Portada Revista Como Publicar Comite de Lectura
Busquedas
Revista del Área de Psicopatología de la Facultad de Psicología de la UdelaR (Uruguay)

 

indice  artimp

 

 

/PSICOANALISIS

Acerca del afecto

 

 

Dr. José Luis Valls

 

Discurso pronunciado el 21 de setiembre de 2008 en Lima (Perú) en el marco del Congreso Internacional en ocasión del XXV aniversario del Centro de Psicoterapia de Lima.

 

 

 

El afecto es, junto a la representación, uno de los elementos insignes del alma humana, lo es en el momento de vivirlo y está incluido dentro mismo de la representación del objeto en el momento de recordarlo, de desearlo y hasta de temerlo. Es difícil definirlo, el afecto es algo que se siente (aunque también es algo que se recuerda, se desea y hasta se teme, decíamos), este sentimiento puede ser de diferentes características y formas, algunas muy opuestas entre sí. El amor, la pasión, la amistad, el odio, la alegría, la tristeza, la angustia, el deseo, el asco, la vergüenza, la culpa, la ternura, el dolor y demás son todas expresiones humanas del afecto cuando son sentidas, todas variaciones y sofisticaciones de lo que originariamente llamamos placer y displacer. Por así decirlo entonces el afecto es la sal de la vida, y es lo que le otorga signo positivo o negativo a la representación.

Por otro lado el afecto es algo que nace y se siente en el vínculo con los objetos, es una respuesta y una reacción corporal que expresa un sentimiento, pero también es algo que uno siente respecto de uno mismo. Es más, es algo que se siente también con las representaciones de los objetos y con la representación del yo propio, además de con los objetos mismos. El afecto tiene historia y prehistoria entonces, la propia del sujeto que lo siente (también la de la humanidad toda, es en sus formas relicto conmemorativo de algunas acciones que otrora fueran específicas en ella y también elemento participante necesario de lo heredado a través de las protofantasías heredadas universales, como la de la castración, por decir un ejemplo ligado intrínsecamente con un afecto), historia y prehistoria que también la tiene la representación del objeto, por cierto. El afecto marca los diferentes matices de esa historia y crece, disminuye o cambia de signo en los avatares de esa historia. Existen momentos privilegiados para estos cambios, el del complejo de Edipo podríamos decir que es el principal y fundante del destino ulterior de los afectos de la persona adulta.

Decimos que el afecto en principio es algo cuantitativo (¿qué otra cosa que energía?), algo del orden de una cantidad, de una carga o de una descarga de esa energía (dependiendo en última instancia de esto último el que sea placentero o displacentero), pero no es sólo eso, como vimos por las diferencias cualitativas entre los diferentes tipos de afecto, también lo es de una cualidad (la cualidad está otorgada por la investidura, a su vez esta carga inviste a las representaciones y éstas a su vez son las que invisten la carga dándoles “dignidad” humana, son el recuerdo de lo que se sintió en el vínculo con el objeto, así se cualifica esa cantidad de energía, en la historia de sus vínculos con él). Es entonces energía cualificada en su relación con la representación, por lo que por ello cambia de nombre y pasa a llamarse libido o quantum de afecto, cualidad que además inviste a las representaciones, que circula entre ellas, las del objeto (o la cosa) y las de palabra que se refieren a las anteriores, generando ahora (las palabras) relaciones entre ellas que las califican, les brindan la posibilidad de llegar a una acción, otorgándoles también una lógica. Las palabras a su vez al relacionarse entre sí siguiendo el camino que estaba inserto en las representaciones-cosa por su historia, las que ahora pasaron a palabra (el lenguaje) para que las conozca la conciencia, a veces las fantasean como realizadas, otras las piensan como algo a realizar. En ambos casos sin embargo pueden llegar o no a la acción en la realidad y por ella volver a ser parte de una vivencia buscada retornando a sentirse como el afecto ante esa nueva vivencia. Esto puede ocurrir siempre que la investidura energética sea moderada, esto es, en cantidades manejables para el yo, que pese a ello se defiende (también esto y su modalidad están determinados por su historia) con las represiones secundarias. Si la cantidad de estímulo aumenta por encima de un determinado umbral la vivencia será traumática, por debajo de ese umbral no se la percibirá.

