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Revista del Área de Psicopatología de la Facultad de Psicología de la UdelaR (Uruguay)

 

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 /VIOLENCIA/

Siglo XXI -Trauma social, violencia y adolescencia

 

Rita Perdomo[i]

Facultad de Psicología. UDELAR

 

 

 

“Mis antecedentes son mi futuro”

Ernesto Sábato

 

“Un joven nos pone frente a la distancia

 entre los sueños y lo que hemos hecho.”

“La esperanza es un lugar cultural

de construcción de proyectos.”

Josefina Semillán

 

            Aquí pretendemos articular dos aspectos: la noción de cambio y los conceptos de trauma social y violencia, relacionándolos con el proceso adolescente.

            La noción de cambio, de lo nuevo, implica la necesidad de redefinir un proceso adolescente que no es independiente de las transformaciones que está sufriendo la cultura. Noción de final y de principio: final de siglo, principio de milenio; final de la infancia, principio de la juventud. De hecho, no existe una ruptura. En ambos casos, las transformaciones se vienen gestando con la consiguiente carga de ansiedad y angustia. La crisis de la adolescencia transitando una crisis de civilización.

En el siglo XX, a partir de la primera Guerra Mundial, y en particular desde mediados de siglo con el uso destructivo de la tecnología en la segunda Guerra Mundial, que llega a su apogeo con la deflagración  de la bomba atómica, comienza a instalarse el desencanto en la humanidad. Con Hiroshima estallan el ideal de progreso, el racionalismo, la ilusión de un mundo mejor. A su vez, los vertiginosos cambios tecnológicos posibilitan una revolución de los modos de producción y consumo. Las sociedades industrializadas ingresan a la era posindustrial. Se gesta un nuevo orden global de la economía. Se instauran las políticas neoliberales, asociadas a un conjunto de variables de poder llamado mercado. Con la exclusión de numerosos sectores de la población, la dualización de la sociedad se constituye en la contracara de la globalización.

La modernidad da paso a un nuevo momento de la cultura que Lyotard denominara “condición posmoderna”, porque se caracteriza por lo que resta de los “grandes relatos” de la modernidad. Esos “proyectos o utopías cuya finalidad era legitimar, dar unidad y fundamentar las instituciones y las prácticas sociales y políticas, las legislaciones, las éticas y las maneras de pensar (Lyotard, 1989, p. 63)[ii]; “grandes relatos” que aún no han sido sustituidos por otros. Se genera así un vacío. Marcelo Luis Cao (1997, p. 71) plantea que, “en consecuencia, el vacío es la sensación que se adueña de los sujetos frente a la retirada de los códigos, valores e ideales que por generaciones reglaron los intercambios sociales.”[iii] En una alianza entre el neoliberalismo y los medios masivos de difusión en el contexto  de esa “condición posmoderna”, se van gestando las nuevas subjetividades. El nuevo orden global, que en sus inicios hace a la globalización de la economía, se transforma en una globalización de las subjetividades.

Hablar de los jóvenes en el siglo XXI implica entonces un doble desafío: conceptualizar y comprender el proceso adolescente en la cultura contemporánea, y en nuestros países del tercer mundo, desindustrializados, donde esta cultura se instala “como un ‘después’ de un ‘antes’ (la sociedad industrializada) que todavía no llegó. (Semillan, J. 1997, p. 71)[iv]            

Según Jeanine Puget, (1991, p. 73) “el macrocontexto social tiene un efecto estructurante sobre el sujeto, independiente y simultáneamente con la mediatización parental”[v]. ¿Qué sucede  en la actualidad con este, nuestro macrocontexto?

Aquí se impone, entonces, introducirnos en los conceptos de trauma social y violencia.

