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Revista del Área de Psicopatología de la Facultad de Psicología de la UdelaR (Uruguay)

 

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/PSICOANÁLISIS/

¿Lacan en Montevideo?

 

Raquel Capurro

 

 

     Que algo se- convierta en acontecimiento no depende sólo de su entidad material sino de su producción simbólica y de su circulación social. El psicoanálisis es un acontecimiento producido por la obra de Freud, pero es un acontecer que puede ocurrir cada día, en cada cura, en cada sesión, ya que la singularidad de Freud no radica sólo en haber dejado escrita una obra que aún nos interroga, sino que esa obra recoge su intento por cuestionar y elaborar aquello que su práctica le planteaba, y a la que logra dotar de universalidad al formular las reglas del método que con ella instauraba.

 

    Quizá la novedad a la que invita la situación que se inaugura con cada psicoanálisis se pierde de vista justamente por el éxito mismo de la obra de Freud. Primero resistido, el psicoanálisis no deja, luego, de ser también una de las teorizaciones que, a lo largo del siglo XX, llegan a la popularidad de los grandes medios de masas, al menos en Occidente, y se convierte en supuesto saber común, que nutre la cultura. El precio de ese éxito fue el de la pérdida del filo cortante de una experiencia, rebelde a dejarse reducir a un saber ya concluido. Si la experiencia analítica se revela como lugar posible para que un sujeto encuentre otra relación con su deseo, con su vida erótica, con su existir en relación a la muerte, con sus ideales, con el lenguaje y sus formaciones inconscientes, sintomáticas, ello está ligado al motor mismo de esa aventura que Freud nombró transferencia. Por la naturaleza misma de su singularidad la experiencia está grávida, cada vez, de cuestiones tales que hicieron decir a J. Lacan que la clínica psicoanalítica consiste en volver a interrogar todo lo que Freud dijo - y añadió : así lo entiendo y lo pongo en práctica con mi bla--bla-bla.(1977)

 

    Ese bla-bla-bla lacaniano es a su vez el que se presenta hoy como otro lugar textual, otro lugar de la pregunta ¿qué es un psicoanálisis ? ¿qué es un psicoanalista? Esa pregunta-murciélago, como la llamó Lacan, difícil de traer a la luz del día, emerge con fuerza en algunos momentos en que se capta la originalidad de la propuesta analítica. Entiendo que sólo desde esa originalidad es posible discernir la pertinencia misma del decir de J. Lacan. El impacto de la práctica analítica se refleja en terrenos diversos que van desde las elucubraciones sobre la sexualidad, hasta el cuestionamiento de la equivocidad que adquieren ciertos términos al pasar de un discurso a otro, como por ejemplo, del discurso médico al analítico. Basta pensar en un término como el de "síntoma", punto que Lacan señala en una visita que realiza en los años setenta al servicio del Dr. Daumezon. Esta diversidad se fue ordenando en el discurso, en el bla-bla-bla de J. Lacan, cuyo referente es la experiencia analítica y cuya enunciación trasunta las consecuencias subjetivas que tiene para ese hablante aquello que dice.

   

    Ese hablante -J. Lacan- pudo revelarse capaz en el decir a otros, de examinar a la luz de esa experiencia, el decir fundante de Freud, al punto de criticarlo y oponerle como alternativa en vez de una teorización del conflicto psíquico en términos duales, una propuesta que cobra la forma de un ternario: ISR (imaginario simbólico real). A partir de 1953, J. Lacan comienza a desplegar las consecuencias de ese ternario, y logra de algún modo apretar, al grado sumo, su novedad en el campo de la erótica y de su logos analítico: primero, circunscribiendo la falta de objeto -que llama objeto a- su  única invención, dirá, exagerando un poco- y luego, bajo la fórmula "no hay relación sexual". Ello se produce bajo la modalidad de un surco desprolijo que abre con su discurso y en el que él mismo sigue adelante dejando a quienes venimos después -discípulos y lectores- la tarea crítica, que sólo hemos iniciado, de discernir en las huellas de su enseñanza, aquello que consideramos o no un avance en el saber, el saber de una verdad que por su naturaleza se escabulle a la simbolización.

