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Revista del Área de Psicopatología de la Facultad de Psicología de la UdelaR (Uruguay)

 

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/ESQUIZOFRENIA/

La Panorama estructural de la Esquizofrenia

Ps. Raúl Trostchansky 

Psicólogo. 

Docente del Area de Psicopatología de la Facultad de Psicología 

(Montevideo-Uruguay)

 

 

   Tradicionalmente es una psicosis que se distingue por la ubicación de su fijación predisponente en estadios tempranos del desarrollo libidinal. También por ciertas particularidades: la sobrecatexis de las representaciones-palabra, lo que conforman los característicos trastornos del lenguaje; y la sobrecatexis de las representaciones de objeto, que dan como resultado las alucinaciones.

    El mecanismo alucinatorio parecería corresponder a una fase posterior, siendo lo primero en aparecer la catectización desmedida de las representaciones de palabra. De esta manera ella pierde su poder metafórico, conserva la referencia integral a las cosas concretas. “El predominio de la relación de palabra por sobre la relación de cosa” es lo que está en el origen de las metáforas idiosincráticas, delirantes.

    Para entender los mecanismos de la psicosis, de la esquizofrenia, desde la óptica lacaniana, debemos retrotraernos a “De la historia de una neurosis infantil “ (Freud, T. XVII). En este trabajo, el sujeto en cuestión relata que, cuando tenía cinco años, tuvo la alucinación de haberse cercenado el dedo meñique de la mano de forma que sólo colgaba de la piel (Freud, T. XVII, pág. 79). Aquí Freud introduce el término verwerfung (desestimación) y lo relacionó directamente con el problema de la castración. Afirma que el paciente desestimó la castración, no quiso saber nada de ella siguiendo el sentido de la represión (como esfuerzo de desalojo): “Con ello, en verdad, no se había pronunciado ningún juicio sobre su existencia, pero era como si ella no existiera...”  (Freud, T. XVII, pág. 78).

    Jacques Lacan propone el término forclusión para traducir verwerfung. Previamente es necesario enunciar algunos conceptos básicos de la forclusión. Se debe elaborar una distinción en tres partes: en primera instancia el mito de atribución universal del pene; esto sería el Todo universal. Un segundo momento que es el del “descubrimiento” infantil que hay una persona castrada: la madre. Esta excepción al mito es el Uno de la existencia. El tercer término es la Falta como tal.

    De una forma u otra, la forclusión actuará sobre el Todo, el Uno y la Falta.

    Antes de seguir adelante debemos recordar que Freud solamente pensó la forclusión  en función de la representación intolerable. Esto último equivale al Uno.

    El Todo, el Uno y la Falta comprenden el concepto de dimensión simbólica: dimensión siempre cambiante, dinamizada sobre el trasfondo de un todo afectado de la Falta, de incompletud. Lo que negativamente produce una hiancia en el Todo, una Falta en el Todo, es la vida simbólica misma.

    Esto es, ni más ni menos, la castración, sentida en la infancia y resignificada sin cesar durante toda la vida.

    Encontramos entonces que, desde este punto de vista, se diferencian netamente la represión de la forclusión. En tanto la primera conserva la coherencia del devenir simbólico, la segunda quiebra drásticamente la articulación entre el Todo y el recomienzo permanente del Uno. De esta manera, se impide el advenimiento de lo nuevo, dando forma al aforismo lacaniano de que lo que no puede darse en lo simbólico aparece en lo real (realidad). Así, retomando el ejemplo de Freud, el niño (Freud, T. XVII, pág. 79), ante la irrupción en la realidad (alucinación) del dedo cortado, explica que “...No me atrevía a decir nada...” . La palabra que no pudo ser expresada en el terreno de lo simbólico, se transforma en la realidad de una alucinación.

    La forclusión corta toda unión posible entre el juicio de afirmación y el juicio de existencia (S. Freud, 1925) o, dicho con otras palabras, entre el Todo y el Uno.

    Para entender el concepto lacaniano de forclusión, elemento cardinal en la inteligencia de las psicosis, debemos distinguir dos momentos en su pensamiento. En el primero de ellos, mantenido sobre todo en los primeros textos, la forclusión sería llanamente, la eliminación de ese Todo, llamado por Lacan Bejahung primaria, vale decir, la fantasía originaria de la universalidad del pene. Debe pensarse, de esta forma, en la ausencia de esta creencia.