Conceptualizaremos el trauma social como un estado general especial, producido por  violencias que generan heridas que dejan una impresión duradera e indeleble, marcas y fracturas padecidas y presentes en el conjunto del cuerpo social. Por consiguiente, trauma social y violencia constituyen de por  sí términos inseparables. M.C. Rojas et alt, (1990) en el ámbito de la investigación en el Psicoanálisis vincular, han caracterizado como violencia “... al ejercicio absoluto del poder de uno o más sujetos sobre otro, que queda ubicado en un lugar de desconocimiento; esto es, no reconocido como sujeto de deseo y reducido, en su forma extrema, a un puro objeto. (...) consideramos a la violencia por su eficacia, la de anular al otro como sujeto diferenciado, sumiéndolo en una pérdida de identidad y singularidad que señala el lugar de la angustia.”[vi]

En este trabajo partimos del supuesto de que el trauma y la violencia social tienen repercusión en la estructuración psíquica de los adolescentes, y que conllevan actuaciones violentas hetero y auto dirigidas, que constituyen factores de riesgo.

Por otra parte,  hoy podemos apreciar mensajes contradictorios, confusos, doble discursos que nos conducen a pensar sobre los efectos que los mismos provocan también en la estructuración del psiquismo. En la vida cotidiana y a través de los medios masivos de difusión, la eterna juventud que lleva al borramiento de las diferencias generacionales se impone como el modelo ideal. Paradojalmente, a los jóvenes les es denegado un lugar, obturando sus posibilidades de incidir en la sociedad y proyectarse en el futuro. Esta violencia genera efectos de fragilización (procesos y proyectos identificatorios) en este devenir de lo juvenil, lo cual es percibida claramente por los propios adolescentes, generándoles incertidumbres y angustias que se superponen a la incertidumbre específica del propio proceso adolescente.

En la investigación “Los adolescentes uruguayos- hoy”[vii], que venimos desarrollando en el seno de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República, éstos dan cuenta de la incidencia de la exclusión, el desamparo y la incertidumbre.

- En forma muy mayoritaria identifican el trabajo como el principal problema que enfrentan hoy en el Uruguay, en el contexto de la falta de oportunidades y medios que les brinda nuestra sociedad.

- Así como identifican con total precisión cuáles son los problemas que enfrentan como jóvenes, no pueden discriminar qué cosas buenas les ofrece el país.

- Se muestran fundamental­mente inseguros con relación al futuro, y en gran medida pesimistas.

Estas respuestas dan cuenta de las escasas posibilidades de insertarse en la sociedad  proyectándose en el futuro, constituyendo expresiones de una situación traumática en el ámbito social. El tema de la incertidumbre, de las dificultades para poder proyectarse en un futuro impredecible y a veces imposible, ha conducido a que las argentinas Selener y Sujoy (1998) introdujeran el concepto de un nuevo duelo que deben enfrentar los adolescentes contemporáneos, que ellas denominan “duelo a futuro”. Un duelo vinculado con lo que no podré, lo que no seré, o que quizás nunca pueda ser: “Anticipar la incertidumbre, la disolución de ciertos anhelos que la cultura puede no contener, ubica al adolescente en una posición de apuesta permanente a un futuro que no se puede delinear.”[viii](Selener y Suyov, 1998, p. 246)

            De por sí, la percepción por parte de los adolescentes, del trabajo como principal problema que enfrentan en el contexto de la falta de oportunidades y medios que hoy les brinda nuestra sociedad, implica el reconocimiento de una situación básicamente violenta de acuerdo con la definición que manejamos, en tanto que dicha situación remite a un poder instituido, donde ellos quedan ubicados en el lugar del desconocimiento. Es decir, no reconocidos como sujetos de deseo, anulados como sujetos diferenciados, impotentes, sumidos en una pérdida de identidad y singularidad que señala el lugar de la angustia. Esto resulta relevante, ya que además de que para muchos jóvenes (lamentablemente cada vez más) trabajar constituye un factor básico en cuanto a sus posibilidades de una supervivencia digna, el acceso al trabajo y las posibilidades de inserción social, por sí mismas son instancias que tienen una función estructurante de la personalidad, lo cual adquiere especial importancia en esta etapa vital.