 

 

    Si a partir de esa fecha -1953 -se gesta en el movimiento psicoanalítico una tensión con aquello que J. Lacan producía en su teoría y en su práctica, tensión que pasa por su exclusión de la IPA, por la fundación de su escuela, por la disolución de la misma, por los avatares del movimiento lacaniano, por la actualidad de la situación del movimiento psicoanalítico en su conjunto, ¿de qué modo operó esta "erótica de la verdad",  como la llama Rajchmann (1991)-  que es también una historia de pasiones, suscitada por su búsqueda en la construcción de un saber, por las luchas de poder, por los amores y odios de las transferencias? ¿en qué medida esta historia incluye nuestra particularidad ? Es decir, ¿de qué modo, en este lugar del planeta, algunos fuimos suscitados por esta forma del psicoanálisis al punto de incluirnos en su historia, y hacer de esa práctica una práctica localizada en esta ciudad ?

 

    Sin hacer propiamente una historia señalemos algunos mojones que nos permitan captar aquello que el propio Lacan llamó, hablando de Clérambault, su maestro en psiquiatría, y haciéndose eco de los análisis de M. Foucault, una figura fechada.

 

    Una figura circunscribe un pasaje de lo particular a lo universal y una figura fechada, dice que ella tuvo su época de emergencia pero que además realiza en su calidad de figura algo paradigmático, que no es una dimensión teórica, o no sólo, sino y sobre todo una emergencia práctica, encarnada. Esa figura fechable, que pongo hoy de relieve en su particularidad histórica, es la figura de Theodor Reik, llevado a juicio en 1926, acusado de ejercicio ilegal de la medicina. Quizá· estamos ya a suficiente distancia de ese episodio que tocó a uno de los analistas de la sociedad de Viena y que motivó el escrito de Freud en el que formula su respuesta a la pregunta que surge entonces: ¿pueden los legos ejercer el psicoanálisis?

 

    Lo interesante de la figura fechable que encarna Th. Reik, radica en que quizá· en ese momento, y bajo la forma de un escándalo, algo de la naturaleza misma del método analítico se hizo perceptible para un cierto público. Quizá sea posible encontrar a esa figura que Freud nombró como la del analista laico, cada vez que el psicoanálisis, en su originalidad, vuelve a localizarse en un nuevo territorio espacial y/o temporal.

 

    Propongo situar la emergencia de esa figura en la historia del psicoanálisis en Montevideo, como un momento en que se jugó  cierta transmisión o interrogación sobre su naturaleza misma, pues no veo posible ubicar hoy, aquí, la obra de J. Lacan sin antes describir aunque sea someramente de qué modo se constituyó en nuestro país el campo freudiano. Quizá este sesgo permita situar algunas reacciones suscitadas luego por su enseñanza.

 

    Si la obra de Freud comienza a trascender a comienzos de siglo XX ¿en qué momento llegó al Río de la Plata? ¿Qué condiciones de lectura se establecieron? ¿De qué modo su método, que instauraba otro trato con las gamas de la  locura, llegó a ser practicado?

 

    Si uno sigue de cerca la instauración de saberes y de prácticas en el trato de lo que, globalmente, designo con el término arcaico de locura, se puede percibir que algunas coordenadas marcan su ingreso.

 

    En primer lugar la medicalización de la locura, con la constitución de un lugar de saber médico, ocurre con la inauguración de la primera cátedra de psiquiatría por el Dr. B. Etchepare en 1907. Esto  sucede bajo la doble influencia de la psiquiatría francesa y alemana que conocen su esplendor semiológico, junto con su impotencia para tratar al llamado enfermo mental. La influencia de Ortega y Gasset fue determinante para la temprana traducción de la obra de Freud por López Ballesteros, cuyos textos llegan a Montevideo en la segunda década del siglo y cuyo primer eco aparece en un artículo de SantÌn Rossi publicado en 1916 y titulado "Contribuciones al estudio del psicoanálisis".