    A propósito de esto, Lacan dice: “Veamos al Hombre de los Lobos. No hubo para él Bejahung, realización del plano genital. No hay en el registro simbólico huella de este plano. La única huella que tenemos es la emergencia, no en su historia , sino realmente en el mundo exterior, de una pequeña alucinación. La castración, que es precisamente lo que no ha existido para él, se manifiesta en la forma que él se imagina: haberse cortado el meñique...”(Lacan, Sem. 1, pág. 97, subrayado mío).

    Ya que este juicio de atribución primordial es la base misma en la que se funda la experiencia de castración, su forclusión implica que el niño ni siquiera tuvo que enfrentar esta experiencia. Se pensaría así que el futuro psicótico no pudo vivir la prima ilusión mitológica de que cada ser humano posee un pene.

    En el segundo momento, Lacan irá adoptando una posición teórica definitiva, en virtud de la cual la forclusión no afecta al Todo sino sólo a un significante. Este significante es el Nombre del Padre y se intrincará de ahora en más con el mito edípico.

    Es necesario hacer algunas precisiones a propósito de la noción de objeto. Objeto es siempre lo relativo, lo relacionado con la pulsión, con el amor o con la identificación.

    La discriminación freudiana de Das Ding (cosa o cosa del mundo) aparece en esta concepción como el objeto absoluto en el sentido de objeto perdido, objeto perdido -desde siempre- que satsifaría absolutamente, en una satisfacción plena y mítica: objeto del incesto, objeto interdicto y máximo bien. De esta forma la Cosa está perdida como tal, es lo real más allá de los avatares por los que pasa el sujeto, más allá de las representaciones que de ella se tengan, que no son ni más ni menos que lo que porta la metonimia en la que discurre la cadena significante. Es por esto que ser uno con la Cosa es derrumbar la cadena de significantes y por ende, derrumbar la simbolización y la subjetividad misma.

    También sería derrumbar el deseo ya que el objeto propio para la metonimia del deseo –deseo de cambio de objeto en sí mismo- es el objeto a, que se ubica en el vacío de la Cosa,  y muestra el señuelo del fantasma para sostener el deseo mismo.

    Cuando se estudia el tema de la Forclusión, no hay que perder de vista que no sólo se estudia un mecanismo prototípico de la psicosis, sino también un mecanismo trófico, igual que la represión, por ejemplo.

    La forclusión es un mecanismo que interviene en la determinación simbólica, en el advenimiento del sujeto. Esto se ve claramente antes de estar instaurada la diferencia de sexos: aquí nos encontramos con la primera forclusión, la del Otro sexo, la mujer, el sexo que no se determina por el significante fálico ni entra en el par de opuestos fálico-castrado.

    El sexo de la mujer, entonces, no es pasible de ser simbolizado, es decir, todo se va a remitir luego a la presencia/ausencia del falo, que es un significante masculino.

    De esta manera, presencia del falo dice varón pero ausencia del falo no dice mujer, porque esa ausencia es imaginaria. Aquí opera una protofantasía –premisa narcisística fundamental- de la universalidad del pene, que excluye al Otro sexo como diferencia radical.

     Lo que se llama realidad para cada sujeto, va a estar organizada por la búsqueda incesante y exigente a ultranza, de encontrar un objeto que tenga una condición fálica. Pero sucede que el objeto está perdido en esta Forclusión Inicial y constitutiva; el objeto será entonces una significación fálica, ya que no hay objeto que sea el falo, habrá significaciones, habrá un brillo que va a tratar de unir imaginariamente al sujeto en la ilusión del objeto.

    En la psicosis hay inicialmente una fuga: la castración no se inscribe, según Freud, fuga psicótica en el sentido de negar la realidad, de no saber nada de ella.

    En este momento no hay sujeto, el sujeto es puro objeto, objeto del goce del Otro, aquí empieza la clínica de esta pasividad, a esta alienación en el goce del Otro: “me hablan”, “me hacen hacer cosas” (Síndrome de Automatismo Mental de Clerembault, al que también llamó “pasividad”). Aquí el sujeto sufre pasivamente una situación que no puede ni enfrentar por no tener acceso a la simbolización. No puede simbolizar, sólo puede hacer nada. Se puede conceptualizar esto como la ausencia del significante del Nombre del Padre que genera un vacío simbólico de forma tal que cuando se encuentra con aquello que representa la castración, no sabe de qué se trata. El Otro asume el lugar que deja vacante el sujeto, por ende ese sujeto es hablado.