En determinadas épocas de la sexualidad infantil (lo preedípico y lo edípico) los estímulos de esa índole en esa época de la vida indefectiblemente son demasiados, dada la poca cantidad de representaciones para ligarlos que posee el niño por su corta experiencia de vida, son traumáticos entonces, generándose por ello represiones primarias (por contrainvestidura) y con ello fijaciones, determinantes a su vez de la modalidad de las represiones secundarias posteriores.

Por otro lado si los estímulos por parte del objeto no existen o son tan débiles que no se perciben (vacío, carencia) no cualificarán a la cantidad energética y ésta permanecerá como cantidad de excitación, tensión de necesidad inmanejable para el psiquismo (angustia automática o traumática), con lo que también esto se tornará traumático pues en la primera infancia (en parte también en toda la vida aunque a veces esto no nos guste) es cuando más se necesita de la vivencia con el objeto para cualificar a la cantidad biológica y volverla psíquica.

Las represiones primarias defensivas de la angustia ante el deseo originario de la madre que se tornó incestuoso en determinada época de la vida (complejo de Edipo), tendrán como resultado el cambio del afecto respecto de lo deseado y su representación, entonces lo que era placentero pasará a ser vergonzante, asqueroso o generador de culpa, todas formas de la angustia que en última instancia lo serán de la castración, aunque sin perder nunca del todo su atracción anterior, el yo ahora usará defensas contra estos afectos nuevos que producirá el objeto original, otorgándole a la angustia un papel central entre los afectos (“moneda de cambio” metaforiza Freud) llevándola casi a ser el afecto aquél al que todos remiten o del que todos nacen o del que derivan, son sus derivados, sofisticaciones o retoños. Serán los afectos que casi definen al alma humana.

Hecha esta pequeña introducción surgida de la teoría freudiana voy a hacer ahora (llevado quizá por una cierta compulsión repetitiva que me trasciende, quizá también por como pienso a esta ciencia llamada psicoanálisis) un nuevo pequeño vuelo rasante sobre ella para poder desplegar a partir de la misma otro nivel de complejidad del concepto de afecto, a sabiendas de que en mi forma de exponerlo o de mirarlo mismas habrá una cierta deformación de ella, la que de cualquier manera intentará permanecer dentro de su propia lógica, aquella que Freud despliega a lo largo de su amplia obra. Me centraré para ceñir la problemática en el desarrollo masculino, en parte por una cuestión de reconocimiento de límites (roca de base llamaba Freud a lo que otros pensarían más vulgarmente como la cuota de machismo de cada uno), pero no sólo por eso, en parte porque también pienso que para el femenino necesitaría de un desarrollo paralelo y quizá más complejo y me parece que no me van a dar los tiempos, entonces elijo. La mujer está más cercana a sus afectos, su defensa contra ellos es menor en términos generales, hay muchas explicaciones para ello, aunque no hablaré aquí de ellas, aceptaré lo que me es más fácil, lo reconozco, aceptaré mi género. Simplemente entonces en mi manera de exponer la teoría freudiana avanzaré con cierta libertad dentro de ella manteniendo su línea general de pensamiento, tratando de ampliarla o de entrar en nuevas perspectivas, siguiendo su “estela”. Ésta será mi manera de leerla, de pensarla, mi manera de moverme en esta ciencia a partir de su teoría.

Cuando el bebé nace a la vida podríamos decir que se inunda de cantidad de excitación biológica (interior) y excitación externa a su cuerpo, sufre el trauma del nacimiento, la respuesta corporal que produce ante este hecho (el llanto, la inervación vascular y demás) quedará como modelo ante cada nueva situación de peligro, esta respuesta será el patrón para la expresión de la angustia ulterior en todas las ocasiones en que ésta aparezca como peligro exterior en un principio y como peligro interior (el peligro pulsional) predominantemente después, en especial cuando se termine de estructurar el aparato con un ello, un yo y un superyó, aunque entonces será utilizada como señal para la defensa yoica automática ante ella, predominando la memoria representacional por sobre lo cuantitativo, con ello la defensa ante la posible angustia por sobre la angustia misma.