 

 

    Esta llegada de los textos que Freud escribía casi contemporáneamente se realiza en forma desacompasada respecto a la inauguración del tratamiento  que esas teorizaciones intentaban fundamentar. La lectura de los textos de Freud por el mundo médico se acompañó de polémicas que se limitaron en un primer tiempo a ese espacio discursivo, que trasuntaba la mentalidad positivista dominante en la época. De ninguno modo encontramos indicios de que los lectores hubieran caído en la cuenta de que se encontraban ante un nuevo método que conllevaba el cuestionamiento mismo de sus prácticas o que instituía un corte con ellas y que cuestionaba la exclusividad de la psiquiatría como forma de acercarse a esos fenómenos que, para hablar como Erasmo, seguimos llamando locura. Incluso más, podría decirse que, en ese momento, se percibe al método de Freud como una técnica más del llamado arsenal médico. Quizá recién cuando un Pérez Pastorini (pag. 185) señala la diferencia que implica para él, haber pasado por la experiencia del diván analÌtico  comienza a resonar una primer alerta que ubicaba la experiencia misma del análisis en el centro de la novedad freudiana.

 

    Que el método analítico surja como algo inédito, mediante el cual los términos del anterior debate acerca de las  "anormalidades" y de las enfermedades nerviosas y acerca de su tratamiento posible han de volver a posicionarse, es algo que quedó pues opaco. Y con ello la interrogación crítica de la obra de Freud no logra su calce. Aquí, como lo señala muy bien Guy Le Gaufey  (2001) en Anatomía de la tercera persona, el problema no se resuelve sólo en el registro de la novedad histórica y de sus avatares sino que se trata de que esa novedad interroga la naturaleza misma de la episteme en juego en el tratamiento de un sujeto aquejado por los llamados síntomas. Esto es lo que el dispositivo mismo de Freud viene a cuestionar.

 

    Si el hallazgo de Freud toca a la naturaleza misma del deseo, su naturaleza sexual y sus expresiones inconscientes, ello pone en crisis la idea misma que se tiene de los síntomas de ese supuesto hombre y por lo tanto de su resolución. Que esos síntomas puedan hablar y puedan transferirse en el espacio que surge entre el ahora llamado analista y quien a él acuda, eso es algo que sorprendió al mismo Freud: entonces, él no era sólo él, él era él y algo más que se producía con él. El método vuelve lego al médico, las enfermedades dejan de ser lo que eran, los síntomas se completan con el otro y se ponen a hablar.

 

    Estas son las coordenadas que preparan el surgimiento de esa figura también fechable en Montevideo y que propongo considerar como la emergencia, con esa figura, de una pregunta – digamos mejor : esa figura es el lugar de una pregunta  que alcanza la dimensión de un público que trasciende ya el de los especialista: ¿qué es un psicoanálisis? ¿qué es un psicoanalista? ¿qué puede esperarse de él?

 

    Ese momento quizá alcanza su acmé el 29 de abril de 1958,  aunque se desarrolla en una temporalidad más amplia, quizá de dos o tres años, en donde han de situarse varios acontecimientos que estructuran esa coyuntura histórico.

 

    En 1956, primer evento, H. Ey, visita Montevideo, es decir visita a la cátedra de psiquiatría, a sus docentes y estudiantes. También ese año, segundo evento, se realiza un homenaje a Freud, en el centenario de su nacimiento, que da como resultado público la aparición -en diciembre- -del primer número de la "Revista uruguaya de psicoanálisis"(1956); tercer acontecimiento: se hace visible en esos años, la práctica de los primeros analistas no médicos.

 

    Relativa simultaneidad pues entre la llegada a la psiquiatría nacional del empuje de una teorización vigorosamente unitaria para dar cuenta de las llamadas enfermedades mentales, y que además se construyó teniendo en cuenta el surgimiento del psicoanálisis y la constitución de un lugar específico, textual, institucional, pragmático, de los psicoanalistas que salen al público como tales a través de una revista que homenajea a Freud, y también -algunos- presentando su práctica como ajena al saber médico.