    Nos encontramos en este momento con una diferencia fundamental entre neurosis y psicosis desde el punto de vista de la simbolización de la castración.

    La simbolización de la castración va a organizar la realidad de determinada manera: evitando el agujero atemorizador por un lado, y por el otro, lo que toma un brillo particular que atrae. Así organiza la realidad el neurótico, lo que equivale a decir que para él no hay realidades sino significaciones con determinaciones simbólicas, esto es, hay una realidad organizada por la fantasía.

    Sucede en el psicótico que también hay significaciones pero no están determinadas simbólicamente.

    Se puede pensar que –en algunos casos- la realidad del neurótico y la del delirante no sean diferentes, esto es, la diferencia no está en el discurso sino en la relación con el discurso. Se puede afirmar que el delirante está en el mundo del lenguaje, pero no en el de la palabra. Es un mundo de significaciones, pero no simbolizadas, que retornan de lo real. Las palabras son cosas, cosas que el psicótico padece, en el delirio él es también objeto (Lacan, Sem. 3) y sin significaciones pasibles de ser interpretadas.

    Lacan concibe el concepto de suplencias del Nombre del Padre. Propone que habría ciertos artificios para suplir la carencia del significante paterno: lo primero es situar al delirio como restitución, supliendo la carencia por lo llamado Metáfora Delirante, que tiene como cometido solamente estabilizar al sujeto en el campo de la significación. Es como una forma de “taponear” el agujero en el campo del significante mediante un recurso imaginario. Esto, como es de esperar, pone el centro de la cuestión meramente en el sujeto: ¿hay sujeto o no en la psicosis? Lacan empieza diciendo que no y concluye diciendo que sí, ya que la Metáfora Delirante es una operación y en una operación siempre hay un sujeto.

    Lacan retoma el aforismo freudiano: “los psicóticos aman a su delirio como a sí mismos”. Esto se debe a que el delirio es ellos mismos. Precisamente esto es lo que habría de sujeto en los psicóticos, con una metáfora delirante, metáfora a mínima de la metáfora paterna. Podrían producir así no una significación fálica sino una significación fuera del campo de la simbolización fálica, por lo tanto no intercambiable ni sujeta a la dialéctica del mensaje.

    Otro tema central de la psicosis es que no hay pérdida del objeto, ya que para que haya pérdida del objeto tiene que haber necesariamente una operación de simbolización: el objeto es simbolizado y, por tanto, el objeto como tal, es perdido. En la psicosis no hay pérdida de objeto sino que éste queda encapsulado en la estructura.

     Hay tres dimensiones en relación al discurso: lo Simbólico, lo Imaginario, lo Real, y son las que sujetan al sujeto para constituirlo.

    Cada sujeto está identificado a lo Real, lo Simbólico y lo Imaginario, pero de una forma particular, con una condición borromea, es decir, los tres nudos articulados de forma tal que si se deshace uno se separan los otros dos.

    En la psicosis el nudo de lo simbólico no tiene condición borromea, está “suelto”, por lo tanto el nudo de lo imaginario está desestructurado y lo real no puede ser enlazado: está ahí.

    Los fenómenos psicóticos son los propios del estadio del espejo. Va a tener que producirse un cuarto anudamiento que trate de alguna manera de mantener un todo coherente y que supla la ausencia: el delirio.

    El delirio aquí sería una compensación imaginaria, un recurso para suplir la falta del Nombre del Padre.

    Si se piensa toda esta articulación desde el punto de vista del deseo, se deben distinguir dos partes: 1) el deseo en relación con el objeto absoluto (Das Ding), objeto de la angustia, la falta de significación, el terror, la muerte; 2) el deseo en relación a lo que el sujeto está plenamente adherido, es el objeto como significación, es pacificante de la angustia y depende de la operatividad de la Metáfora Paterna que lo convierta en objeto de simbolización fálica, le dé un brillo fálico.

    Vemos entonces que el brillo y el agujero estarían organizando lo propiamente humano.

    El brillo es la significación fálica del objeto, y el agujero es la falta de significación. De esto último se desprende el temor, el aniquilamiento, la sensación de fin del mundo,  en definitiva todas las vivencias relacionadas con la psicosis.

