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Revista del Área de Psicopatología de la Facultad de Psicología de la UdelaR (Uruguay)

 

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/ADICCIONES/

 

Adicciones - Adolescencia - Violencia

Complejidad en las Fronteras

 

Juan M. Triaca

 

   Con la aceptación gustosa e inquietante de participar en este panel, algunas ideas dando vueltas en mi cabeza y  abocado a la tarea de escribir, me encontré con un artículo en el semanario Brecha en el cual una investigadora y periodista uruguaya, residente en los Estados Unidos (Sans, M. 2005) transcribía lo dicho por un filósofo llamado Néstor García Canclini. Éste decía: “la línea de alambre que separaba el territorio de Estados Unidos de los países del Sur ha sido sustituida por un símbolo rotundo: las planchas de acero que se usaron para pista de aterrizaje en el desierto durante la Guerra del Golfo, reconvertidas ahora en quilómetros y quilómetros de un muro, apenas un metro más bajo del que hubo en Berlín”.1

Varios pensamientos, que saltaron mis propias fronteras me fueron surgiendo un poco después, así  el recuerdo de un colega mexicano en un seminario y su intervención  acerca de Ciudad de Juárez, con sus niveles de homicidios, suicidios, consumo de drogas, enfermedades y corrupción.

Conjuntamente se me representaron las fronteras de nuestro país, sus niveles de pobreza creciente, de emigración, de violencia, de drogadicción, de exclusión social y una canción de Silvio Rodríguez, que dice: le debo - le debemos agregaríamos nosotros - una canción a las fronteras, a las fronteras humanas, no las del misterio…  

 

Adolescencia, violencia, adicciones, conceptualización difícil, fronteriza e inabarcable sin dudas, dada la enorme complejidad que encierran sus intentos de conceptualización. Fenómenos ontológica e históricamente humanos que han ido mutando en relación a anudamientos socioculturales. Complejidad que al decir de Morin (1994) es algo que no puede ser explicado y en su concepto de pensamiento complejo, dirá que no es un pensamiento capaz de abrir todas las puertas, sino un pensamiento donde estará siempre presente la dificultad.2

 

En relación a una de las temáticas de este encuentro decimos desde ya que conceptualizamos la adicción a sustancias como un complejo proceso que se va tejiendo sobre una intrincada red de factores biológicos, psicológicos y socio - culturales. Dicha complejidad convoca a la Interdisciplina, para que desde la concurrencia de distintos saberes dicho proceso pueda ser interrogado.

No debemos repetir, como el adicto y quedar sujetados adictivamente a nuestras teorías y prácticas; debemos ser capaces de tolerar nuestras limitaciones, incertidumbres y enigmas para desde allí rescatarnos en los diálogos. Será ésta la manera de poder comprender a un sujeto en su adicción, ya que gobernados por un pensamiento compartimentado y disciplinario, que obedezca en forma exclusiva a un paradigma que rija nuestros pensamientos y concepciones según los principios de disyunción, separación, reducción, es imposible pensar al sujeto.3 (Morin, 1994)

 

Nadie discute hoy día el concepto de que no existe una única estrategia o un único modelo terapéutico que pueda resolver todas las necesidades de los pacientes que presentan un uso problemático de drogas.

Debe desecharse el mito de la uniformidad; un mito frontera, que propone que el conjunto de individuos con un problema de dependencia es homogéneo y, en consecuencia, el tipo de abordaje ha de ser similar para todos. Nos parece que esta concepción borra las diferencias y a la persona con su historia y su subjetividad, cerrando las puertas a los esfuerzos de comprensión de las motivaciones singulares que el acto de drogarse e incluso el tipo de droga que se elige tiene para cada individuo en un momento determinado de su existencia.

Aunque se repiten situaciones caso a caso la drogodependencia es un cuadro inespecífico que muestra poco del sujeto, de su singularidad y de sus deseos personales; por el contrario, mas bien los vela.4 (Mayer, 2002)

 

Consideramos que en muchas situaciones con excesiva rapidez se promueve una  sobreinstitucionalización de la demanda, lo que no sólo no ayuda al esclarecimiento del problema, sino que puede instituir fronteras, obstáculos en relación a una clínica que debe ser capaz de operar sobre el nivel de la demanda que el mismo adicto y muchas veces su familia u otras instituciones impulsan.