 

     Son estos quienes encarnaron bajo la forma del escándalo la pregunta que se hace pública: pero, ¿qué califica a estos para ocuparse de los enfermos mentales ? Adónde queda el lugar del médico? ¿Qué pretende el psicoanálisis? Por poco que se piense, este debate está grávido de cuestiones doctrinales que conciernen particularmente la naturaleza de las llamadas enfermedades mentales, su tratamiento y también -pero no hay en la época posibilidad de situarlo- la amplitud de la medicalización de la sociedad como forma de ordenamiento social. Las preguntas surgen además en años en que florece la expectativa despertada por la cloropromazina acerca de la resolución medicamentosa de los síntomas mentales. ¿Qué puede esperarse que ocurra entre dos personas que se reúnen para ejercitarse en una cierta forma de hablar y escuchar?

 

     En la época, las respuestas se forjaron en un clima que alcanzó un tenor paranoico. La territorialización de las praxis, y  la defensa de sus fronteras, sin duda obedece siempre a factores complejos: a una trama de saberes, de supuestas cientificidades, de supuestas garantías, de mercados y de economías. Como Foucault se ha aplicado en analizarlo saber, poder y verdad se trenzan en cada oportunidad de modo peculiar. Pero porque no sólo fue asunto de poder, sino también de doctrina podemos situar allí a esta figura fechable que funciona justamente como el signo de que  también estaba en juego un asunto doctrinal.

 

    El campo se polarizó y las tensiones tomaron un cariz paranoizante. que indicaba la ruptura de un discurso que aseguraba ortodoxias y ortopraxis. "Un grupo de psiquiatras se fueron apartando del pensamiento rector de la cátedra", escriben, rememorando la crisis, los Dres. Murguia y Soiza Larrosa, en 1987 (p. 178).  La palabra clave que gobernó la polémica, el significante-amo, fue el término "intrusismo". Se habló de "curanderos refinados," ya no "clandestinos," sino "ostensibles". Esto culminó con un debate entre psiquiatras y psicoanalistas médicos que tuvo lugar en la Sociedad de psiquíatra, el 29 de abril de 1958.

 

     Los analistas médicos tuvieron que argumentar ante público de especialistas acerca de la legitimidad de los  analistas practicantes no médicos ¿Era o no el psicoanálisis una práctica médica ? -La polémica ocupó luego un número entero de la "Revista de psiquiatría del Uruguay"(1958). Para el medico la figura del analista laico era la de un aparecido: el curandero y charlatán contra quien batalló en la primera mitad del siglo XX.(1995)

 

    Este debate se saldó de un cierto modo: la profundidad de las cuestiones en juego quedó, podría decirse, abortada. En 1957 la polémica se resolvió por una vía pragmática y política que apaciguó los ·ánimos mediante la creación de una nueva figura, la del psicólogo, garantizada esta sí, al menos en ese momento, por un recorrido universitario. Los debates doctrinales que conciernen al psicoanálisis como novedad que instauraba un discurso y un tratamiento de las gamas de la locura distinto del tratamiento médico, quedaron aplazados y desplazados por largo tiempo.

 

    Por otra parte la posición del mismo Freud respecto a la inadecuación del psicótico para el tratamiento analítico, porque "incapaz de transferencia" permitió una cierta división teórica y práctica del campo de .la locura: los psicóticos para los psiquiatras, los neuróticos para los psicoanalistas y los perversos, rebeldes sin causa, librados a si mismos.

 

    Digamos, para adelantar un poco, que la entrada de la enseñanza de Lacan en un panorama así "saldado" supuso reabrir este status quo que, por otra parte, otros factores han venido a conmover.

 

    Pero volvamos aún a esa venida de H. Ey y situemos ese viaje en su punto de partida. París 1956.

 

    Un par de décadas antes, en los años treinta dos jóvenes médicos, compartían una polémica

apasionada en sus horas de guardia en el Hospital Ste Anne. Estos jóvenes amigos eran Jacques

Lacan y Henri Ey. La locura, y el psicoanálisis eran los puntos de interés común.