Esta violencia vinculada con la falta de oportunidades y medios que brinda nuestra sociedad es inseparable de las vivencias de desamparo. El desamparo puede darse en todos los sectores de la sociedad, pero adquiere un carácter especialmente relevante en los estratos sociales más vulnerables donde la exclusión deviene en autoexclusión, en particular para las mujeres. Cuando preguntamos “¿Cuál es tu ocupación, qué hacés?”, las adolescentes de los estratos socioeconómicos bajos fueron las únicas que nos respondieron por la negativa: “No hago nada” o “No estudio ni trabajo”. Lo hicieron en porcentaje muy elevado (la tercera parte).  En ningún caso, en toda la muestra, los varones dieron este tipo de respuestas por la negativa. Estas mismas mujeres son las que dijeron que no tienen amigos, las que manifestaron en mayor porcentaje haber tenido ideas de suicidio, las que menos han hablado al respecto con nadie, etc. Es decir, que se  ponen a sí mismas en el lugar de la exclusión, la están asumiendo. Por otra parte, son adolescentes que de hecho hacen muchísimo. Resulta dramático que digan “No hago nada”, cuando  se hacen cargo de sus hermanos, de la casa, y muchas veces trabajan como empleadas domésticas, son madres y/o ejercen la prostitución. A mayor nivel de vulnerabilidad, mayor es el desamparo, y por lo tanto, mayor autoexclusión. De estas y otras consideraciones que surgen del análisis de las respuestas de adolescentes de diferente género e inserción social  surge la necesidad de hacer referencia a “juventudes y adolescencias”, en vez de hacer mención a “la juventud o la adolescencia”.

A las respuestas antedichas se agregan otras cuya consideración nos parece de interés:

- El desconocimiento acerca de los dramáticos hechos vividos por la sociedad uruguaya con relación a la dictadura militar, puesto de manifiesto por los dos tercios de los entrevistados.

- La afirmación masiva de que los actuales adultos lucharon por sus ideales cuando eran jóvenes, seguida  de la consideración muy mayoritaria de que no lograron lo que se propusieron en aquél momento, sino que “fracasaron” (palabra textual utilizada).

- La sorprendente afirmación masiva (87%) de que sienten que los adultos les entienden y que ellos entienden a los adultos. La articulación de esta variable con otras, que denotaban una falta de comunicación auténtica, ausencia de puesta de límites, vivencias de abandono, etc., nos condujo a otro nivel de análisis en que “ser entendido” y “entender” no remite a una auténtica comprensión, sino a una falta de confrontación generacional.

Estos últimos tres aspectos denotan:

- Las dificultades de comunicación en la familia, con las consiguientes dificultades para la historización.

- Una imagen especular negativa de los adultos respecto a la consecución de los ideales: cuando los jóvenes se miran en ellos, la imagen que reciben es la del fracaso.

- La repercusión de profundas heridas narcisísticas en la crisis existencial de los adultos contemporáneos, ya que éstos en su juventud no sólo creyeron que iban a protagonizar  cambios sociales positivos, sino que también iban a vivirlos.

- La falta de confrontación generacional, que podría inducir a pensar que la actual generación de jóvenes se encontraría hiperintegrada con relación al conflicto generacional, y no se constituiría en motor de cambios sociales.

Todo esto incidiría en al “desencanto” y la aparente apatía actual de los jóvenes, como consecuencia de inscripciones intrasubjetivas relacionadas con aspectos intersubjetivos y transubjetivos (la historia de los padres, y la historia del país y del mundo, donde en todos los  casos se pone en juego la imposibilidad de elaborar situaciones traumatizantes, dificultando la historización). Según Juris y Naymark  (2000, p. 224)

“Lo que se trasmite en la transubjetividad de las generaciones es también lo que falta, lo que no ha recibido inscripción, al precio de un agujero, de un eclipse del ser.

Tenemos que tomar en cuenta la incidencia  intra-psíquica de las rupturas múltiples que afectan el funcionamiento del psiquismo: catástrofes sociales históricas (guerras modernas, el Holocausto, los genocidios, las dictaduras, la amenaza nuclear –Nosotras agregamos el terrorismo en todas sus formas-).

            Es imprescindible tomar en cuenta ‘el encuentro de la historia con la historia del sujeto’ (Kaës).”[ix] (Juris, J. y Naymark, M. 2000, p. 224)

Siguiendo el pensamiento de estos autores, la violencia a que se ven sometidos los jóvenes por el no-lugar que se les asigna se refuerza con la existencia de una violencia reprimida, transmitida por los padres quienes a su vez la habían padecido pasivamente en su propia juventud, transitada durante los procesos dictatoriales que azotaron a la región.