Aquella situación primera, digamos prepsíquica, con absoluto predominio cuantitativo, irá deviniendo en parte cualidad en cada vivencia al ser comprendida la necesidad del sujeto por alguien ajeno a uno (el ulterior objeto psíquico, la madre o quien haga sus veces, siendo esto ya una parte esencial y fundante de su historia y la de sus afectos), y en especial después de que a partir de ahí éste realice, junto con uno, las acciones que produzcan la disminución de la tensión cuantitativa transformándola en placentera. Esto en parte irá marcando la ulterior dependencia del objeto de cada ser humano, ya que luego de ser aceptada la existencia del objeto, con ello su importancia para el sujeto, proceso por otro lado lento y paulatino, placer y displacer pasarán a ser en esencia experiencias que se viven con él, con quien siempre lo fueron por otro lado, aunque ahora eso será cada vez más reconocido por el sujeto, aunque se defienda.

La vivencia de satisfacción, que de eso se trata, no es entonces un hecho aislado, un hecho más, es un hecho relevante, fundador (lo es la primera y lo es en verdad cada vez que se repita, más aún por el hecho de que esta llamada repetición será en realidad y cada vez, distinta, lo que sí se repetirá es el esquema, se diferenciará en los matices), esa vivencia produce una huella que deja una representación compuesta por tres elementos, a) la imagen de un objeto, b) de los movimientos realizados y c) la sensación producida por la brusca caída de tensión (el afecto). La vivencia de satisfacción se llama entonces así por eso, por la sensación de satisfacción que produce (de manera paulatina las próximas vivencias la satisfacción irán deviniendo vivencias de placer, como un plus, así se irá desplegando la sexualidad humana), la representación que deja da origen a los ulteriores deseos de volver a repetir esa misma acción, con ese mismo objeto, para que produzca esa misma sensación. Esto último es lo que esencialmente se busca (el afecto) para eso se necesita de los otros dos (del objeto y de la acción).

El deseo ulterior constará de la siempre presente cantidad que surge del estímulo que vendrá nuevamente del cuerpo o esto se desencadenará desde el estímulo exterior, lo esencial es que esa cantidad, al estar unida ahora a la representación, (ésta en última instancia es el recuerdo de la vivencia), adquirió cualidad psíquica, por eso ahora ya no será sólo cantidad sino que pasará a ser un deseo psíquico de algo representado por el recuerdo de esa vivencia, por la representación de ese hecho, de lo realizado en él y de lo sentido en él. Pero no será un mero recuerdo, será un recuerdo investido con energía corporal, algo que requerirá ser realizado, un deseo psíquico de que se repita eso que representa ese “recuerdo”. Es un recuerdo del pasado que busca una repetición en el futuro, busca volver a sentir aquél afecto placentero, aquél placer, lo que se hará más urgente en la medida que aumente la tensión de necesidad, el displacer. Esto es una descripción dinámica obviamente, es la descripción de un recorrido que ahora tiene marcado una direccionalidad, la del objeto, la del placer que se puede obtener con él.

En el razonamiento lógico utilizado por Freud en una exposición a un amigo a partir de su experiencia (ese manuscrito fue llamado “Proyecto”, quisiera acotar al pasar que en mi propia experiencia es en las conversaciones con los amigos en donde a veces pensamos las mejores cosas) encontramos entonces una explicación dinámica del encuentro entre lo biológico (el infans, su tensión de necesidad), la necesariedad de la existencia del objeto, lo social (la madre, el asistente ajeno) y sus acciones para producir efectos (la huella mnémica y ulterior representación) y así devenir en lo psíquico, el mundo de la cualidad, del posterior deseo psíquico de que esa escena vuelva a repetirse para poder volver a sentir lo allí sentido: el afecto.