 

    En esos años Lacan, luego de su encuentro con Marguerite Anzieu, la Aimée de su tesis de psiquiatría, se ve llevado, por la escucha de su paciente, en primer lugar, a un diván, y luego a dejar caer las ideas de Kraepelin sobre la paranoia y a empezar a esbozar un nuevo abordaje de los fenómenos que la caracterizan. Unos años después propondrá· con "el estadio del espejo" una reformulación del narcisismo que señala el comienzo de su diálogo crítico con Freud y su primera respuesta dispar. Ha localizado el poder constitutivo y enloquecedor que acontece en la relación subjetiva con ciertas imágenes del cuerpo propio y del semejante.

 

    Mientras, el otro, Henri Ey, busca construir a partir de las investigaciones fisiológicas de su época, de la influencia de Janet, de K. Jaspers, y también con la de Freud, una nueva psiquiatría que llamaráórgano-dinámica. El acento estará puesto en la conciencia y en sus niveles de desestructuración psíquica y/u orgánica.

 

    Como tenían costumbre de hacerlo, Lacan y Ey polemizan entonces, y lo seguirán haciendo cuando Ey se convierta en “el patrón”, como dicen los franceses, de la ClÌnica de Bonneval. La causalidad de la locura y la naturaleza del inconsciente están entre los temas que abordan y que los separan.

 

    En 1946, recién terminada la guerra, Ey convoca a un gran debate sobre la causalidad de la locura, Años después, también en Bonneval, en octubre de 1960, convoca a un Congreso sobre el inconsciente freudiano. En  ambas oportunidades Lacan se hace presente. Los escritos de ambos, permiten leer hoy la trayectoria de una polémica en la que se producirá una disyunción de posiciones. Para Lacan, esa disyunción va a la par de una reelaboración de la teorización psicoanalítica en sus puntos nodales: vuelve a intentar dar cuenta de la transferencia de un modo que abra puertas a subjetividades que parecían ajenas a ella, y se va viendo llevado a pensar la puesta en juego de la sexualidad en una dimensión que no se reduce más a su formulación edípica, la que por otra parte ha reformulado con su ternario. Esto último es lo que se encuentra desarrollando en esos años cincuenta.

 

    En 1956, pues, ya con una trayectoria reconocida internacionalmente Ey llega a Montevideo y pasa varios días trabajando con la cátedra de psiquiatría. Lacan no vendrá nunca a estos pagos. Llegaron sí, primero,  sus Escritos, luego, más o menos establecidos, sus seminarios. Pero esto no ocurrió sino dos décadas más tarde.

 

    Las relaciones pues entre psiquiatría y psicoanálisis, han estado marcadas por la enseñanza de Ey, de Freud y por la fuerte influencia que el psicoanálisis rioplatense recibe en esos años del kleinismo. Esto lo aleja, por un lado, de las influencias de la psicología del Yo, pero también de aquello que con Lacan se tramitaba en sus seminarios parisinos. Resultó obviada por supuesto la polémica en curso que se sostenía con Lacan.

 

    Si se exceptúa la mención de su tesis hecha en 1938 por el Dr. E. GarcÌa Ausst (1938) las coordenadas históricas en las que llegó el eco de su enseñanza  son las de la ruptura institucional que cercenó la vida intelectual de este país..La primera actividad pública que se propuso en Montevideo -si no me equivoco- una actividad  que fue resultado de un primer tiempo de lectura de algunos aspectos de la enseñanza de J. Lacan, fue  convocada por el llamado "Grupo freudiano de trabajo" y se realizó el 31 de octubre de 1981, como homenaje a la muerte de Lacan, hace exactamente 20 años.

 

    Como lo señala Leo Strauss (1989), en tiempo de persecución nada funciona igual en la vida intelectual de una sociedad. Surgen códigos nuevos, alusiones, estilo elíptico, alejado de la polémica y ello se extiende a toda la forma de hablar más allá· del discurso o del quehacer político. La enseñanza de J. Lacan no es un arma política, pero es una enseñanza que reclama fuertemente la actividad crítica en el ejercicio de la palabra El mismo dijo que sus Escritos eran como flores japonesas que necesitaban del agua para abrirse. Del agua que corre, metáfora del discurso, del debate, de la crítica.