Además de lo expuesto, el conjunto de las manifestaciones de los adolescentes da cuenta del individualismo, de la crisis de valores en la sociedad, del narcisismo, del vacío.

En ese contexto, la crisis existencial de los adultos contemporáneos parece superar ampliamente la de los adolescentes. Esa crisis de los adultos es básicamente una crisis de valores que surge del conflicto entre el antiguo ideal juvenil de progreso, querer cambiar el mundo para mejorarlo, y las despiadadas reglas neoliberales del “vale todo” actual. La pérdida de los valores solidarios ha dejado un vacío imposible de llenar. M.L. Cao (1997, p. 71) plantea que “(…) el vacío es la sensación que se adueña de los sujetos frente a la retirada de los códigos, valores, e ideales que por generaciones reglaron los intercambios sociales”[x]. Se corresponde así con profundas heridas narcisísticas sufridas por estos adultos, de las cuales, como vimos, dan cuenta los adolescentes, vinculadas a traumas sociales que nos competen no sólo en el ámbito nacional y regional, sino también en el ámbito global. Quizás  hoy, los adultos seamos quienes más nos cuestionemos “quién soy” con relación a “quién era”, pregunta que se consideraba típicamente adolescente.

Probablemente uno de los más graves problemas de la sociedad contemporánea que dificulta el tránsito de los adolescentes por esta etapa tan importante de la vida, sea precisamente esta  crisis de los adultos, en la medida en que no se está dando una confrontación generacional. Los adultos no están pudiendo asumir un rol que como tales les compete en la sociedad, un rol de frontón de pelota al decir de Erikson (1968, p. 45)[xi].

Esta profunda crisis existencial de los adultos contemporáneos, adolescentización de la sociedad mediante, dificulta la puesta de límites y resiente la función de sostén,  impidiendo que los adolescentes puedan diferenciarse y discriminarse.

Por otra parte, la incertidumbre, el desconcierto, el desencanto, la depresión, que afectan a los adultos, los han conducido a un incremento de consumo de alcohol y fármacos que adquieren ribetes alarmantes, no sólo por su dimensión numérica, sino porque además sirven como modelo negativo para los adolescentes, incidiendo en factores de riesgo que hemos de analizar más adelante.  Tal es el caso del consumo de alcohol  fundamentalmente en los varones (de gran incidencia en los accidentes de tránsito y acompañando los intentos de autoeliminación), y la utilización de fármacos en las adolescentes (utilizados como método privilegiado de intentos de autoeliminación femeninos). El patrón adictivo adulto que surge en nuestra investigación de las respuestas de los propios jóvenes: alcohol y tabaco los padres; tabaco y psicofármacos las madres, coincide con datos obtenidos por otros profesionales de la salud.

Pese a todo lo expuesto, hoy suele hablarse de la crisis de valores de los jóvenes y de sus adicciones. Esta afirmación implica el ejercicio de una doble violencia sobre los adolescentes: se les estigmatiza, ubicándolos en un lugar de desconocimiento. Esto se realiza a través de un dos mecanismos de defensa puestos en juego por los adultos: la proyección y la desmentida. Desde principios de la década de los ’70 Mauricio Knobel ( 1989, pag. 35) plantea que “El adulto proyecta en el joven su propia incapacidad de controlar lo que está ocurriendo socio-políticamente a su alrededor y trata entonces de desubicar al adolescente”[xii]. A su vez, Kancyper señala que “el desinvestimiento de la autoridad parental (…) es una operación necesaria pero también angustiante del desarrollo humano, y puede ser denegado cuando en el vínculo entre padres e hijos prevalecen relaciones de objeto de tipo narcisista y/o pigmaliónico en las cuales el otro no es considerado diferente ni separado. En estos vínculos la alteridad o la mismidad quedan total o parcialmente desmentidas con el objeto de generalizar la omnipotencia y la inmortalidad de los progenitores (…) (Kancyper, L., 1997, p. 15)[xiii]

La crisis de los individuos que componen una sociedad se corresponde con la crisis de las instituciones que la integran. De esta forma, en el momento actual se ven afectados, entre otros, la familia, la educación, el sistema político, el estado.