    Es en la relación de la psicosis con el agujero en el campo de la significación, donde el objeto aparece como real (Lacan, Sem. 3). Como esta realidad es imposible, aparece el significante semántico sin la significación, cosa que se ve en la psicosis como neologismos, iteraciones sin sentido, interceptaciones.

    El punto fallante en la psicosis es la identificación final del estadio del espejo de forma de constituir la imagen del yo como diferente de la especular con la que el sujeto se identifica. Así el psicótico queda atrapado en el estadio del espejo sin poder conformar su propia imagen.

    Es necesario hacer ahora una aclaración y un viraje.

    Generalmente cuando un clínico piensa en “psicosis” en última instancia, y aún sin proponérselo, piensa en “esquizofrenia”. Lacan piensa en “paranoia”.

    Por eso he de resaltar aquí que el desarrollo anterior relacionado con la falla estructural del Nombre del Padre, explica bien la paranoia pero no es suficiente para explicar la esquizofrenia.

    Para explicar la esquizofrenia se debe pensar en esta falla antes desarrollada, y también en una falla en el deseo materno.

    Es necesario introducir la problemática del deseo de la madre. Lacan plantea el deseo de la madre (Freud plantea el deseo por la madre) como un elemento trófico fundamental en la constitución de la subjetividad del niño; desde el punto de vista lacaniano no hay niño si no hay deseo de la madre.

    Para poder pensar esto hay que pensar –en algo por todos sabido- en cómo se produce el complejo de castración en la niña, el cual desemboca en un intenso odio y decepción de la niña hacia la madre por no haberle dado un pene. Todo esto sería la manifestación de lo que produce en la niña la castración del Otro materno, la cual le hace perder su ilusión fálica y su envidia del pene resultante es del pene que a ella le falta, no del pene que tiene el niño.

    Se instituye así el anhelo de un objeto que nunca existió: el falo.

    Lo que busca ahora la niña es en realidad, volver a ser el falo de la madre.

    Así planteadas las cosas, Lacan señala que el deseo materno es devorador del niño: “...El papel de la madre es el deseo de la madre (...) El deseo de la madre no es algo que pueda soportarse tal cual (...) Siempre produce estragos. Es estar dentro de la boca de un cocodrilo, eso es la madre. No se sabe qué mosca puede llegar a picarle de repente y va y cierra la boca. Eso es el deseo de la madre (...) Hay un palo, de piedra por supuesto, que está ahí en potencia, en la boca, y eso la contiene, la traba. Es lo que se llama falo. Es el palo que te protege si de repente, eso se cierra....” (Lacan, Sem. 17, pág. 118).

    Ahora bien, la imposibilidad del padre de ejercer la castración sobre la madre, atrapa al niño como objeto en el goce del Otro, en el goce de la madre. Esto impide la terminación del estadio del espejo que es: “o Yo o el Otro”.

    Resumiendo lo anterior: el deseo de la madre tiene una función constitutiva para el niño (falo = niño), su libidinización para constituirlo como sujeto. Sin embargo, este deseo puede ser “devorador” del niño, sin la intervención de un padre que evite esa devoración. Justamente la forma que tiene el niño de liberarse de esta devoración es mediante el deseo sexual del padre hacia la madre, que encausa el goce femenino,  el deseo, hacia el hombre y soltando al niño como objeto de goce. Esta función paterna se denomina (dependiendo de las traducciones) la pere-versión del padre.

    Específicamente en la esquizofrenia está más comprometido el cuerpo y se encuentra más determinada por un deseo materno patológico, y con la intrusión del goce femenino en detrimento absoluto del deseo materno. Esto presupone también una falla en la pere-versión del padre.

    Hay también en la esquizofrenia una falla a nivel de la constitución de la imagen corporal debido a algo fallante en la madre. El fallo más específico de la función de corte del padre a través de la forclusión del significante del Nombre del Padre, inclinaría más las cosas a una paranoia. La función del corte fallante por parte de la pere-versión paterna, nos sitúa de lleno en la esquizofrenia.

    Sin embargo, ambos mecanismos operan conjuntamente para la producción de la esquizofrenia: la forclusión del Nombre del Padre y la no operación de la pere-versión paterna que deja librado al niño al goce de la madre.

  

BIBLIOGRAFIA

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