Que es lo que hace obstáculo en la clínica? se pregunta Bruno Bulacio, (2002) para decir: aquello en lo que me parezco al adicto, centrando la cuestión en la problemática de la subjetividad. No hay clínica posible de las adicciones sin aquella que opera sobre la subjetividad del Otro y si algo hace a esta frontera, obstáculo, eso es inconsciente...

¿ Que es analizar sino separar? Analizar, separar, descomponer los elementos de la química de esa demanda para alcanzar su comprensión.5

 

Siguiendo estos lineamientos conceptuales creemos que el paradigma de asignación de pacientes a tratamiento debe conducir las acciones de un programa sanitario nacional interdisciplinario. Dicho paradigma plantea que: cada tratamiento, con su filosofía y métodos particulares, tan solo es capaz de atender de manera satisfactoria a aquellos pacientes cuyas necesidades, recursos y déficits particulares se correspondan con las instancias terapéuticas planteadas. En consecuencia se logrará una mejora significativa del sistema asistencial si se asigna a los sujetos a aquel dispositivo terapéutico que mejores garantías de éxito ofrezca.

La mayoría de las veces nos encontramos con el adicto y con la dificultad de no tener claro que espera de nosotros, en ese sentido debemos ser pacientes. Lo que sí hemos de saber es lo que pueden esperar de nosotros y que nosotros también podemos esperar algo de ellos mismos, pero por sobre todo que son sujetos que también pueden y deben aprender a esperar y elegir.

Las corridas no son buenas consejeras en ese campo donde todo parece ser urgente. Lo “urgente” es in-surgente para una clínica que se precie de privilegiar la escucha sobre una respuesta a la perentoriedad de una demanda.

Saber esperar requiere resignar ciertas cosas, debemos saber que no somos sino una opción entre otras y que es el adicto quien tendrá que elegir, introducir las condiciones para hacer posible una elección, en ello radicará toda nuestra originalidad terapéutica.6 (Bulacio, 2002)

 

Marcelo Viñar (2002) citando a Hanna Arendt postula que la diversidad es la ley de los fenómenos humanos y nos dice: la generación del “nosotros” que implica esta construcción identitaria, no sólo debe ser buscada en su interior sino en el desasosiego de sus márgenes, en la naturaleza del vínculo o trato que establecemos con el otro, extraño o extranjero, que es la figura complementaria e imprescindible para construir el “nosotros”.7

La vida está en los márgenes ha dicho Balzac, recordándonos lo que sistemáticamente - o sintomáticamente deberíamos decir?- solemos olvidar; que la vida es sumamente indisciplinada y transgresora de las fronteras que intentamos sostener desde nuestras formaciones y encuadres disciplinarios. Difícil delimitar una frontera entre un cuerpo, un psiquismo y una sociedad; o entre una dimensión intrasubjetiva, una intersubjetiva o grupal y una transubjetiva o institucional.8 (Silva, 2004)

Es preciso poder corrernos del paradigma de frontera el que sólo puede pensar en término de división y confrontación de dos espacios o tiempos irreconciliables: dentro fuera, antes o después, a un paradigma de red que brinde mediante una textura simbolizante y continente: modulación, diversificación y expansión.9 (Abadi, 2003)

 

            Silvia Duschatzky y Cristina Corea, (2002) en su libro Chicos en Banda, analizan la diferencia entre los conceptos de pobreza o exclusión  y de expulsión social, en donde en  los primeros no necesariamente se verían  atacados los procesos de filiación y de esperanza de un mejor futuro. Describen el proceso de expulsión como: un estar por fuera del orden social y plantean que el mismo es provocado  por una operatoria social, por un modo de constitución de lo social. “La expulsión social provoca un desexistente, un “desaparecido” de los escenarios públicos y de intercambio”.10

Retoman además la noción de “nuda vida” para conceptualizar a aquellos sujetos  que han perdido visibilidad, nombre, palabra y que transitan por una sociedad que parece no esperar nada de ellos.

Son conocidos los descriptores de la expulsión social: desempleo, estrategias de supervivencia que rozan con la ilegalidad, violencia, deserción del sistema educativo, desprotección, disolución de vínculos familiares, consumo de drogas.

Nos preguntamos por las subjetividades que emergen en relación con un  Estado que se ha ausentado  en su función – como la de un buen padre de familia dice la ley - normatizadora, de regulación, contención y amparo  y  su sustitución por el imperio del Mercado,  que no requiere a la ley ni al otro, dado que es en su relación con el objeto y no con el sujeto en donde se apuntala la ilusión de la satisfacción.