             ¿Qué sucede cuando nos enfrentamos a adultos que se muestran débiles, frágiles, cuando la sociedad  pierde su función de sostén? ¿Qué sucede cuando se dan en forma conjunta tres aspectos que como se vio son inseparables: la violencia, el desamparo, y la incertidumbre? Las diferentes formas de exclusión que sufren los jóvenes, correspondientes a situaciones traumáticas en el ámbito social, repercuten en factores de riesgo que hoy  enfrentan los adolescentes. Ante el trauma, la violencia no es pasible de ser procesada, no se puede contener, no se puede canalizar, se desborda. Sin intermediación de lo simbólico, lo que resta es el pasaje al acto. Esta violencia se deposita y devuelve al afuera, o bien se corporiza, poniendo en riesgo la propia vida.

No hemos de extendernos en cuanto a la violencia heterodirigida, exclusivamente por motivos de espacio. No obstante, no podemos dejar de señalar además de la exclusión y la pérdida de la función de sostén de la sociedad, la incidencia que tiene en las conductas violentas que se observan hoy en todos los tramos etarios, y por consiguiente también en la adolescencia, otro trauma social de gran trascendencia, que  hoy cobra particular relevancia en nuestro medio: la dictadura militar. Al respecto nos parece pertinente sintetizar algunos conceptos elaborados por Kordon y Edelman con relación a la Argentina. ( Kordon, D. y Edelman, L.< 1986, p. 165)[xiv]:

- Aunque ya no se da el sentimiento de inseguridad inmediata, se mantiene la situación de desprotección social vinculada a la situación de impunidad inscripta en un proceso de profundización de la crisis global, que genera ansiedades, temor y escepticismo.

- Aparecen modalidades delictivas con un alto grado de violencia y agresividad irracional (la violencia se convierte en un fin en sí).

- Estas modalidades delictivas no serían solamente producto de la crisis económica y la desocupación, sino que estarían directamente vinculadas a los modelos represivos suministrados por la dictadura y en particular a la situación de impunidad mencionada. Tal sería el caso de la utilización de prácticas como la tortura y las violaciones, y la acción de las patotas que agreden por motivos nimios, amparándose en la superioridad numérica y la indefensión de la víctima.

Cabe consignar que la violencia social que se ejerce sobre nuestra sociedad contemporánea alcanza por igual a niños, jóvenes, adultos y viejos. Con distintas características y repercusiones nos compete a todos y nos toca a todos. Pero se torna en una violencia autodirigida especialmente en la adolescencia,  lo  cual constituye uno de los aspectos más dramáticos que se ponen de manifiesto en esta etapa vital. De allí que enfaticemos su importancia.

La antropóloga Josefina Semillán plantea la exclusión social de los jóvenes como  nuevas formas de aborto en las cuales la existencia puede ser tanto un durar resignado, como tratarse de un desafío, un lanzarse a vivir intentando ser feliz, donde cualquier incertidumbre se paga con la vida real o metafórica.

Nosotras solemos hablar de lo que denominamos un “amplio espectro de conductas suicidógenas”[xv] asumidas por los adolescentes, en que estos están volcando la violencia social sobre sí mismos, generando las principales causas de muerte en este período vital: accidentes e intentos de autoeliminación. Estos no sólo no pueden separarse entre sí, sino que además se vinculan con el problema de  las drogas (incluimos alcohol y tabaco), la anorexia y la bulimia, no cuidarse del SIDA. Es decir, toda una serie de actuaciones sobre el cuerpo interrelacionadas, en que los adolescentes ejercen una violencia autodirigida que implica riesgo de vida. En un trabajo anterior planteábamos que “(…) la sociedad contemporánea actúa sobre su cuerpo (el cuerpo social) los graves conflictos que la aquejan, desplegando sobre sí la muerte. Los jóvenes suicidas (en todo su espectro), emergentes de esta situación, portadores de los elementos tanáticos de la sociedad, los denuncian.”[xvi]

El único tramo etario en el que la expectativa de vida no aumenta como en el resto, sino que decrece, es la juventud, por la incidencia de  las problemáticas referidas.