Esto se complejiza paulatinamente y desde muchos frentes, unos más importantes que otros. Se sobredetermina, siguiendo la terminología freudiana. La vivencia de satisfacción no se repite nunca igual decíamos, el objeto y los movimientos pueden variar, quizá lo que menos lo haga sea el afecto. La única experiencia que se podría repetir tal cual sería la alucinación, que en realidad conduce a la frustración pues no consigue lo principal, la descarga del afecto, por eso habrá que inhibirla para que pueda existir el espacio del deseo y con ello la posibilidad de búsqueda de su satisfacción en la realidad. Usando el pensamiento, una satisfacción habrá, la afectiva, por más que tenga matices diferentes, pues en lo que hace a la imagen del objeto y sus movimientos la diferencia será aún mayor. Estas diferencias las rellenará el pensamiento buscando parecidos y diferencias, ampliando cada vez más el espectro de sus placeres y resignando o no sus ideales pasados. Los hechos traumáticos originarán fijaciones en las diferentes zonas erógenas según la historia escrita en cada uno en el vínculo con el objeto a través de ellas. Se irá reconociendo al objeto como fuente de placer después también de haber pasado por “la primera forma de amarlo” (lo que Freud llama identificación primaria, o sea el haber “sido él”), para pasar a “tenerlo” o no. Esto último generará afectos displacenteros aunque ya cualificados, la angustia de pérdida de objeto, el miedo de que el objeto no esté a mano para calmar la tensión de necesidad interior cuando ésta surja y ante la que quedaría a merced si no fuera por él, que se sigue necesitando para seguir cualificándola cada vez más sólidamente. El conocimiento del objeto también se irá complejizando a medida que su vínculo con él se vaya estableciendo a través de diferentes zonas erógenas corporales generando cada vez más una corriente de atracción hacia sí que ya podemos comenzar a llamar amor (diría que el principal de los sentimientos,  derivado cualificado del afecto como cantidad que no obstante no renunció a ella y no lo hará nunca, la cualificará), amor al objeto, deseo de obtener placer con sus zonas erógenas en las propias.

Señores, estamos asistiendo en esta explicación a la paulatina transformación de la necesidad biológica en lo más elevado del alma humana, es una maravilla, es para subrayarlo.

Este amor será primero parcial y a medida que se reconocen las diferentes zonas erógenas propias como un cuerpo propio comenzará a ser más global, referido primero a un cuerpo, el cuerpo de una persona y luego a sus acciones, lo que Freud llama sus atributos, lo que verdaderamente es (siguiendo el precepto hegeliano de que uno es lo que hace). Contemporáneo y hasta un poco anterior a esto será el aprendizaje del lenguaje, de las palabras, del juego, que servirá para simbolizar y manejar la angustia por reconocer a la madre como alguien diferente a uno, pero que está en los momentos en que el sujeto la necesita (esto es una estimación general y global, con errores y demás, mientras estos no predominen o sean muy fuertes por así decir). Aparecerá de a poco la figura del padre, primero no reconocido como rival sino como figura identificatoria también primaria todavía, por querer ser como él simplemente por cómo hace las cosas y demás, no por querer sacarle nada como irá sucediendo en forma paulatina a medida que se desencadenará el drama edípico al arribar a la zona erógena fálica como zona erógena predominante con la que culminará el reconocimiento del objeto (ahora castrado o no castrado de ese falo del que se está viviendo la cúspide de sus sensaciones, afectos, con ello la cúspide de su importancia) y el nacimiento definitivo del yo realidad, o de un nivel de él ya lo suficientemente complejo como para comenzar a entrar en algunas batallas. Éstas serán en última instancia con el padre, al que se terminará de cruzar de frente en la “encrucijada de Tebas”. Éste será el período más traumático de la sexualidad infantil y se trastocarán en él todos los valores trabajosamente conseguidos hasta entonces. La prehistoria propia de la sexualidad se irá al fundamento. Cambiará la forma del afecto con el objeto original, de la atracción por las zonas erógenas se pasará a un amor por la protección y el cuidado llamada ternura, se coartará en su fin la atracción fálica y se caerá en un período de latencia, con él darán comienzo efectivo los llamados sentimientos sociales, coartados en su fin sexual, desexualizados por así decir, formas del amor que sostienen el ligamen social, pues el sexual no inhibido es asocial, de cualquier manera habrá sofisticaciones y mezclas de esto en la práctica que complejizarán aún más el panorama.

Hasta aquí vimos un aspecto de la cosa, el más ligado al amor, dejaremos en suspenso el desarrollo ulterior al final del complejo de Edipo, que de cualquier manera y pese a esta descripción universalizadora de algunos de sus problemas, es altamente individual en la manera de resolverlos, o de no hacerlo, incluso con cierta influencia de las costumbres sociales previas que actúan también sobre esa individualidad.