El otro como espejo, como límite, como lugar de deseo, se opaca. Nuestra época está inundada de mandatos -de goce- en los que el otro es prescindible. Para la satisfacción - del deseo- de consumo necesito del objeto y no del sujeto, para trabajar necesito que el azar recaiga en mi y no sobre el otro, porque no hay lugar para dos, para estar feliz no es al otro al que necesito, sino de  un objeto protésico, - transitorio diría Joyce Mac Dougal - como la  droga, las siliconas o el último modelo de algo...11 (Duschatzky, 2002)

 

Muchas veces es la violencia la que en el marco - frontera de estas condiciones emergentes de legitimación social aparece como un “lenguaje”, que aún traduciendo la falla de lo simbólico intenta ser una respuesta de urgencia a estas situaciones de emergencia. Podría plantearse que la violencia emerge como una modalidad de socialización, como un estar “con” los otros o buscar a los otros, una forma incluso de vivir la temporalidad. Vale también recordar lo que plantea Winnicott12 (1998) en relación a la esperanza que hay en juego en una conducta antisocial.

Los adolescentes expresan y actúan una violencia a la manera de un espejo deformante de la degradación global de los vínculos humanos, degradación que   remite al procesamiento de lo simbólico y a las fallas de su  transmisión. La sociedad con su parafernalia mediática estigmatiza fronterizamente la violencia juvenil.

La destrucción de los  lazos simbólicos que entraman las relaciones humanas está en el centro de la violencia contemporánea que nos sacude y la desligazón pulsional está en el centro del despliegue de una violencia que se desencadena en la realidad cada día de manera más impactante.

Annie Birraux13 (2004) plantea el acto violento como una solución fantasmática a la problemática subjetal del adolescente dice: no abría crimen, asesinato, mutilación, suicidio o equivalente de estos que no impliquen: - la problematización del sentimiento de existencia (yo o el otro), - la negación del principio de realidad y la puesta en escena de la omnipotencia infantil; y -la reactualización de un funcionamiento arcaico clivado sobre el cual la palabra no tiene poder.

Resulta imprescindible encontrar caminos que tiendan puentes entre las fronteras de investigación para que surja la dimensión interdisciplinaria que ayude a la comprensión y al abordaje de la violencia tanto en su expresión por la vía del lenguaje como por la vía del acto.

 

El robo es otra conducta emergente de subjetivación, a través del mismo se busca poner a prueba la fortaleza del entorno y su capacidad de sostenimiento.14 (Abadi, 1996) También puede entenderse como una búsqueda de un lugar de referencia en un grupo que lo ayude a organizar su caótica experiencia. Como dice Annie Birraux: “la adolescencia es ese tiempo de extrañeza y de lo insensato durante el cual las representaciones de las palabras deben reapropiarse de las cosas que designan”.15

En toda tendencia antisocial hay un elemento de incitación al ambiente, a que este adquiera relevancia, compele  alguien que se ocupe, que se haga cargo.16

(Winnicott)

 

La droga? El adicto no hace nada  muy diferente que lo que han hecho con él ayer y continúa hoy haciendo una gran parte de la sociedad, a la que en su acto  denuncia y reclama a través de los sufrimientos que impone y se impone, encierro narcisista, incapacidad de preocuparse por el otro, transgresiones y justificaciones  variopintas, renegación de las diferencias y su permanente sustracción de las exigencias que la vida le plantea por la vía que la propia sociedad promociona y le ha marcado, la del consumo.17 (Mayer, 1997)

Estos efectos de pérdida de límites y de desmetaforización y la importancia dada al narcisismo son particularmente destacadas en las conductas adictivas donde incorporar es ser, en el sentido literal e irreductible del término y  donde llenarse es el riesgo de vaciarse de una parte del yo en un círculo vicioso sin fin.18 (Corcos, 2000)

Podemos decir siguiendo a Vera Ocampo que la mejor parte de una generación anterior a la actual, fue marcada a vivo por la experiencia de la droga. El autor enfatiza la diferencia entre una generación marcada a vivo y por la experiencia. con la de hoy,  en la que buena parte de los adolescentes son marcados a muerte por un consumo sin experiencia posible y por una droga a secas, sin discurso, sin palabras, por una droga muda.19  (Vera Ocampo, 1989)

En determinados sectores sociales el consumo puede pensarse como un indicio más de la culminación de la infancia; a causa de las drogas las fronteras se tornan borroneadas, los chicos consumen y al hacerlo se vuelven extraños, indomables y peligrosos a los ojos de los adultos.