Plantear las dificultades que enfrentan los jóvenes es plantear las dificultades por las cuales atraviesa la sociedad en su conjunto. Esto no significa una visión apocalíptica de la realidad. A pesar de lo expuesto, consideramos que los adolescentes nos están desafiando permanentemente de formas no pre-vistas, es decir, no vistas o vividas por nosotros con antelación. Nos están invitando a de-velarlos, a re-conocerlos, a admitirlos como diferentes, a escuchar su dolor, pero también sus anhelos, sus logros y valores, porque los valores que están en crisis son los nuestros, los de los adultos, de quienes heredan un mundo peligroso. Crisis proviene del griego Krisis que significa  ruptura, el acto o facultad de distinguir, elegir, decidir, resolver. Por lo tanto, en el concepto de crisis está implícito el cambio, lo que nos enfrenta al desafío de trabajar desde la diferencia. Crisis, por lo tanto, no es sinónimo de catástrofe. El desafío que nos presenta toda situación crítica es la posibilidad de elaborarla para así poder resolverla y procesar cambios.  Hoy el macrocontexto se presenta como un puzzle que nos desafía a resolver, decidir, elegir, a través de la unión de los fragmentos-piezas que encastran con precisión entre sus lados, iguales, pero también diferentes. Crisis que remite a ruptura del tiempo, en donde hay que discernir en esta aparente ausencia de valores, en este aparente fin de la historia, muerte de los ideales y derrota del pensamiento, el final de una etapa y comienzo de otra. La crisis de los valores no implica su desaparición, así como la crisis de la civilización no implica el fin de la historia. El desafío es no aceptar la derrota del pensamiento que se nos pretende imponer desde la alianza entre algunas cepas de la posmodernidad, el neoliberalismo y los medios de difusión. En la actualidad, el sentimiento de pérdida tiene que ver con un momento de cambio, y por lo tanto de desestructuración de lo que fuimos para habilitar una transformación, reestructuración, y así descubrir nuevos valores solidarios. El desafío es salir del vacío recuperando la dramática de la existencia, pudiendo así reinvestir el futuro juntos: cada uno desde su lugar y sus diferencias.

            ¿Qué papel y responsabilidades nos competen como trabajadores de la salud con relación al trabajo con los jóvenes? Entendemos prioritario la participación en la elaboración de políticas nacionales de juventud, políticas de estado y no políticas de gobierno, y en la elaboración de estrategias de promoción de salud. A tales efectos, como mínimo deberemos tener en cuenta los siguientes aspectos:

- Escuchar aceptando las diferencias generacionales, sin perder la capacidad de confrontar y de poner límites.

- Favorecer y posibilitar la recuperación de la autoestima de los jóvenes.

- Reconocer sus valores, potenciando la solidaridad que los caracteriza.

- Facilitar su inserción social, ya que la misma es de por sí generadora básica de salud.

- Acompañarlos en el rescate de una esperanza que nunca debieron perder, facilitando y habilitando sus posibilidades de reinvestir el futuro.  


CITAS BIBLIOGRÁFICAS

[i] Esta comunicación sintetiza dos trabajos previos: TRAUMA SOCIAL, VIOLENCIA, Y ADOLESCENCIA (Rita Perdomo - Beatriz Ruben) presentado en el XIV CONGRESO LATINOAMERICANO DE PSICOTERAPIA ANALÍTICA DE GRUPO (FLAPAG) “CONCEPTUALIZACIONES DESDE LA PRÁCTICA” y LOS JÓVENES DEL SIGLO XXI (Rita Perdomo – Cristina Pereiro) - Ponencia en  Panel del 1er. CONGRESO DE PSIQUIATRÍA SOCIAL DEL MERCOSUR – “SALUD MENTAL Y GLOBALIZACIÓN”. Ambos trabajos son de octubre de 2000. Esta síntesis se realiza como insumo del Taller 2 “Intentos de autoeliminación y su tratamiento” del Coloquio PENSAR LOS ADOLESCENTES   HOY: En la frontera de lo psíquico y lo social” – 1/3 set. 2004

[ii] Lyotard, J.  1989. La condicion posmoderna. Bs. As. > REI. 