Con respecto del afecto que podríamos llamar opuesto al amor, el odio, también tenemos un derrotero de formación complejo que a su vez depende de la historia personal. Las sensaciones nacen con uno en la historia propia con los objetos, se despliegan, crecen y toman el carácter de sentimientos, en la medida que se unen a representaciones y como sabemos a lo que les dio origen, que es la relación con los objetos.

Agregaremos algo a esta lógica del odio, el desarrollo también histórico de los avatares de la pulsión de muerte en el sujeto, que si bien termina siempre en lo mismo, también se diferencia en los recorridos diferentes de cada uno para alcanzarlo.

Voy a aceptar que existe desde el principio una tendencia original en todo ser vivo a volver a lo anterior a la vida, lo que llamamos pulsión de muerte, y que ésta desde un principio debe ser deflexionada hacia el exterior merced al aparato muscular para poder en parte vivir (cambiando por ello de nombre, pasando a ser pulsión de destrucción), al principio esto se produce en el mismo llanto y pataleo incoordinado y luego, a medida que se domina el aparato muscular, mezclándose con la pulsión sexual, en la forma de apoderamiento del objeto (el no dejarlo escapar porque se lo necesita, aunque se lo haga sufrir), sadismo y demás, antes había sido, digamos que peor aún la mezcla, en la “oral canibalista” el comerlo era la forma de amarlo y admirarlo (modelo de la identificación por otra parte). Las situaciones traumáticas en estas épocas generarán fijaciones respecto también de la modalidad de manejo del odio como cosa separada del amor o no o hasta cuándo y dónde, también la modalidad de los tratos hacia el niño a través de las identificaciones con los atributos de sus objetos (la fórmula de que uno será con los demás de acuerdo a cómo los demás fueron con uno es bastante correcta, aunque no lineal por supuesto, hay más aristas, las identificaciones se van complejizando también, entre otras cosas porque comienzan a tomar un matiz hostil, con ello a integrar al superyó). Al llegar al predominio fálico, el odio se separa definitivamente de la forma de amar, se enfrenta con ella, se ama a la madre y se odia al rival, el padre, ya no se ama de forma “odiosa” (incluyendo al odio dentro del amor como en las dos predominantes anteriores), se ama sin restricciones y se odia sin restricciones a diferentes objetos, si bien existe también en esos tiempos la ambivalencia amor-odio, pero entre afectos que ya son considerados como opuestos (el conflicto es un conflicto amor-odio, no está en todo caso en la forma torturante de amar como una sola cosa), claro que sin perder del todo lo anterior a lo que se puede regresar, pero eso ya es harina de otro costal, por citar alguna que otra frase ya hecha. Por aquí también arribamos al drama edípico entonces, es otra cara de él, la del deseo parricida.