En muchos casos el consumo es el “lugar” donde las emociones se desbordan (agresión rabia, impotencia, coraje, control del miedo). El consumo se vive como una práctica que se enlaza en una cadena de experiencias. La droga opera como marca, al estilo de un tatuaje, y en la medida en que marca, enlaza a un nosotros imaginario: somos adictos, lateros, planchas, chorros.20 (Duschatzki, 2002)

El adolescente en el  complejo pasaje de la niñez a la adultez, busca afirmar su identidad integrando referentes identificatorios.  Desea pero a la misma vez teme dejar su mundo infantil para integrarse en el de los adultos. Las nuevas vivencias y sensaciones lo desconciertan, se siente invadido de un sentimiento de incertidumbre, todo lo cual le genera una intensa sensación de soledad, y la necesidad de  pertenecer a un grupo con el cual tenga cosas en común.

Las drogas, parecen responder mágicamente a todas estas necesidades, le ofrecen pertenencia, valores, imágenes identificatorias, posibilidad de estar “colocado”, palabra usada comúnmente en la jerga de los adolescentes  consumidores y particularmente sugestiva de la necesidad de una reubicación en algún lugar.

Pero también opera con la droga la desligazón, cuando el consumo se vuelve algo en solitario que no puede significarse como experiencia de algo, quedando ligado al acto material del cuerpo. La experiencia de la intoxicación no puede ser narrada y también la necesidad de consumir de nuevo es vivida como una experiencia materializada: “el cuerpo me lo pide”.   

 

Didier Lauru21 (2004) plantea que los caminos psíquicos y dinámicos por los que el adolescente deberá transitar para acceder a una posición de sujeto adulto deberán ser: la reestructuración narcisista, la re - elaboración de la elección de objeto, de la alteración de las identificaciones y de la posición de la sexuación.

En referencia a la dialéctica del ciclo de las problemáticas adolescentes describe tres tiempos lógicos: - el instante de Ver que se trata de una primera aprehensión global del camino a recorrer, - luego, el tiempo para Comprender,  que es el tiempo de las problemáticas adolescentes cuya duración cronológica en muy variable y - finalmente, el momento de Concluir, que es el tiempo de pasaje a la adultez.

Plantea además que desde un punto de vista transgeneracional, estos tiempos serían trasladables al  adulto - el cual muchas veces se encuentra en lo que conceptualiza como sexopausia -  El instante de ver es ese instante en que el adulto (madre/padre /profesional) debe hacerse cargo de la interrogación angustiada que le hace el adolescente. Necesita entonces ese tiempo - mas o menos largo  - de comprender durante el cual se verá remitido a sus propias problemáticas adolescentes. Finalmente, el momento de concluir que es ese delicado tiempo de la toma de posición, de decisiones.

 

El adolescente en su pasaje anda en búsqueda de confrontación y se abre un camino mas o menos caótico cuya finalidad es precisa: hallar la forma de matar, simbólicamente al padre. Nos preguntamos como matar a un padre ausente, o aún literalmente siderado? Nos planteamos la relación con la autodestrucción y la indiferencia afectiva. No existirá posibilidad de pasaje adolescente sin que ocurra el asesinato simbólico del padre que hace que la deuda quede desplazada.22 (Lauru, 2004)

Agrega Lauru: es al adulto a quien le corresponde escuchar y decodificar lo que le viene del adolescente. Este lugar es insostenible, pues lo que lo que el adolescente persigue es precisamente interrogar los significantes de la historia de cada una de los padres, o de la historia de la pareja. Y sobre todo cuando esos significantes han permanecido enigmáticos, suspendidos o no simbolizados. Es decir allí donde la transmisión ha fallado.

