que cuánto más conflictivo es el adolescente, más repite sin poder elaborar. Más su adolescencia se presenta como una niñez prolongada, alejándose de la experiencia de lo novedoso y lo inédito. Al mismo tiempo se constata un empobrecimiento del psiquismo por el cual se reducen las fantasías a sus prototipos fisiológicos. Esto explica cómo la vivencia de necesidad sea la única forma en cómo se tolera la presencia y el encuentro con el objeto, cuyo ejemplo típico está en las crisis bulímicas y en las adiciones compulsivas.
Se trata de la imposibilidad, en definitiva de tolerar la ausencia, pues el objeto, en tanto es objeto de necesidad fisiológica, tiene que estar siempre presente. Por tanto, la ausencia no conduce a la esperanza, sino a la desesperanza, por que no se puede garantizar la constancia del objeto luego de su desaparición. Un motivo es que: “ El objeto nunca está ausente y por eso no puede ser pensado, a la inversa, el objeto inaccesible, nunca puede ser traído de forma suficientemente verdadera” (Green, 1987: 45).
Entonces, todo está a nivel de la ausencia o de la presencia. No hay espacios ni posibilidades terceras. No hay catectización de la ausencia ni del otro como una presencia virtual, y los procesos esperanzadores son substituidos por procesos de remordimiento y reproches, donde la venganza, el rencor y lo expulsivo caracterizan el espacio mental y vincular (Kancyper,1992). La ausencia del otro es vivida como ‘abandono’, por lo que se reclama venganza desde un lugar de ‘víctima’.
De esta manera cabe resaltar entonces que lo grave de estos adolescentes tiene que ver tanto con factores mentales, como con factores objetales y con factores sociales, pero también tiene que ver con la capacidad o no de funcionamiento de un espacio transicional[v].
F) Datos para aproximarnos a una presentación social de las situaciones problemáticas de vulnerabilidad psíquica
Buscando presentar la problemática de las drogas desde una óptica social Beatriz Janin (1997), comenta cómo generalmente los padres desmienten el consumo de drogas o alcohol de sus hijos, “enterándose“ generalmente porque alguien denuncia la situación y añade: “ Pienso que el entorno actual facilita el consumo de drogas. Los valores que predominan en nuestra cultura, como el éxito fácil, la apariencia, el consumo, no tienen peso. Podríamos decir que son valores triviales, que no ayudan a la complejización sino que favorecen las fantasías omnipotentes y megalomaníacas. La idealización del poder y de la magia refuerzan los ideales del yo-ideal. En lugar de proyectos, hay un “ya” demoledor. La disyunción es: o se es “un ganador” o no se es, situación que deja a alguien en crisis absolutamente solo y desamparado. Ésto, en un momento en que el sí mismo está siendo cuestionado, puede ser devastador. Puede hacer sentir que la lucha está perdida de antemano y que eso implica no ser. `Quedás afuera del mundo´ es una frase muy usada últimamente, que alude a una marginalidad radical. La crisis ética favorece las salidas mágicas, inmediatas” (ídem:3) “Si el futuro aparece como lejano e inalcanzable, es posible que la droga brinde una felicidad momentánea e ilusoria, una resolución `al instante´, ya , de lo que no se puede resolver por otras vías. En ese sentido, es posible que un mundo hostil, que lanza al consumismo, en el que los valores fundamentales tambalean y en el que la muerte tiene una presencia permanente como cuña no tramitable, empuje a la adicción a todos aquellos chicos en los que prevalece la desestimación y la desmentida frente a un sufrimiento intolerable. Entonces(...)tierra arrasada frente a las exigencias de un mundo que no facilita vías de salida es el territorio en el que la adicción puede afincarse” (ídem: 3).
Por mi parte agregaría que esta destitución del futuro es inseparable de un sistema social y económico que anula la posibilidad de anticipación y de promesa social, facilitando situaciones de desencanto y escepticismo, en un mundo que parece incapaz de sostener situaciones de lazo social y donde los adultos viven junto y simultáneamente a sus hijos, una especial crisis adulta, expresión y revelación de una crisis social que ya nadie parece poder comprender y menos poder resolver...
Resalto que entonces lo patológico ya no radica simplemente en que no se puede tramitar duelos transgeneracionales. Se trata de una cuestión mucho más compleja en relación a procesos de pauperización, falta de oportunidades laborales, violencia desenfrenada y des-ciudadanización. Se interrumpen así factores que son fundamentales para la adolescencia, en tanto forma de crecimiento mental e individual. Desde esta perspectiva, la drogadicción está tapando otro conflicto subyacente, tanto social como familiar. Es tanto un decir a “gritos”, como un “silencio” imposibilitado de dar razones o explicaciones. Dejo para otro trabajo el análisis de esta doble presencia de lo social en forma de grito apabullante y silencio escandaloso.-
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Bibliografía citada
[i] Se ve especialmente en el caso de pacientes con anorexia- bulimia.
[ii] Cabe aclarar que lo mesiánico no siempre tiene que ver con un sobre-investimento familiar. En ocasiones surge como des-investimento, de tipo indiferente (y agresivo): “que se arregle como pueda”, o decepcionado: “no servís para nada, sos una bestia, un drogadicto”. Estas modalidades hay que diferenciarlas de una interrogante, positiva, del tipo : “¿qué le pasó a mi hijo?” o “me cuesta dialogar con mi hijo, no reconozco a mi hijo” lo que indica alguna manera la asunción de un trabajo psíquico por parte de la familia. Por eso es importante- entre otras cosas- el liceo. La familia se puede preguntar “¿quién es este hijo?”, pero en el liceo se es estudiante, lo que es una identidad segura y a “salvo” de la configuración familiar.
[iii] El sentido original de lo mesiánico es ser "ungido" por un aceite ritual que metafóricamente remite a cumplir determinada misión.
[iv] Idea que pertenece a Marcos Bernard , psicoanalista argentino.
[v] Cabe señalar que para Winnicott el objeto transicional tiene que ver con la creatividad, no con el pensamiento en sí, pero entiendo igualmente que lo que Winnicott describe como fenómenos transicionales tiene relación con la capacidad de pensar, en tanto se relaciona con la adquisición de procesos de simbolización.