La condición para acceder a la cultura será la prohibición del incesto y la del parricidio. El niño no puede resolver este conflicto, entre otras cosas porque ya ahora no tiene manera de realizar ninguno de ambos deseos pues aún su desarrollo biológico está a mitad de camino (según Freud aquí la historia cambió a la biología). No hay otra vía para él que enviar también todo al fundamento y concluir de instalar la represión primaria que producirá el cambio definitivo de los afectos con el objeto original (ternura con la madre, ambivalencia amor-odio con el padre, de la que será más fácilmente aceptada en la conciencia el amor por sobre el odio), esto irá forzando en forma más o menos brusca, más o menos paulatina al cambio de objeto, en este período de latencia aparecerán los primeros amigos entrañables, no ligados con la satisfacción directa de las zonas erógenas, será el origen de lo social que partió del vínculo entre hermanos en el que estaba incluido además el odio a la manera de los celos, rivalidades y demás (todo lo sexual, producirá la curiosidad infantil, algo más alejada de los hechos aunque no separada, algo más cercana al fenómeno psíquico, en especial al pensamiento) se elegirá al objeto forzosamente por fuera de los objetos originales y así se irá yendo hacia la exogamia en el camino difícil hacia la pubertad, donde reaparecerán los fuertes deseos de satisfacciones en las zonas erógenas que nuevamente complejizarán a los afectos. Mucho de lo que era placentero con el objeto original anterior al complejo de Edipo dejará de serlo, pasará a ser angustiante, asqueroso, vergonzoso y culpógeno, nuevos afectos que se irán instalando fuertemente en el aparato para impedir que suceda lo que anteriormente era satisfactorio. Estos afectos nuevos producidos por la represión primaria serán el motivo de las defensas ulteriores como represiones secundarias con la posibilidad posterior del retorno de lo reprimido. Ahora la defensa será contra ellos que a su vez son resultado de una defensa anterior. Se generarán así defensas más complejas y los afectos originales quedarán en el olvido, de cualquier modo reaparecerán de diversas maneras como siendo extraños a uno, como retornos de lo reprimido, aunque lo reprimido no serán ellos sino la representación que los aloja, la que oficialmente dejará expresar las diferentes formas de la angustia. La represión primaria generará el olvido definitivo de la sexualidad infantil (el inconsciente reprimido) y la secundaria la salud aparente mientras sea exitosa y la neurosis en general cuando retorna lo reprimido merced a síntomas. Todo esto generará una revolución en el mundo afectivo que será duradera y dejará improntas indelebles en la personalidad del sujeto. El a posteriori será esencial, pues los afectos cambiarán hacia el futuro y hacia el pasado, no se reconocerá la existencia de la sexualidad infantil, no se la recordará siquiera, sólo sus mitos y recuerdos encubridores (será parte esencial del máximo descubrimiento freudiano y piedra de origen del psicoanálisis, el inconsciente, nada menos), es más, será considerada perversa cuando permanece o reaparece en el adulto, aunque esto último también dependerá más de las costumbres culturales en las diferentes épocas. La sexualidad tomará en el varón distintos derroteros al volver a encontrarse en el mismo camino y dirección con el amor, se podrá en parte separar de él y quedar en sexualidad sola y ocasional (con ciertos pequeños aditamentos llamémosle impropiamente perversos), degradarse (el objeto amoroso, tierno, no será entonces el que produce la atracción sexual) o unirse en una síntesis y llegar a la forma más elevada del amor, el amor genital, duradero más por el componente de amistad que por el sexual, dado la diferencia en los niveles de descarga de las sensaciones erógenas. O se mantendrán predominando cualquiera de las tres líneas de la vida del sujeto de acuerdo a las circunstancias y las épocas que a éste le toque vivir, a lo que no será ajeno el accionar del objeto. Se producirán las transferencias y se elegirá al objeto de amor (se lo buscará “reencontrar”), a éste también se lo podrá a su vez perder de maneras diferentes con lo que aparecerá un nuevo afecto, el dolor psíquico, el trabajo doloroso del duelo. Lo social se centrará en lo que Freud llama pulsión de meta inhibida, o sea la amistad, la ternura, la solidaridad y demás. Los componentes del odio derivarán en la rivalidad, la envidia, los celos, y así (siempre serán odio mezclado con amor, el modelo partirá del complejo fraterno, el vínculo con los hermanos) componentes también sociales importantes, en los que puede haber más o menos agresión y violencia, o sea ser más o menos sociales, más o menos asociales. A mayor porcentaje de odio, violencia, envidia, celos y demás, el hombre será más lobo del hombre por cierto, aunque siempre esto va a estar, no funcionemos como una ilusión más porque de seguro desilusionaremos.