 

Que difícil es la prosecución de un camino que abra puertas y re -encuentros, y así no quedar sujetado, encallado, en las fronteras de la esclavitud narcisista de un pasado que no pudo ser metabolizado, si la madre intenta mantenerse joven a través del deseo de su hijo, si no se pude confrontar al padre, por su desvalorización o aún su sideración, sin una cultura que le brinde un lugar diferente que el de mero consumidor, cosificándolo como sujeto, percibiendo una aceleración vertiginosa en lo social que hace que lo nuevo rápidamente se vuelva viejo e inútil, sin tiempo y sin espacio para elaborar la historia y sin certeza de un futuro digno.23 (Mayer, 1997)

Es demasiado y las respuestas posibles van por el lado de la desesperanza, el rencor, la angustia indecible. Cómo amortiguar esto? Los ensayos son variados y muchas veces se combinan, aturdirse con la música, conducirse aceleradamente, los actos antisociales. Otros surcos correrán por el refugio narcisista, o por el borramiento de las diferencias por la vía de algún quitapenas. La Pasta Base desde su nombre y efectos nos evoca  la cuestión de los impuros y desvalorizados basamentos narcisistas y sociales......

 

Cómo posicionarnos ante estos emergentes contemporáneos?

Cómo permeabilizar los muros, restaurar las redes, que permitan restituir la frontera rígida y mortal en permeabilidad creativa y vital?

Cómo desanudar las redes para reelaborar su trama?

Cómo sostener una clínica en las fronteras, que pueda transitar por los márgenes en búsqueda de la intersubjetividad vital?

 

Nos parece que debemos desde una postura ética proseguir la construcción de redes interdisciplinarias que unan, articulen, enreden, y enriquezcan. El desafío esta planteado y estará siempre al tener que tolerar los equívocos, la contradicción, la incertidumbre…, como avatares de lo posible.

 

 

 


BIBLIOGRAFÍA CITADA

 

1 Sans, María I. (2005)  Intelectuales ante la globalización. Más preguntas que respuestas. Brecha, 3-07-2005.

2  Morin, E (1994). Epistemología de la Complejidad. En: Nuevos Paradigmas, Cultura y Subjetividad. Comp. D.  Fried Schnitman. Ed. Paidós, Buenos Aires.

3 Morin, E.. La Noción de Sujeto. Op. cit.

4  Mayer, H. (2002) Acerca del tratamiento ambulatorio de las adicciones. Actualidad Psicológica, (Argentina)  año  XXVII, Nº 304. Diciembre de 2002.

5 Bulacio, B. J. (2002 ) De una clínica de lo inaudito. Recorridos de la práctica. Actualidad Psicológica,                  

  (Argentina) año XXVII, Nº 304. Diciembre de 2002.

6 Bulacio, B. J. Op. cit.

7 Viñar, M. (2002) Alegato por la pluralidad y la condición humana. Brecha, 1-03-2002.

8 Silva, M. (2004) Coloquio: Pensar los adolescentes hoy. En la frontera entre lo psíquico y lo social. Del 1 al 3   de setiembre de 2004. Montevideo.

9 Abadi, S. (2003) Entre la frontera y la red, apuntes para una metapsicología de la libertad. Rev. de

  Psicoanálisis. APA, 2003, Nº 2.

10 Duschatzky, Silvia, Corea, Cristina. (2002)  Chicos en Banda. Paidós. Buenos Aires, 2002.

11 Duschatzky, S., Corea, C. Op.cit.

12 Winnicott, D. W.(1967)  Deprivación y Delincuencia. Ed. Paidós. Buenos Aires, 1998. 

13 Birraux, A.(2004) Violencia en la adolescencia y clivaje del yo. En: Pensar la Adolescencia. Coord. por

    Maren Ulriksen de Viñar. Ed. Trilce. Montevideo, 2004.

14 Abadi, S. (1996) Transiciones. El modelo terapéutico de D. W. Winnicott. Ed. Lumen. Buenos Aires.

15 Birraux, A. Op. cit.

16 Winnicott, D. W. Op.cit.

17 Mayer, H (1997). Adicciones: un mal de la postmodernidad. Ediciones Corregidor. Buenos Aires.

18 Corcos, M. (2002)  Le corps absent. Dunod. París.

19 Vera Ocampo, E. (1989) De la pasión adictiva como patología del exceso. En: el diagnóstico psicopalógico en  el campo de las Drogodependencias. Seminario org. por Grup Igia. Barcelona.

20 Duschatzky, S., Corea, C. Op.cit.

21 Lauru, Didier. (2004) Especificidades del sujeto en la edad adolescente. En: Pensar la Adolescencia. Coord  por Maren Ulriksen de Viñar. Ed. Trilce. Montevideo.

22 Lauru, Didier. Op. cit.

23 Mayer, H. Adicciones. Op. cit.