 

    La obra de Lacan tuvo un difícil camino en los márgenes reducidos que, en esa década, hicieron practicable , a pesar de todo, su lectura. En 1981, poco antes de la muerte de Lacan, el llamado "Grupo freudiano de trabajo" que luego daría paso, con su disolución, a la "Escuela freudiana de Montevideo", publicaba en abril de ese mismo año un primer número de su revista "Cuadernos de psicoanálisis freudiano". Fue el comienzo de un movimiento lacaniano que colocaría a la enseñanza de Lacan en el centro de su perspectiva.

 

     Sería  a pesar de todo una reducción del problema el colocar las dificultades sólo en clave de historia nacional y atribuirlas sólo al efecto de la dictadura. Los años que siguieron no fueron mucho más prometedores en este punto.

 

    De ello no voy a hacer la historia. Lo ocurrido en estos veinte años me implica más bien como protagonista, lo que de algún modo dice que aquí también la enseñanza de Lacan, lo que trasmitió en su manera de practicar y de teorizar el psicoanálisis, cambió los rumbos de algunas vidas. Me incluyo entre ellas.

 

    No me interesa demasiado el pasado inmediato salvo para identificar allí distinto tipo de resistencias que han hecho difícil que la enseñanza de Lacan tomase un lugar significativo en esta ciudad. Señalo además que el propio movimiento psicoanalítico está fuertemente implicado en esa resistencia. Quizá· los cuestionamientos de J. Lacan al psicoanálisis, en todos sus puntos neurálgicos, prácticos, doctrinales, institucionales, así como la ausencia en su trayectoria de la propuesta de un cuerpo de doctrina coherente que diera la tranquilidad de un recambio sin pérdidas, no alienta a muchos para seguir sus huellas

 

    ¿Un maestro que ya hizo su agosto en un mundo apurado por exigencias pragmáticas ? No. Hay señales en el movimiento psicoanalítico que permiten decir que la enseñanza de Lacan esté aún muy por delante de nuestros planteos. En el territorio freudiano, Lacan sigue siendo -en nuestra óptica-un adelantado, o si quieren un baqueano, al punto de seguir siendo su obra el lugar de un trabajo por venir.

 

Ese trabajo reclama un espíritu crítico, acerca de su enseñanza, acerca del psicoanálisis, un trabajo que permita, justamente, acusar el recibo de las cuestiones actuales que desde distintos campos no cesan de plantearse al psicoanálisis o que no cesa de plantear el psicoanálisis. Puede acaso abordarse, por ejemplo, hoy en día la sexualidad en los mismos términos que Freud? ¿qué sí? qué no? ¿En los mismos términos que Lacan ? que sí? qué no ? ¿Puede el discípulo de Lacan ignorar los cuestionamientos, por ejemplo, que llegan al psicoanálisis de un Wittgenstein o de un Foucault?)

 

Si esto es así la enseñanza de Lacan ha de jugar sobre todo como la enseñanza de un estilo, de una forma de hacer con el saber y con la verdad, que rehuye todo acabamiento dogmático y termina por convertirse, como diría Wittgenstein, en una buena caja de herramientas en donde el discípulo ha de aprender qué usar o desechar en el momento oportuno. ¿Lacan en Montevideo? Un largo trabajo por delante.

 

 

Bibliografía citada:

 

Barrán, J.P. (1995). Medicina y sociedad en el Uruguay del novecientos. 3 vol. Montevideo : Banda Oriental.

 

Lacan, J. (1977) Apertura de la sesión clínica. Intervención en Vicennes [cd] Past tout Lacan.

 

Capurro, R.; NIn, D. Extraviada. 2ª. Ed.. Buenos Aires : Edelp.

 

García Auss, Elio (1938) Concepto actual de la enfermedad mental. En Revista de Psiquiatría del Uruguay, 1938.

 

Gaufey, Guy Le (2001). Anatomía de la tercera persona. Buenos Aires : Edelp.

 

Murguía, J. ; Soiza Larrosa (1987) [------]    Rev. De Psiquiatría del Uruguay, Nº 309, p. 3-10 (1987)

 

Rajchman, J. (1991) Foucault y Lacan : una ética de la verdad. México : Epeele.

 

Revista de Psiquiatría del Uruguay (1958)

 

Strauss, L. (1989). La persecistion et l’art d’ ecnire. Paris : Agora