Fruto de la constitución de un aparato psíquico con un ello, un yo y un superyó (con su ideal del yo y su conciencia moral) y un inconsciente reprimido por una represión primaria reforzada por las secundarias o mecanismos de defensa, el ser humano funcionará en lo social repitiendo más allá de su voluntad el esquema infantil del complejo de Edipo, esto quiere decir que se agrupará en torno a un líder (remedo paterno) ideal, más o menos de manera preconsciente más o menos inconsciente (hasta con resistencias férreas a reconocerlo) representado a veces por una persona o una idea, una abstracción, surgidas a partir de ella, o una ideología (ésta no necesariamente consciente tampoco), se identificará entonces con sus pares (hará lo que hacen sus cercanos, querrá parecérseles, pertenecer a un grupo, a una clase social, y demás) y seguirá a su líder para pasar luego a oponérsele y querer ocupar su lugar. Quizá con el pretexto de cambiar esa ideología, lo que en parte alguno conseguirá en algo pero en verdad pasará a repetirse el mismo ciclo, la misma estructura, lo que podrá cambiar a lo sumo serán sus formas, lo que no es poco quizás, aunque debemos darnos cuenta que no es todo. La sociedad humana así edificada, remedo más de la horda primitiva que de la alianza fraterna pese a sus luchas más o menos verbales, más o menos producto en apariencia de la razón, tendrá siempre un malestar, fruto en parte de la insatisfacción esencial de los deseos infantiles que son su condición y base fundacional y de la lucha que podríamos resumir simplista y metafóricamente entre los hijos y los padres. Amén de que podríamos agregar más. En la esencia de lo social, en el mecanismo sublimatorio mismo que la genera, se produce desmezcla pulsional, o sea liberación de pulsión de muerte o destrucción, con lo que la creatividad humana lleva en sus gérmenes mismos su posibilidad de destrucción. La bomba atómica (acto sublimatorio científico producido por esta civilización a la que pertenecemos, nos guste o no), origen de la crítica más fuerte a la modernidad como concepción filosófica y época social y a la razón humana como su centro, es un buen ejemplo de ello. En ese derrotero social el drama edípico, más o menos metafórico, más o menos real, cuna del odio y del amor, buscará repetirse ¿Quién ganará la batalla? ¿La razón es entonces el verdadero enemigo del hombre? ¿Se podrá ampliar la razón consciente con el espacio que hasta ahora perteneció al inconsciente? ¿Será escuchada la advertencia freudiana?

La sociedad es lo que es, no es ideal, esto no es óbice para que luchemos con más o menos violencia porque se acerque a lo que cada uno pensamos como ideal y en ese camino aparezca como lo contrario, pero esto ya es la historia social y bueno, no pretendemos ser una concepción del mundo, no somos una ideología más, venimos a denunciar las irracionalidades base de sus razones, también tenemos un método para descubrirlas en cada uno de nosotros. No estamos contra la razón pese a todo, sí contra la razón separada del afecto, que es lo que más la acercaría al verdadero conocimiento de la realidad, en especial al afecto histórico de cada sujeto, el perteneciente al inconsciente en la misma representación que quedó de su experiencia. Pretendemos que esto pueda ser conocido por la conciencia de cada sujeto único y así se amplíe el espacio de la razón actual. Nuestro objetivo es el individuo en todo caso inserto en esa sociedad que por otro lado no es única, con muchos matices propios de las diferentes historias de sus pueblos, aunque siempre con una estructura básica que se repite. Nuestro fin en lo que aquí nos reúne y siguiendo en esto al ideario del padre del psicoanálisis, no será por cierto sólo adaptar el individuo a cada una de esas sociedades entonces. En todo caso apuntará a que pueda pensarlas mejor a partir de pensarse en ellas y pueda encontrar a partir de ahí los verdaderos caminos para mejorarlas. Nuestro fin como psicoanalistas será entonces recuperar la posibilidad del sujeto de sentir sus afectos más profundos y primarios dentro de una ética ampliada y problemática, que conozca sus pulsiones y sus deseos, con ellos sus afectos, y los acepte como propios, de manera sentida, en un proceso como el psicoanalítico, a través del conocimiento de su historia, del levantamiento de sus represiones (incluyendo en esto las escisiones del yo, las desinvestiduras inconscientes, el aislamiento del afecto y demás), de la historia de su formación y de la historia de su defensa contra los mismos, su posibilidad también y gracias a ellos, de lograr una vida mejor, una vida realmente digna de ser vivida, una vida en la que la esté presente la nueva razón así lograda, recuperando la propia antes reprimida, en la que la palabra esté directamente relacionada con la representación de la cosa, con ello del afecto concomitante, y así, mediante esa nueva actividad de pensamiento que el sujeto pueda realizar mejores acciones específicas que lo lleven a “cambiar la faz de la tierra”, más en su provecho propio y el de los demás que en su contra ¿Podremos?