[iii] Cao, M. 1997.  Planeta adolescente. Bs As > edición del autor.

 [iv] Semillán, J. 1997.  Exposición grabada en el Congreso Uruguayo de Pediatría.  Montevideo.

 [v] Puget, J. 1991. Citada por Ada Rosmaryn en “EL RESCATE DE LOS IDEALES” publicado en EL CUERPO EN PSICOANÁLISIS – Asociación Escuela Argentina de Psicología para Graduados – Departamento de Niños y Adolescentes – “Xa. Jornada de Psicoanálisis de niños y adolescentes” Buenos Aires.

[vi] Rojas, M.C, - Kleiman, S. – Lamovski, L. – Levi, M. – Rolfo, C.  1990  “LA VIOLENCIA EN LA FAMILIA: DISCURSO DE VIDA, DISCURSO DE MUERTE” – Revista de Psicología y Psicoterapia de Grupo, (Argentina) 1 / 2,  XIII, 1990

[vii] La investigación “Los adolescentes Uruguayos-hoy” de la Facultad de Psicología, Universidad de la República, tiene como uno de sus objetivos realizar aportes a la psicología del macrocontexto que nos permitan acercarnos al proceso adolescente desde su complejidad, a partir de la palabra de adolescentes montevideanos de entre 15 y 19 años de edad. Metodológicamente se articulan instancias cualitativas: entrevistas grupales semidirectivas en diferentes enclasamientos sociales; y cuali-cuantitativas: entrevistas directivas individuales aplicadas a muestras representativas (muestreo de hogares) de todo Montevideo (urbano y semiurbano), realizadas con preguntas abiertas y registro de las respuestas textuales, que posteriormente se sistematizaron y categorizaron para su tratamiento estadístico (1992 y 2003). También se realizó una instancia cualitativa con una muestra representativa de diferentes categorías de adultos (2000). Se trabaja permanentemente con un amplio equipo multidisciplinario de asesores. Todo esto se complementa con permanente revisión bibliográfica y observación de Medios Masivos y cultura juvenil.

[viii] Selener,  G.,  Sujoy, O. 1998.  “Los dioses actuales.  Ideales y proyecto adolescente. En XIII CONGRESO LATINOAMERICANO DE PSICOTERAPIA ANALÍTICA DE GRUPO – LATINOAMÉRICA – PROCESOS Y TRANSFORMACIONES EN LOS VÍNCULOS – Trabajos libres 3. Montevideo >  Mosca Hnos.

[ix] Juris, J. – Naymark, M . 2000.  La trasmision del trauma a traves de las generaciones.  – En III Jornadas Nacionales “Teoría y clínica vincular psicoanalítica. – 16 al 18 de junio, 2000 – Federación Argentina de Psicoanálisis de las Configuraciones Vinculares.

[x]  Cao, M.L. 1997 - “Planeta adolescente : Cartografía psicoanalítica para una exploración cultural” - Buenos Aires, Edición del autor.

[xi] Erikson, E.  1968 – “Identidad, juventud y crisis. Buenos Aires, Paidos. 

[xii] Knobel, M.  1989.  “El sindrome de adolescencia normal”. En  “LA ADOLESCENCIA NORMAL / Aberasturi, A.  Knobel, M . Buenos Aires, Paidos. 

[xiii] Kancyper, L. 1997.  La confrontación generacional – Parte I – Cap. 1 – “ANGUSTIA Y PODER EN LA CONFRONTACIÓN GENERACIONAL” – Bs. As. Paidos. 

[xiv] Kordon, D. Edelman, L. 1986. “Efectos psicologicos de la represion politica. Buenos Aires,  Sudamericana.

[xv] Perdomo, R. – Costanzo, A.  1996 – “Adolescencia, juventud> el espectro del suicidio. En Perdomo, R.  - “ENFOQUES CON ADOLESCENTES” – Montevideo, Roca Viva.